La escritora, correctora y docente Susana Lamaison, tiene una mirada profunda y conocedora sobre el lenguaje. También sobre el haiku. Su acercamiento a las letras, desde pequeña, le ha permitido establecer una relación singular con el mundo que la rodea, transitar duelos y ahondar su entendimiento de la vida y de las palabras. Piensa que el dolor nos hace más humanos, y poner en palabras el sentir ayuda a dimensionar y a entender el sentimiento.
Perderse en la poesía de esta autora es aprender a recorrer el camino del haiku, adentrarse en la cultura oriental y también seguir el rastro de sus antepasados en viajes que ha retratado virtuosamente. Leer sus poemas es una oportunidad de apreciar minuciosas descripciones, de descubrir un mundo rico en imágenes y de volver al pasado, a la infancia, como un lugar para revivir emociones, por medio de una voz madura que vuelve tras los pasos de esa niña que una vez fue. “A conjugar se aprende, más tarde o más temprano. Lo difícil es vivir”, leemos en uno de sus libros.
Susana Lamaison nació en Buenos Aires. Es Profesora en Lengua, Literatura y Latín, y Licenciada en Letras. Se dedicó a la enseñanza secundaria y universitaria, y coordinó Talleres Literarios y de Lectura Acompañada. Se desempeñó como Directora de Extensión Cultural y Correctora Literaria Institucional en la Universidad de Morón. Es miembro de la Fundación Internacional Tōzai donde es Correctora y forma parte del Jurado del Certamen Internacional de Poesía Haiku.
Publicó los libros de poemas: Por la Rama del Paraíso, De olvidos y memoria, Palabra en el tiempo, Evocación (1.er Premio Concurso Internacional de Poesía Editorial Hespérides). Y de haiku: Caerá otra lluvia…, Haiku para la vida, Como se van los pájaros…, Haiku de los días largos, Haiku de los días vacíos. Y en Prosa Poética: Verbos de difícil conjugación. También, el Haibun: Memoria de las piedras. Colaboró en más de 15 Antologías en prosa y verso, y en otras tantas publicaciones periódicas.
Conversamos con Susana Lamaison:
¿De dónde creés que nace tu amor por la literatura?
Mis padres y mis abuelos fueron personas muy cultas con un marcado interés por la literatura. Nuestra casa estaba llena de libros y mi madre era una lectora voraz. Nunca he visto a alguien que tuviera un manejo tan perfecto de nuestro idioma. De ella recibí Las cien mejores poesías de la lengua castellana, con compilación de Marcelino Menéndez y Pelayo, cuando tenía unos pocos años, al que le siguieron las Rimas y Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. El Diccionario era un miembro más de la familia. Se podría decir que entre sus amigas y vecinas tenían conformado un Club de Lectura, donde los libros iban y venían. Además, teníamos el precioso hábito de dialogar en la mesa sobre todos los temas.
De niñas, mi madre y mis tías copiaban poemas, los ilustraban y los recitaban de memoria en sencillas competencias infantiles. También representaban breves obras de teatro en el jardín. La literatura estaba en el ambiente. Recuerdo con placer cómo mi abuela me relataba las novelas Los Pasos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán, o el Ruedo ibérico de Ramón del Valle Inclán. En su juventud, había sido una lectora transgresora y había procurado -no sin esfuerzos- todas las lecturas que no se consideraban aptas para “niñas” de su edad, igual que más tarde lo hizo mi madre.
Mi abuelo, en cambio, era un estudioso de la historia argentina, en particular, de las cartas de San Martín, y mi padre, un apasionado lector de Anatole France. Con él teníamos contiendas verbales cuando yo era estudiante del Profesorado, porque él recordaba de memoria Las Catilinarias de Cicerón, en latín, y las Fábulas de Esopo y la Eneida de Virgilio, que había estudiado en el Colegio Nacional Buenos Aires. Mi hermano, en cambio, leía con entusiasmo a José Ingenieros, a Eduardo Mallea, a Ortega y Gasset…
Como síntesis puedo decir que de mamá aprendí a valorar la palabra y a usarla con precisión, y de mi padre, aprendí a leer entre líneas. Luego vino la pasión que me llevó del Magisterio al Profesorado en Lengua, Literatura y Latín, y después, a la Licenciatura en Letras.
