JOSÉ MARÍA VILCHES, in memoriam

A 30 años del adiós al Bululú

“Ganaste”. Una sola palabra bastó para identificar la inconfundible voz de José María Vilches desde la otra punta del teléfono. Chemari -así le decían sus amigos- me anoticiaba que había decidido que su próxima temporada teatral en Mar del Plata la haría en el Teatro del Notariado, al que lo habíamos llevado –con la complicidad de Pupeto Mastropasqua– para que cambiara la pequeña sala de un sótano en la que había hecho sus últimas funciones.

Eran los primeros días de octubre de 1984. Fue la última vez que hablamos. El 16 de ese mes –hace exactamente 30 años- José María Vilches, el actor que con sus unipersonales y los maravillosos textos clásicos y contemporáneos que elegía había devuelto a nuestra ciudad lo mejor de la esencia teatral, moría en un accidente automovilístico en inmediaciones de Las Flores. Angelo Marigonda, su asistente y Willy Wullich, su productor, habían quedado heridos.

Me enteré de la tragedia de una manera muy curiosa. Estábamos en una sesión tumultuosa en el Concejo Deliberante, con una barra enardecida no recuerdo por qué tema. De pronto, tras cruzar todo el reciento, el mozo del HCD se me acercó y con una insólita fórmula me preguntó: “Che… vos que andás con eso de la cultura… ¿a que no sabés qué artista se mató?”. Y enseguida acotó: “Vilches”.

Pues a mí sólo me cayó la ficha cuando Laura Bucci, sentada a mi lado y empleada en el Concejo le dijo: “Ché, no se lo digas así que son muy amigos”. ¿Qué habrá hecho que aquel hombre atravesara ese pandemonium y viniera directo a mí a darme la noticia? No lo sabré nunca.

En nombre de Angel Roig nos comunicamos con el intendente de Las Flores para interesarnos por los heridos y pedirle que hiciera lo que estuviera a su alcance para procurarles la mejor atención.

Vilches y la ciudad

Chemari había llegado a la Argentina de su España natal en 1962 para trabajar en la puesta de Yerma que Margarita Xirgú dirigió en el Teatro Odeón de Buenos Aires. Nunca más se fue. Pero fue El Bululúque estrenó en 1974- la obra con la que se recuerda más a José María Vilches, pues esa pieza se convirtió en leyenda. Llegó a hacer 4.500 funciones y recorrió –como el artista trashumante que evocaba- más de 40 mil kilómetros visitando pueblos y ciudades.

Luego vino A las mil maravillas y más tarde Donde madura el limonero. Con esas tres obras, Vilches se consagró como un actor de culto que también alcanzó gran popularidad si tenemos en cuenta que el género que transitaba no es precisamente de convocatoria masiva.

Sin embargo recuerdo la sala colmada del Auditórium, cuando hizo una función de El Bululú a beneficio de la Biblioteca del Sindicato de Trabajadores Municipales. Cada noche de las varias temporadas marplatenses nos encontrábamos después de la función para salir con amigos. Aquella vez fue la última de las muchas que vi El Bululú. Vilches tenía 40 grados de fiebre y el médico, aplicándole una inyección en el camarín, le dijo que no podía hacer la función.

Sonreimos pensando en la inocencia de ese joven doctor que creía que podía pararlo armado sólo con ese consejo. Chemari hacía los mutis tomándose del telón para no caerse. Si habitualmente perdía dos kilos con su interpretación, ese día debe haber duplicado esa cantidad. La función resultó soberbia.

El Premio Vilches

En diciembre de 1983 asumió la nueva gestión de gobierno. Elio Aprile, flamante secretario de Educación y Cultura, había decidido que en el marco de los Premios Estrella de Mar -que entregaba entonces la Secretaría de Turismo-, también su cartera entregara un premio a la obra que se considerara de mayor excelencia y que defendiera valores culturales.

Chemari, con su Donde madura el limonero, era obviamente número puesto. En marzo de 1984, pues, Vilches se alzó con la primera edición de ese premio y con varios rubros del Estrella de Mar. Recuerdo haberle ayudado a cargar esas estatuillas en su coche. Las radios promocionaban los últimos días de su espectáculo diciendo…. “se va una estrella de mar”, lo que a Chemari le hacía muchísima gracia. Sus códigos para el humor son exclusivo motivo de otra nota.

Pocos después quedamos estupefactos con la noticia de su muerte. No hubo duda alguna de que aquel premio debía llevar su nombre. Dimos el primer Premio José María Vilches a Muerte accidental de un anarquista que protagonizaba Patricio Contreras. Aquella entrega fue sublime, mágica. El difícil tono que había que encontrar entre la tristeza por la pérdida y la alegría de un premio, lo lograron evocaciones impecables de sus amigos y colegas. Recuerdo muy particularmente las de Enrique Pezzoni y Norma Aleandro.

Nuestra ciudad recuerda generosamente a José María Vilches. No es un reconocimiento gratuito. Es cierto que fue muy feliz aquí, pero él dio a Mar del Plata páginas inolvidables de lo que podríamos llamar el mejor teatro. Acaso puedan también los concejales pensar en que algún espacio público, o tal vez una calle, honre aquella entrega.

Termino estas líneas fusilado de melancolía por la evocación de aquella inconfundible voz… y ese acento del inolvidable amigo… y lo que más de una vez le escuché decir: “no le tengo miedo a la sala vacía. Me importa tener éxito frente a mí mismo, no traicionarme, actuar para diez personas con las que puedo tener algo en común”.  Nino Ramella

José María Vilches en Wikipedia

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