Hace días ya que Ucrania está bajo fuego ruso, y la humanidad siente que nada ha aprendido en miles de años desde que el hombre está en la tierra. Ni siquiera después de dos guerras mundiales, una guerra fría, genocidios varios, dos bombas atómicas, dos torres derribadas, ataques terroristas por doquier; solo si hablamos de los acontecimientos más recientes y más emblemáticos del siglo XX. Una vez más el mundo está en alerta, sobre todo cuando las partes involucradas son potencias que pueden hacer trastabillar una paz sujetada con alfileres si alguien da un paso en falso.
En el medio sufren seres de carne y hueso, que simplemente desean vivir y dejar vivir sin ser molestados. Aunque también sufren las manifestaciones artísticas, algo que solo los seres humanos tenemos el privilegio de generar. Cual efecto dominó, tras el inicio de las agresiones fogoneadas por el presidente ruso Vladimir Putin, directores y músicos se han pronunciado sobre el conflicto, y algunos teatros han tomado -o están por tomar- medidas drásticas.
Por ejemplo, Alexander Melnikov dejó el piano por unos instantes para compartir con el público su desazón y hacer un mea culpa en nombre suyo y el de sus compatriotas por no haber hecho lo suficiente para evitar esta situación. De manera más tajante, Elena Kovalskaya -directora artística del Meyerhold Theatre- renunció a su puesto para no seguir cobrando una remuneración de parte de un asesino (en obvia referencia a Putin). Kirill Petrenko y Evgeny Kissin también denunciaron lo malévolo de la ofensiva rusa.
Valery Gergiev y Denis Matsuev, no obstante, están en una picota moral por no manifestarse en contra de la invasión a Ucrania ni retirar su apoyo al perpetrador de este desastre humanitario. Gergiev y Matsuev han dado muestras de su aprecio o apoyo a Vladimir Putin; ahora el primero afronta cancelaciones en masa, y ya varios teatros han prescindido de sus servicios: la Scala de Milan, el Carnegie Hall y la Filarmónica de Múnich ya lo desvincularon.
En cuanto a Matsuev, el Palau de la Música de Barcelona comunicó la suspensión de un recital que el pianista, condecorado por Putin en 2018, iba a dar en esa sala. Por otra parte, Anna Netrebko -que a fines de este año se presentará en el Colón como la heroína de Tosca– ha dado varios pasos al costado, y ya no participará en Adriana Lecouvrer en el Metropolitan Opera, ni en Macbeth en la Ópera de Zurich. En su perfil de Instagram, la artista manifestó su oposición a la guerra y su preocupación por el sufrimiento de sus amigos en Ucrania.
Así las cosas, varios interrogantes vendrán a la mente de los melómanos y los amantes de las manifestaciones artísticas. En primer lugar, hasta dónde llegará el alcance de este conflicto armado que ha estallado en pleno otoño europeo. Quizás debamos esperar que haya un éxodo de artistas rusos que no apoyen las políticas de Putin, ni mucho menos un conflicto armado con una ex república soviética. También, que artistas ucranianos abandonen su país, con todo el dolor que esto genera. Ni qué hablar de artistas sumándose a las filas de su país, tanto de uno como de otro lado. En segundo lugar, puede esperarse también que las cancelaciones masivas continúen, afectando seriamente la vitalidad de la cultura. Si se trata de censura previa o no, es difícil de vislumbrar. En tercer lugar, la historia mundial de las últimas décadas debería dejarnos bien en claro la vulnerabilidad de los artistas respecto de posibles persecuciones, censuras, hostigamientos, o consecuencias peores. ¿Se avecinarán tiempos negros en Rusia, los cuales no hubo desde la época de Stalin? Recordemos que la historia jamás es lineal, sino circular.
Por último: ¿conviene a un artista expresar públicamente su apoyo a un líder político? ¿Qué nos ha enseñado la historia sobre esta cuestión? Nuestro país tiene sobradas muestras de lo que el partidismo político puede hacer en un artista, tanto en la gloria como en la derrota. El caso de Hugo del Carril debería venir a la mente de muchos. Es cierto que el hombre es un animal político. Pero muchas veces guardar un sano silencio no estaría de más, especialmente si lo que está en peligro es la paz mundial. Esto no significa que no deba importarle la vida política de su país ni que falte a sus deberes como ciudadano. Tampoco que haga silencio de radio si hay gente inocente sufriendo las consecuencias de las malas políticas de las naciones.
El tema es complejo por demás. Si Gergiev y Matsuev siguen en sus trece, los despidos y cancelaciones seguirán su curso. Si se manifiestan contrarios a la invasión, es posible que no les vaya mejor y se expongan, quizás, a una denostación emanada de las esferas oficiales. ¿Cuál es la delgada línea que divide la libertad de expresión política de un artista de la posibilidad de que pueda seguir trabajando y deleitando a multitudes con su talento, a pesar de sus preferencias? Los talentos y las trayectorias de Gergiev, Matsuev y Netrebko están fuera de discusión. Lamentablemente, éste es el dilema que viene rodando desde hace décadas, o quizás siglos. ¿Estar en la cúspide gracias a o pese al apoyo incondicional de un líder, o caer al abismo a causa de la condena social?
Mientras tanto, el arte sufre, la música sufre. Como sufren millones de ucranianos que ven su país invadido y sus vidas alteradas, y millones de rusos que no quieren tener nada que ver con intereses espurios ni con asesinar inocentes, sino que quieren vivir en paz para seguir disfrutando del riquísimo legado musical que supieron darles un Tchaikovsky, un Prokofiev, un Shostakovich. Como mínimo. Viviana Aubele