¿Cómo surge tu libro Verbos de difícil conjugación Ser/Estar…? ¿Cómo surge la idea de escribir relatos a partir de verbos irregulares conjugados en el pasado en pretérito imperfecto?
Todos mis textos son exhalaciones del alma, no escribo para nadie, solo lo hago para mí misma. Siempre soy intimista, tanto en verso como en prosa, aunque no me lo proponga. Ese pequeño libro, Verbos de difícil conjugación, al que le tengo mucha estima, tiene que ver, entre otras cosas, con que para mí, como docente, ha sido siempre un contenido programático más, el verbo irregular y sus distintas clases. En todas las lenguas que conozco, los mencionados allí son verbos de irregularidad propia (no común) y suelen ser los que más problemas ocasionan a los alumnos. Pero, además, son verbos muy comprometidos con la circunstancia de existir: ser, estar, hacer, haber, tener, decir.
La primera línea fue un disparador de recuerdos y de situaciones de la infancia y algo más, y también de cuestionamientos de la vida toda. Me ha servido para fijar imágenes y situaciones que no quiero olvidar y que me llenan de ternura y, a veces, de un poco de pena.
El uso del Pretérito Imperfecto Indicativo (en el que algunos de ellos no son irregulares como “estar”) ha sido una cuestión solo relacionada con el tiempo narrativo por excelencia, y la repetición, un comodín sonoro y afectivo, como si yo misma me estuviera contando parte del relato de mi vida.
¿Qué reflexión podrías hacer sobre la frase que se lee en la contratapa del libro: “A conjugar se aprende, más tarde o más temprano. Lo difícil es vivir”?
Tal vez ironizo con la dificultad lingüística de las conjugaciones verbales en términos del aprendizaje de una lengua, para aceptar que lo que es realmente complicado y para lo que no tenemos enseñanzas, es para VIVIR nuestra vida de todos los días.
¿Se podría decir que el libro está compuesto por capturas de recuerdos que apelan a la emoción?
Así es, aparecen los recuerdos más bellos y los más duros o dolorosos, todos procesados con el mismo amor, y todos absolutamente veraces.
¿Cómo surge Memoria de las piedras, esta colección de relatos de viajes?
Tengo especial inclinación por las piedras que para mí no son elementos inertes y fríos sino que atesoran una vida remotísima que no podemos ni siquiera imaginar en términos de tiempo. He juntado piedras toda mi vida y algunas me han acompañado siempre en bolsillos o carteras.
Memoria de las piedras surge porque, como creo en la memoria que las piedras encierran, y pienso que también ellas nos permiten memorizar a personas, lugares o circunstancias, sentí la necesidad de dejar constancia de algunos episodios que se vinculan con ellas: por ejemplo, las piedras de la más antigua casa de mi familia Lamaison, del sigloXVII, en Lurbe Saint Christau, Francia, escondida prácticamente bajo gigantescas coníferas.
En esos viajes, el primero de los cuales solo tuvo el propósito de conocer los lugares de nacimiento de mis cuatro abuelos, recogí y traje piedras y también arrojé al agua otras, en el Finisterre, en el Gave de Lasseube, en el Sena, como quien deja parte de sí, en un deseo de permanecer en aguas que sus ancestros vieron, o bajo cielos que los cubrieron en otros tiempos.
Fue dejar un fragmento de mi amor por personas que ya no están y que hubieran querido compartir esos viajes conmigo, y en otros casos, fue un acto de justicia a la memoria de las mujeres judías, por ejemplo, deportadas durante el Holocausto.
