THE LAST SUITE, de Gustavo Fedel

El compositor y pianista nos habla acerca de su último trabajo

Antes de conversar con él sobre The last suite, recordemos que el compositor, arreglador y pianista  Gustavo Fedel suele ser polémico en su manera de ver las cosas y de interpelar al mundo. Es en cierto sentido un bohemio, y definitivamente un alma creativa. En su tiempo libre, entre clases de música y tareas domésticas, pinta cuadros que adornan su estudio de grabación, practica un concierto de Mozart o boceta una sinfonía a sabiendas de que será muy difícil que llegue a estrenarla. Es que la producción artística en nuestro país está infravalorada en general, y en particular para quienes -como él- se resisten a formar parte de cualquier clase de cofradía. 

Musicalmente, Gustavo Fedel es un artista que sorprende por sus propuestas eclécticas y un rumbo por demás diverso. Tras su paso como tecladista de Espíritu, uno de los mejores grupos de rock progresivo argentino, se acercó al tango para formar parte de Generación Cero junto al bandoneonista Rodolfo Mederos, y más tarde fue pianista y arreglador de Amelita Baltar. Trabajó también con Estela Raval, Enrique Llopis, Cacho Tirao, José Ángel Trelles, Alberto Cortéz, Marián Farías Gómez, Litto Nebbia, Lola Flores y muchos otros. 

Por pedido de Antonio Agri y Daniel Binelli, compuso su Concierto para bandoneón y su Romanza para violín, que grabó la Orquesta Estable del Teatro Colón con la dirección de Simón Blech. Fue su primer acercamiento a la música académica. Más tarde profundizó este camino con la composición de su Stabat Mater, que se estrenó en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires, motivando la felicitación personal del Papa Francisco.

Ciudadano Ilustre del Partido de San Miguel, reconocido por la Sociedad Argentina de Autores y Compositores por sus merecimientos y trayectoria, Gustavo Fedel habla The last suite, de su última obra, que cuenta con la participación del Cuarteto Petrus, Claudio Barile en flauta, Matías Tchicourel en clarinete, Julián Medina en contrabajo y las voces de Fumi Chiung-Wen Hsu, Verónica Cánaves, Maico Tsiao  y  Sergio Carlevaris: The Last Suite.

¿Por qué The Last Suite? ¿Se trata acaso de una despedida?
Gustavo Fedel: Claudio Barile me preguntó lo mismo: “Maestro ¿por qué La última suite? Queremos más música suya”. En realidad no creo que vaya a ser mi última obra. La presencia de la palabra última se explica a partir de que en esta música hay relatada una gran parte de mi vida. Y esos hechos relatados se trasforman en últimos desde el momento en que son únicos. Dicho de otro modo, son los últimos debido a que ya no se repetirán en mi vida. En este sentido me gusta mucho algo que el maestro Barile expresa en las notas que acompañan el álbum: es una obra autobiográfica, sin dudas; pero no busca ser una obra autorreferencial. Que el título esté en inglés también tiene su explicación. Si titulaba La última suite, mi pasado musical con el tango hubiese hecho demasiado patente una posible relación con La última curda.

Si bien hay cuatro obras macro claramente reconocibles, que son el Tríptico de la infancia, el Cuarteto para cuerdas Nº 1, el Tríptico del Siglo XXI y el Requiem Cane, da la impresión de que el disco completo está concebido como una obra integral, de concepto, con los Micropostludios y el Epílogo haciendo de puentes. ¿Fue esta la intención?
Sí, The last suite remite a una obra integral porque… lo digo con un poco de humor: no sé si mi vida hasta el momento habrá sido íntegra, pero tal como escribió Miguel Grinberg en los comentarios a otro de mis discos, si no textual al menos con palabras muy similares, “lo vivido es indivisible de lo que escribo”. Los dos Trípticos, el Cuarteto para cuerdas, que lleva por título Diana y el Requiem Cane son las obras más amplias, pero están conectadas entre sí por los Micropostludios, que funcionan como entes separadores de las vivencias, que divergen a veces unas de las otras, a pesar del hilo conductor. Aunque también podrían ser tomadas como instantes unívocos, desligados… Elegir a voluntad el modo de escuchar una obra de música es uno de los síntomas característicos del siglo XXI.

