En 2017 el periódico británico The Independent informó que la prestigiosa Universidad de Oxford modificaría algo en los programas de estudio de historia: los estudiantes deberían rendir al menos un examen sobre algún tema de historia no europea. La idea era quitar algo de la típica mirada eurocéntrica que los estudios académicos acusan desde hace siglos, y pretendía ser una respuesta al reclamo estudiantil cuyo lema era Why is my curriculum white? (“¿Por qué mi plan de estudios es blanco?”).
En 2020, The Guardian compartió una investigación: el 99% de las obras que se abordan en los planes de estudio de las escuelas reales del Reino Unido son de compositores blancos. Una petición elevada por medio del sitio Change.org reclama al Associated Board of the Royal Schools of Music (la entidad que provee los exámenes de música por niveles en el Reino Unido) que haya mayor representación de músicos de raza negra en sus planes de estudio. Y enumera una veintena de nombres, de los que algunos quizás nos sean más familiares: Samuel Coleridge-Taylor, Scott Joplin, George Walker.
La cosa parece haberse ido de cauce hace algunos días, porque en las redes sociales se difundió la especie de que la Universidad de Oxford dejaría de enseñar la música académica, por tacharla de “colonialista” y porque generaría sentimientos de angustia a la población negra. El ataque también se habría extendido a la cuestión de la notación musical, que fue tachada de “colonialista”. El periódico británico The Telegraph hizo mención a este asunto en un artículo del 27 de marzo pasado. Según el artículo, un integrante del “cuerpo de profesores que decide los cursos que conforman el grado académico en música ha propuesto reformas a esta ‘hegemonía blanca’, entre estas el estudio de la notación musical, y que dicho docente la acusó de ser un ‘sistema colonialista de representación’”. Agrega el artículo que este cuerpo de profesores sostiene que “la gran mayoría de quienes enseñan las técnicas (musicales) son hombres blancos”.
Cuando éramos chicos jugábamos al “teléfono descompuesto”. Alguien a un extremo de la ronda decía algo al oído de su compañero, y éste lo transmitía a quien tenía al lado, y así sucesivamente. Las diferencias entre el enunciado inicial y el producto final al término de la ronda podían ser sumamente hilarantes. Claro, era tan solo un juego. Pero cuando de informar al público se trata, ya deja de ser un juego. Sobre el asunto de la Universidad de Oxford, la enseñanza de la música académica y la notación musical, el teléfono descompuesto funcionó, paradójicamente, a las mil maravillas: al poco tiempo fluían por las redes cual río imparable las nuevas de que esa casa de altos estudios sacaría de cuajo la música académica y que la reemplazaría por música pop. Es decir, una enorme diferencia entre lo que estaría proponiendo The Telegraph, y lo que se difundió masivamente por las redes. Multipliquemos esto por las republicaciones en nuestras propias páginas de Facebook y demás, y el efecto será calamitoso, cuando no bochornoso.
¿Cómo se explicaría este embrollo? No es fácil estar seguros, pero en principio, podría tratarse de una traducción poco acertada de la noticia. Leyendo el artículo del Telegraph, en ningún momento se dice expresamente que la universidad vaya a cambiar oficialmente los planes de estudio; de lo que sí habla es de propuestas desde el cuerpo docente de realizar algunas modificaciones. Si no fue por la traducción, ¿habrá sido por una falla en la comprensión lectora? También puede ser. ¿Malicia? Tal vez.
Días después, el 30 de marzo, el conocido medio Associated Press salió a desmentir categóricamente que la Universidad de Oxford fuera a hacer semejante cosa, y comentó que el jefe de comunicaciones de la institución, Stephen Rouse, informó a ese medio que si bien es cierto que el cuerpo docente de esa universidad tiene en mente ampliar la oferta en sus planes de estudio de música, no está en sus planes suprimir nada, y además hace hincapié en que esta cuestión surgió solo de labios de un integrante del claustro docente.
Hay un abismo entre eliminar contenidos y ampliar las ofertas. En el artículo citado, Associated Press indica que ciertos medios identificados con la derecha, como Breitbar y The Blaze, fueron los que falsamente sacaron a correr el asunto. Pero una mirada al artículo publicado por The Blaze (en inglés), por ejemplo, señala en su título que el cuerpo docente de Oxford “supuestamente” (reportedly) tilda de “colonialista” a las partituras musicales y que los docentes cuestionan la “complicidad con la supremacía blanca”. El artículo está fechado 29 de marzo. Nobleza obliga, antes del cuerpo del artículo aparece una nota del jefe de redacción donde menciona lo dicho por el cuerpo docente de Oxford a Associated Press.
Lo que debería quedarnos en claro a nosotros, simples consumidores o lectores de noticias de prensa, es hasta qué punto debemos creer a pie juntillas todo lo que los medios nos cuentan, sean del color ideológico que fueran, grandes, medianos, pequeños, masivos o ignotos. Por otra parte, uno se pregunta dónde queda la honestidad de estos medios hacia sus lectores en particular y hacia la sociedad en general cuando informan algo. Trasladando el asunto a cualquier otra profesión, el cliente o consumidor de un servicio no tendría por qué estar verificando si su médico, abogado, contador, traductor público o lo que fuere no le está vendiendo gato por liebre.
Hay una cuestión de honestidad hacia el otro, sobre todo en cuanto a venta u oferta de servicios y productos; también de honestidad con uno mismo y con su oficio o profesión. ¿Cuál será el concepto de honestidad que estos medios esgrimen a la hora de sacar a rodar este tipo de especie? Aunque hay que decir que errare humanum est y siempre está muy bien reconocer los errores y enmendarlos. Viviana Aubele
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