BORGES Y LA MEMORIA, de Rodrigo Quian Quiroga

Sin olvido no hay memoria, reflexiones sobre el cuento "Funes el memorioso"

“El trabajo del artista es profundizar siempre el misterio”, dijo Francis Bacon. En la historia conocida de la humanidad encontramos no pocos artistas que han rozado en la creación de su obra el enfoque científico, sorteando así las fronteras que delinean ambas disciplinas. Y hoy, científicos contemporáneos abrevan en inspiradas obras de ficción para encontrar pistas que dispararán nuevas investigaciones en sus campos de experimentación. Rodrigo Quian Quiroga es un neurocientífico nacido en Buenos Aires (1967), que encontró en el cuento Funes el memorioso de Jorge Luis Borges, la punta para desarrollar una teoría acerca del funcionamiento de la memoria.

Ireneo Funes es un peón de estancia en Fray Bentos, que allá por el 1886 y después de ser volteado por un caballo desenvuelve -a pesar de su condición de tullido- una fantasmagórica capacidad de recordarlo todo. Abarrotado de percepción, Funes era “el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso.” El narrador, pasmado por la monumental memoria del peón refiere sin embargo, casi al final -luego de escucharlo hilar recuerdos toda la noche-, que Funes no era muy capaz de pensar. “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer”.

Funes vivía cercado por la infinidad de detalles inmediatos, la mayoría irrelevantes. Esas líneas del cuento de Borges fueron el puntapié para que Quian Quiroga –guiado por María Kodama– tomase de todas las fuentes de las que bebió el autor para delinear a este personaje de singular don, que a los diecinueve años pierde la movilidad pero alcanza una suerte de inmortalidad perpetuada en la precisión de los recuerdos.

Entre el extremo de Funes y la amnesia hay un punto medio que es el que transita el hombre común. La memoria se genera en un área del hipocampo en el cerebro y se establece en base a conceptos, no detalles. Es decir que abstrae, generaliza y almacena una versión personal de lo acontecido. Con esas delicadas herramientas de olvido crecemos en el pensamiento, construimos nuevas ficciones o accedemos a descubrimientos. Aunque qué olvidar y qué recordar todavía no se sabe cómo y dónde se elige.

El misterio es grande aún, tanto para artistas como para científicos. El misterio es como el rostro de Funes, “monumental como el bronce, más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides”, una vez que amanece y el narrador le ve la cara a quien lo tuvo en vela toda la noche. Silvia Bonetti

Borges y la memoria
Rodrigo Quian Quiroga
Sudamericana
190 páginas

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