En tu biografía musical abundan los referentes que te vinculan con la música popular. Tus primeros trabajos te destacan principalmente en el rock progresivo y el tango. ¿Cómo fue el pasaje de ese Gustavo Fedel a este otro, abocado a las formas académicas?
Quitando cierto tinte peyorativo a la palabra académicas, que en muchos casos suele referir a obras prolijas, pero no necesariamente sustanciosas, yo diría que musicalmente elijo hacer lo que debo. Es decir, yo escribo un enlace armónico, o lo que sea… Si me dice algo que me refiere o emociona, hay como una voz muda que me susurra: “es por ahí”. Y ese rumbo me lleva a formas con tipos definidos, como por ejemplo el cuarteto para cuerdas, del cual emana una sonoridad que le resulta propia aun en diversas circunstancias musicales, compositivas o temáticas. En las demás obras, los instrumentos, la flauta, el clarinete en Si bemol, los graves de las cuerdas o la propia sonoridad grave del clarinete bajo, permiten que exprese mis músicas de la manera más aproximada a lo que deseo transmitir.

Pero resulta complejo explicar en pocas palabras ese devenir musical, que llevó su tiempo recorrer, hasta abordar este presente. Toda aquella música nutrió mucho de lo que escribo hoy. Sin embargo, en mi alejamiento del tango influyeron cuestiones ajenas a la música en sí, de las cuales prefiero no hablar. Algunos músicos y artistas que respeto y valoro me hablan del crecimiento de mi música. En lo personal estoy feliz de haber participado del grupo Espíritu en mi adolescencia, del tango en mi juventud, y ya un poco más maduro de un disco como Memoria y Tango -con Antonio Agri, Daniel Binelli y Guillermo Ferrer-, por la música escrita y por los intérpretes que participaron, artistas inmensos con vuelo propio que sumaron su talento.

Con la inmensa fortuna de contar con instrumentistas e intérpretes excepcionales, hoy veo crecer la música que escribo. En charlas con el maestro Simón Blech muchas veces surgía el asunto de las palabras referidas a la música académica. ¿O música culta? ¿Música clásica? ¿Música erudita? ¿Cuál de estas expresiones acierta o define con más profundidad la cuestión? Sinceramente, creo que ninguna. Pienso que a un mundo que destruye permanentemente lo sensible hay que oponer preguntas más certeras. Aunque no tengamos respuestas, deben hacerse preguntas más sabias, porque estamos rodeados de sonidos estúpidos a los que muchos insisten en llamar música. El objetivo es desparramar ternura y belleza, y recordar las palabras de Mozart cuando señaló que no es una inteligencia sublime ni una gran imaginación las que forman el genio, sino el amor. Eso es el alma del genio.

Pero si volvemos a la tierra y a nuestra realidad, yo diría que en mi música abundan las broncas, las tristezas y los laberintos de la vida misma. Siento que es muy acertada la opinión de Claudio Barile, cuando dice que mi música no suena, sino que late. Y no menciono esto por vanidad, sino porque refleja en tres palabras mucho del por qué escribo.

La imagen de la portada de este último disco es muy particular. ¿Por qué la elegiste? ¿Qué sentido tiene para vos?
Vivo el conurbano, además de vivir en el conurbano. La elegí porque remite a muchas cuestiones que de alguna manera provocan esas preguntas sabias que te decía recién. Es una imagen que interpela. El señor del carro trata de entablar un diálogo amoroso con la señora de la imagen, aunque en el carro lleve cosas deterioradas que fue juntando por el camino: una heladera que no funciona, puertas viejas, cartones… O tal vez lleva los resabios de una cultura que no da respuestas. Es un carro en camino al infierno. Ella lo sabe, y se despiden. Allá, en las puertas del abismo, lo espera el cancerbero. Pero aquí, en el mientras tanto, se las rebusca y viste pobreza. La necesidad de hablar y vivir puede más. Y ahí están, hablando, aunque no sepamos de qué. Entonces… ¡suena la música!… Y el caballo, aunque cansado, esta noche tendrá su comida. Aunque trabaja más de lo que debiera.

En el mundo real de mi barrio hubo, hace ya un tiempo, muchos carros con caballos, y éramos conocidos. Yo los conocía y ellos me conocían. Hoy los carros casi siempre son sin caballos. Puro cartón, y la tracción la hacen jóvenes o viejos, pero de a pie. Se ganan la vida así. Muchas veces los he visto pasar desde mi ventana mientras escribía mis notas. Ellos también están en mi música. ¿Por qué no en la portada del disco?

Discografía completa de Gustavo Fedel

 

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