HASBULLA, el atractivo del fenómeno y el morbo

Teratología y vanidades en el siglo de la corrección política

El pasado 8 de noviembre, en una punta de la ciudad de Buenos Aires, el grupo británico  Coldplay cerraba una maratón de diez estadios Monumentales, superando a los Rolling Stones en cantidad de recitales en ese recinto. Debido a su admiración por Soda Stereo y Gustavo Cerati, la banda liderada por Chris Martin compartió escenario con Zeta Bosio y Charly Alberti, las otras dos patas de la mítica banda argentina. Un día antes, en la otra punta de la Ciudad de la Furia, Hasbulla Magomedov, un joven influencer nacido en Daguestán, Rusia, pisaba el escenario del Gran Rex.

Hasbulla, quien sigue su periplo por estas tierras y llegó ayer a la ciudad de Bariloche, tiene 20 años, pero parece mucho menor. Su acondroplasia lo ha dejado en el estado de un niño de cinco años. Se trata de un trastorno genético, cuya principal característica es la inusual baja estatura de quienes lo padecen, amén de otros síntomas y alteraciones, y el hecho de que nace con esa condición uno de cada veinticinco mil individuos.

 Con menos de un metro de estatura, Hasbulla parece haberle hallado la vuelta al problema. Ha canalizado su condición a través de su actividad como bloguero y la ha neutralizado, al parecer, viajando por el mundo. “Mini-Khabib”, como se lo ha apodado, fue invitado por Luquita Rodríguez, streamer y seguidor del influencer, cuya cuenta de Instagram acusa unos cinco millones de seguidores.

La escatológica fascinación por malformaciones y demás cuestiones genéticas no es nueva. Carlos II de España “el Hechizado”, que reinó entre 1665 y 1700, no solo llamaba la atención por su particular aspecto, sino que, quizás como espejo de sí, por su corte desfilaban lo que el musicólogo Ángel Medina Álvarez denomina “monstruos” en Los atributos del capón. El autor, permitiéndose una licencia, manifiesta que no está claro quién quedaba más impresionado por esos bizarros encuentros, si el propio monarca o los citados monstruos.

Años antes, en 1656, Diego Velázquez terminaba Las meninas, poniendo de manifiesto la presencia de enanos en la corte española. De hecho, a la derecha del cuadro está retratada la célebre María de Bárbola, la mujer de origen austríaco que ostentaba el puesto de “enana de la corte”. Era costumbre en esos tiempos que las cortes tuvieran en su posesión a enanos y que se los intercambiaran entre reyes a guisa de regalos.

El interés por lo teratológico venía de arrastre, desde la Edad Media, comenta Medina Álvarez. Incluso aparece siglos más tarde, por ejemplo, en la famosa novela de Víctor Hugo, El jorobado de Notre-Dame, escrita en 1831 pero ubicada en la Francia de la época gótica. Y en El cumpleaños de la Infanta, cuento de 1889, Oscar Wilde despliega toda su verborrágica e irónica maestría haciendo de la Infanta y su séquito una miserable caterva que se burla de la deformidad de un feo enano cortesano que es llevado para amenizar el festejo.

En uno de los tantos foros de debate que rondan por las redes sociales, alguien señaló, con mucho criterio, que antiguamente a estas personas se las exhibía públicamente encerradas en jaulas. Hoy ya no hay jaulas, pero están las redes sociales, modernas jaulas de esta Feria de las Vanidades que, contrariamente a lo que uno espera, está más vigente que nunca. Pueden hacerse múltiples lecturas sobre este episodio. Sin embargo, lo llamativo es esta atroz contradicción entre una tan mentada “corrección política”, donde el solo hecho de mostrar que Otelo era de piel oscura merece una cancelación ipso facto, y un morbo inexplicable que hace que cientos de personas lleguen a desembolsar el equivalente a una platea para Tosca (que subirá próximamente al escenario del Teatro Colón) para ver una grotesca exhibición de un joven con acondroplasia.

En una época donde la -a veces mal entendida- corrección política hace que se cancelen algunas cosas, que se cambie de nombre a otras (acaso acertadamente), es chocante ver que, como decía el Predicador, nada haya nuevo debajo del sol. A mediados del siglo XIX una joven estadounidense, Annie Jones Elliot, era paseada por todo el mundo a causa de su hirsutismo: así nació la leyenda de “la mujer barbuda”. Hoy, quien pasea y es paseado por el mundo, física o virtualmente, es un joven con aspecto de niño, vivado por millones, pero por el solo hecho de ser un hombre, como tanto gusta hoy decir, nacido “en un cuerpo equivocado”.

No solo apabulla el contraste cultural (una épica presentación de una banda británica contra un espectáculo de dudosa calidad con un hombre encerrado en un cuerpo de infante). Resulta incomprensible que, a la luz del conocimiento actual sobre medicina y el fácil acceso de sus aportes al común de la gente (redes sociales mediante), todavía existan este tipo de circos romanos sin leones ni gladiadores. La contradicción en que está sumida la sociedad de estos tiempos no solo es aterradora, sino que está viciada de un cinismo monumental. Viviana Aubele

El duro precio de ser Hasbulla.

Hasbulla en Instagram
Hasbulla en Wikipedia

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