Haiku de los días largos es un homenaje a Natsume Sōseki, ¿cuál fue tu vínculo con su poesía?
Durante el primer año de la pandemia leí mucho, en especial a Natsume Sōseki, considerado el autor más leído de la literatura nipona por el profundo simbolismo de su obra y su sensibilidad exacerbada.
Me atrapó con sus novelas La puerta, tercera parte de una famosa trilogía, y Almohada de hierbas o Kusamakura, tal vez porque ambas representan un viaje, un do, una búsqueda. Esta última es una novela haiku, como él mismo dice, escrita en un tiempo muy breve durante la guerra con Rusia en 1905, y tiene una finalidad puramente estética.
Sentí que con mis libros Haiku de los días largos y Haiku de los días vacíos debía rendirle homenaje a su sensibilidad, su cultura, su postura crítica a una europeización que arrasaba con el modo de vida tradicional de Japón, sus crisis, y la depresión que su lucha le ocasionó.
¿Qué detalles de tus viajes por Francia y España (donde hubo un reencuentro con el pasado y la familia) pudiste plasmar en tus relatos?
He mirado con los ojos del alma los lugares que me recordaban los relatos de mis abuelos. Así he visto, en mi imaginario, a mi abuela caminando por el Paseo de Los Poetas en la Alameda, o a mi abuelo como monaguillo en la majestuosa Catedral o como estudiante en la Universidad de Santiago de Compostela.
He podido ver la casa cuna de la familia Lamaison y vivir en la casa cuna Couratte Arnaude, de más de 300 años, he cenado en otra, también de 400 años, no puedo explicar la emoción que, para alguien como yo, representa imaginar cuanto sucedió bajo esos techos. Pero lo más extraordinario ha sido conocer y sentir tan cercanos a mis familiares, hasta hace unos años desconocidos por mí. Son puro amor, cordialidad y simpatía.
¿Cómo se fue dando en vos la escritura de haiku y tu acercamiento a la cultura japonesa?
Comencé mis estudios de haiku en la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, en los llamados Encuentros de Estación, dirigidos por María Kodama e Irma Zangara. Durante muchos años presenté a mis alumnos del secundario al Concurso que organizaban, con excelentes resultados. Para enseñarlos, empecé por estudiarlos y escribir mis propios haiku.
Simultáneamente, hace más de 30 años, tuve el privilegio de contactarme con la Fundación Tōzai (Oriente-Occidente), donde conocí a los grandes haijines que tuvo nuestro país, como la pionera Neri Mendiara, Masanao Kobayashi Sensei, Ángela Molina Alonso, discípula de Tomiji Kubota, Adrián Ramos, Cecilia Tapia, Gloria Benítez, y a una gran estudiosa que dirige la Fundación que es la Profesora e Investigadora Stella Maris Acuña.
Por su intermedio me vinculé con las hermanas Norma y Orlanda Yokohama, otras cultoras del haiku, cuyo padre fue el fundador del Museo de Arte Oriental, y más recientemente, con la Dra. Kajoko Ijiri, quien comparte con nosotros la responsabilidad del Jurado que elige los haiku ganadores, procedentes de todas partes del mundo, junto al Profesor griego Christos Toumanidis, y a otros. También tuve el placer de compartir las enseñanzas de la Ceremonia del Té, de Norma Yokohama y de que me lo sirviera con sus propias manos en su inolvidable casa de Avda. Luis María Campos, en Belgrano.
Fue en mi hogar donde adquirí el amor por la cultura oriental. Nuestra casa estaba llena de japonerías y chinerías, en platos, potiches, tazas, abanicos, figuras. Además las circunstancias, que nunca son casuales, me acercaron a la práctica del bonsái con Hideo Sugimoto Sensei, uno de los fundadores del Jardín Japonés de Buenos Aires y al origami, de la mano de la invalorable Susana Tanaka de Arashiro. Asimismo, tuve el enorme gusto de ver pintar Sumi–en su estudio a la encantadora Kuka Díaz de Bellusci, quien pintó para mí Jacarandás 1, la tapa de mi primer libro de poesía haiku, Caerá otra lluvia. Grandes y queridos amigos, muchos de los cuales ya han partido.
