En el inusual escenario de La Manufactura Papelera, se ofrece La Casa Alba o la otra orilla del mar, revisión del clásico La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, estupendamente adaptada por su director Edgardo Dib. Cuando hablo de escenario inusual me refiero al lugar en sí, que no es precisamente una sala de teatro, y ahí reside parte del atractivo.
También hablo del escenario demarcado por un círculo blanco de sal gruesa, del cual no salen -ni deben hacerlo- las actrices que participan… excepto que alguna se rebelara contra el estricto control de una madre que ha perdido a su marido y exige 8 años de luto en donde no deberá entrar a esa casa “ni el viento de la calle”.
8 años de luto para 8 mujeres que no son iguales ni física, ni psicológica, ni siquiera espiritualmente, encarnadas por un grupo de actrices que son capaces de meternos en su mundo de agobio, de claustro, de opresión, de esclavitud y autoritarismo.
8 años que coincidirán con la juventud de las cinco hijas de Bernarda -sumida en la represión, la hipocresía y el convencionalismo característico de la España de principios del siglo veinte-, quien velará por el honor de ellas, todas solteras. Pero dentro de la casa habrá intrigas, represión, rebeldía, locura y muerte.
El público rodea el círculo y se incorpora a la tragedia, la palpita, la sufre. Parece imposible la “coreografía” pergeñada por Edgardo Dib para cada movimiento, pero ellas saben moverse y expresar sus sentimientos, haciéndolo en forma muy pareja, otro mérito de la dirección. Pocas veces se ha visto tanto arte y plástica en escena, nada es casual, todo detalle ha sido cuidado, desde el movimiento de los abanicos hasta los cántaros de agua que se derraman.
El estupendo vestuario es un aditamento tan bien logrado para crear el clima necesario, que no hace falta otra escenografía más que la luz y la natural madera del piso del antiguo edificio, creando un clima mágico.
Destacar a Marta Montero -en el papel de la criada-, a Stella Brandolín -Bernarda Alba-, y a la muy joven Mariana Gutiérrez -Adela-, no es de ningún modo quitar méritos a todas y cada una de estas actrices que llevan el sello lorquiano en la personificación concienzuda y sustanciada de las mujeres de este drama.
A veces es muy bueno salir de la Avenida Corrientes al encuentro de otras propuestas teatrales. Esta lo merece ampliamente. Es una lección de teatro en serio, mayúsculo, profesional. Martin Wullich
Se dió hasta mayo 2009
La Manufactura Papelera
Bolívar 1582 – Cap.
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