LA CASA DE BERNARDA ALBA, como en cuarentena

La tercera obra de la trilogía rural de García Lorca, en versión de Mario Camus

La casa de Bernarda Alba (1987) – Reparto: Irene Gutiérrez Caba, Ana Belén, Florinda Chico, Enriqueta Carballeira, Vicky Peña, Aurora Pastor, Rosario García Ortega, Mercedes Lezcano – Autor: Federico García Lorca – Dirección: Mario Camus

En 1936, Federico García Lorca era fusilado por las fuerzas leales a Franco en un episodio terrible, que dejaría al mundo de las letras sin el dramaturgo y poeta andaluz que le cantó a la luna luna, a Preciosa y a Ignacio Sánchez Mejías. Poco antes de su asesinato, Federico terminó La casa de Bernarda Alba, considerada la tercera parte de lo que se ha dado en denominar la “trilogía rural”, junto con Bodas de sangre y Yerma. La obra se estrenó post mortem, en nuestro Teatro Avenida, en marzo de 1945.

Federico empleaba un lenguaje sencillo en sus obras de teatro, sin extravagancias, pero con muchísimo temperamento y marcado simbolismo. En esta obra en particular, los diálogos son más crudos y ácidos que en las otras dos, se apela menos a lo poético (más recurrente en las otras dos), y el agobio y la asfixia que suscitan la figura de Bernarda, la “fuerte como un oso” -tal el significado de su nombre- es exasperantemente palpable.

Bernarda Alba vive siempre pendiente de cuestiones diversas: el chismerío del pueblo, que la casa no solamente sea sino que parezca un lugar decente, de cada paso o pestañeo que den cada una de sus cinco hijas que perfilan para vestir santos. Bernarda se obsesiona por tener todo bajo control, desde la más mínima suciedad en los cristales hasta las emociones más íntimas de sus hijas, y llega a extremos inusitados con tal de neutralizar los qué dirán. Hasta que ocurre el suceso disparador.

El apetecible Pepe el Romano, figura ausente en toda la obra pero omnipresente desde el primer acto, llega para alterar el férreo orden y el perturbador equilibrio establecido por la matriarca: pretende a la mayor, Angustias, hija de un primer matrimonio de Bernarda, y -por qué no- la cuantiosa fortuna heredada de su padre. Pero tiene relaciones con la menor, Adela, (cuyo nombre significa “noble”, pero que en la realidad dista de serlo), y para peor, Martirio, la cuarta en orden de nacimiento, sufre un ídem porque ama a Pepe y resiente que este no se fije en ella. Y en cierto modo, Martirio repite las actitudes de su madre intentando ejercer un débil control sobre su hermana menor.

Hablando de disparador, es justamente un disparo lo que hace que la acción se precipite hacia un desenlace trágico, como sucede en las otras obras de la trilogía, aunque sin balas. El ojo panóptico de Bernarda no alcanza a ver lo que sucede en las rejas de su mismísima casa entre Pepe y la desatada Adela, cosa que sí advierten Poncia, la criada más vieja, y Martirio. Y Adela, cual Julieta lorquiana, prefiere la muerte antes que ser privada de los amores de Pepe, quien en realidad, escapó a lomo de caballo de los escopetazos de su ex futura suegra.

Mario Camus dirigió en 1987 una formidable versión en película de La casa de Bernarda Alba que les ofrecemos aquí. En líneas generales, esta adaptación no se desvía de la diseñada por Federico García Lorca, excepto en la inclusión de actores masculinos, que por lo general no hablan y que en el original no aparecen. Es un verdadero acierto en cuanto a vestuario, ambientación y espíritu de la época y el contexto que García Lorca se propone plasmar en la obra.

Soberbias interpretaciones de todo el reparto, entre quienes se destaca Irene Gutiérrez Caba, la adusta y agriada Bernarda de mirada penetrante e inquisidora. Una estupenda Ana Belén es la rebelde Adela; Florinda Chico es la sensata Poncia; Victoria Peña es la sufrida pero decente Martirio. La opresión y el resentimiento se sienten en cada bastonazo de Bernarda, en cada mirada de odio o de resignación de alguna de las hijas.

Mario Camus tuvo el tino necesario para que incluso las blanqueadas paredes de la casa de Bernarda Alba respiraran frustración y rencor a causa de tanta sensualidad reprimida, pero que, a la vez, impidieran que en el pueblo se supiera que Adela no había muerto virgen. Viviana Aubele

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