EL BESO SIN CONSENSO, incoherencias animadas

Cultura de la cancelación y la censura, polémicas y malos entendidos en los medios

El teléfono descompuesto volvió a andar de maravillas. Semanas después de que corriera cual reguero de pólvora la especie de que la Universidad de Oxford quitaría la música clásica de sus programas de estudios, se supo del revuelo ocasionado por dos periodistas de un medio de California —el SFGate— en el que supuestamente se pedía que se cancelara la parte del beso final de Blancanieves, porque la doncella no había dado su consentimiento para que el príncipe la besara. No es la primera vez que periodistas arremeten contra los dibujos animados. Hace poco más de un mes, un columnista del New York Times, Charles J. Blow, lanzó críticas contra el hediondo galán francófono Pepé Le Pew. Speedy Gonzales también fue blanco del furibundo reportero. 

Pero esta semana se generó un verdadero escandalete con un informe que Julie Tremaine y Katie Dowd hicieran para el citado medio californiano. El asunto: la reapertura, después de más de un año, del mítico Disneyland y una crítica a uno de sus juegos, el Snow White’s Enchanted Wish, que de hecho es una versión que reemplaza el anterior Snow White’s Scary Adventures.

Después de abrir fuego mencionando “el gran problema de la película”, el artículo abunda en detalles de la novedosa atracción, con un balance positivo. Hacia el final, trata el tema del beso sin consentimiento, y plantea un interrogante: “¿No estamos ya de acuerdo con que en las primeras películas de Disney, el consentimiento es un tema importante? ¿Con enseñarles a los niños que un beso, cuando no se ha acordado que ambas partes participen de este, no es algo bueno?” Pero en ningún momento se pide explícitamente cancelación alguna. Sin embargo, los medios replicaron el asunto con el agregado del supuesto pedido de cancelación del beso. Y esto no es lo más llamativo del asunto.

Una cosa es la opinión que cualquier hijo de vecino comparta en una charla de bar, en una reunión familiar o en la parada del colectivo. Otra cosa muy distinta, y más grave, es que dos periodistas se expongan a un innecesario ridículo con algo tan banal y falto de coherencia. Tremaine y Dowd ponen el grito en el cielo por un simple beso del príncipe que, en definitiva, con consentimiento o sin este, saca a Blancanieves de su estado comatoso.

¿Se habrán percatado Tremaine y Dowd de que Blancanieves llegó a ese lamentable estado por femicidio? Quizás el atenuante para ellas será que fue la reina malvada —alguien de la “sororidad”— quien le dio a comer la manzana envenenada. ¿Hubieran reaccionado del mismo modo si, unas páginas antes, el cazador hubiera acatado la orden de la reina de asesinar a la inocente niña? ¿Dónde está el clamor de las periodistas por el abandono y maltrato intrafamiliar a una menor de edad? ¿Alguien les habrá recordado que se trata de una huérfana viviendo en casa ajena con perfectos desconocidos, y encima, varones, a quienes debe higienizar, cocinar, planchar y hacerles los demás quehaceres domésticos? Si esto no es “patriarcado”, ¿el “patriarcado” dónde está?

¿Qué tendrán que decir Tremaine y Dowd sobre los estereotipos que encarna cada uno de los enanitos? Un vago dormilón, un nerd, un cascarrabias, un eterno alérgico, un timorato pasible de bullying, un optimista contra viento y marea, y el tontito del grupo. Un dato más escabroso, que escapó a la mirada inquisidora de Tremaine y Dowd: los enanitos se inspiraron en los niños que, en la vida real, trabajaban en las minas del padre de la joven sobre la que se basó el personaje de Blancanieves. Sin embargo, en el artículo del SFGate, no hay ni una sola condena a la explotación infantil.

La cosa hubiese sido un simple remilgo de dos reporteras de uno de los tantos medios estadounidenses, de no ser que la noticia se propagó a la velocidad de la luz. Y con esto, el efecto “teléfono descompuesto”. Los distintos medios salieron a aseverar que en la nota había un pedido explícito de censura. Cuando, en realidad, y haciendo justicia a Tremaine y Dowd, una simple lectura al artículo original demuestra que nada hay de eso. Dicho sea de paso, cualquier pedido de censura sería incurrir en los mismos errores del pasado. Está visto que la censura no sirve de nada. El peligro que conlleva este tipo de cuestiones es que, amén de no conducir a nada productivo, puede devenir en intervención de agentes externos —por ejemplo, el Estado— en asuntos que son de competencia de la familia; ya ha habido casos de estos. Somos los padres quienes tenemos la responsabilidad de enseñar a nuestros hijos lo que está bien y lo que está mal.

Por otra parte, parece existir una irritante tendencia a mezclar ficción con realidad, como si fueran la misma cosa y merecieran caer bajo el análisis de una misma lupa. Y casi como un reflejo, viene a la mente un episodio suscitado a raíz de la telenovela Soy gitano: ante las críticas de que el tratamiento que Polka le estaba dando a la cuestión gitana se había salido de cauce, Betiana Blum, una de sus protagonistas, salió por los medios a decir: “Chicos, por favor, es ficción”. Y en tono de burla y mirando fijo a la cámara, reiteró con énfasis: “¡Fic-ción!”. Dejemos, por lo tanto, la ficción donde está y como está; démosle el valor que realmente tiene. La ficción es eso: ficción. La realidad, no lo es. Y ciertos periodistas, al igual que quienes abrazan causas de dudoso tenor, bien harían en ocuparse de los problemas reales. De esos que abundan, y que importan. Viviana Aubele

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