Como correctora, ¿cuál sería la observación sobre el uso del lenguaje en los medios y las nuevas generaciones?
Asistimos a un marcado deterioro del lenguaje oral y escrito, en todos los medios y en todos los ámbitos. No solamente se habla en forma incorrecta sino vulgar. Hay una espantosa carencia de vocabulario y una inconcebible falta de coherencia expresiva. La lengua es rica en niveles lingüísticos pero hay una generalización de la grosería, la chabacanería, la ordinariez, que salen de su contexto posible, por propio o adecuado a la circunstancia lingüística, y se extienden de manera corriente y sin razón de ser entre todos los hablantes. Cualquiera dice impunemente groserías o juega con el doble sentido procaz de un término, y esto sin mencionar el mal uso con finalidades populistas de las terminaciones de género y de número, de palabras que a veces ni siquiera son nombres sustantivos o adjetivos. Sucede en todo espacio: desde los discursos políticos, la publicidad, las traducciones, las noticias, con entrevistados, periodistas, gente del espectáculo.
Disiento con la aceptación en algunas provincias y en centros de estudio o de gestión pública del uso de esa falsa terminación que se ha dado en llamar ”inclusiva”, cuando no hay nada más inclusivo que decir “todos”, “argentinos”, “ciudadanos”, “niños”, o cualquier otra voz similar.
¿Se ha afianzado el haiku* como forma literaria en nuestro país?
El haiku está hoy muy difundido en nuestro país a través de Fundaciones que organizan cursos, seminarios y concursos, y hay numerosos poetas atraídos por su encanto y belleza. Sucede que existe una tendencia en algunos poetas a no respetar la métrica establecida para el haiku en español, y eso genera ciertas fricciones y choques de opiniones. No solamente se altera la métrica sino que muchas veces no se logra que los versos trasmitan lo propio del haiku.
¿Puede ser la escritura un modo de profundizar la nostalgia o un modo de sanar viejas heridas?
Creo particularmente en la curación por la palabra, de hecho hace más de 25 años que me psicoanalizo con un gran profesional, que además de lo suyo, conoce el mito, el teatro clásico y la literatura en general. A través de la palabra podemos rever y elaborar situaciones que nos han afectado o marcado de una manera determinada. En el relato de cuanto hemos vivido y bajo una conducción terapéutica de excelencia, podemos encontrar sentido o explicación a aquello que no entendíamos o que nos perturbaba, por lo general, sin advertirlo. Allí reside la aceptación de lo que nos ha tocado vivir a nosotros mismos y a nuestro grupo familiar, y aun a la sociedad toda.
La nostalgia o la tristeza son tan nuestras como la ilusión, la esperanza o la alegría. Hemos de aprender a convivir con ellas y no creo que la escritura sea un medio para agudizarlas, sino para ponerlas en la palabra, entenderlas y dimensionar al mismo tiempo el verdadero sentido de cada una. Pienso que el dolor nos humaniza y no reniego de él, contrariamente, le agradezco el hacerme sentir más “persona”, y el haber ampliado mi grado de comprensión del otro.
*Lo esencial es que el haiku corresponda a una sensación, no a un razonamiento o deducción; que trate de la naturaleza en sentido amplio, abarcando asimismo lo humano. Deben primar la delicadeza, sinceridad y espontaneidad. El haiku es una forma de expresión poética de la experiencia. Aunque el fenómeno cantado sea muy pequeño, lo que el poeta experimenta es la realidad escondida detrás de lo concreto que está expresando. Lo que dice un haiku no es su contenido manifiesto sino lo que dice sin decir, en su reducido espacio de 17 sílabas métricas, distribuidas en tres versos de 5, 7 y 5 sílabas respectivamente.
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