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Vilches vive porque es inolvidable. Es común que cuando se le pregunta a alguien si lo vió, conteste que lo hizo más de una vez. Porque eso provocaba con sus obras, la necesidad de volver a verlo, porque siempre se descubría algo más. Por eso el Premio más querido por la comunidad teatral en verano lleva su nombre: José María Vilches, un premio que reciben aquellas obras en las que se destacan valores éticos y estéticos, así como su contribución a la prédica de la libertad, de la dignidad humana y de la paz.
Por eso se hace esta exhibición, en el marco de la presentación de una versión -que también es homenaje- de El Bululú, bellamente interpretado por Osqui Guzmán, con dirección de Mauricio Dayub y con el sello del Teatro Nacional Cervantes.
Refiriéndose al actor y a la muestra, Nino Ramella -Director General de la Casa de Mar del Plata en Buenos Aires- dijo: “José María Vilches y Mar del Plata componen una muy extraña historia de amor. No podía ser común, claro está, pues ni a Chemari ni a la ciudad puede entendérselos como a cualquier persona o a cualquier ciudad. Once hermanos -él uno de los menores- compartían la casa familiar en Alcalá de Henares, donde nació. Nada más supimos sus amigos argentinos de aquel pasado deliberadamente clausurado y por eso muy presente. Había llegado en el año 1962 a la Argentina para hacer una temporada. Se quedó para siempre. Decididamente no tocaba la misma cuerda que el resto de los actores. Tampoco la de sus amigos. El veía lo que nadie más. Con un mínimo gesto que observara componía un mundo”.
“Chemari tenía sus tiempos y nadie, absolutamente nadie, podía invadirlos. Podía ser impenetrable y no pocas veces ácido. Quien no lo conociera podía correr el riesgo de una experiencia inolvidable. Y también era el ser más vulnerable que pudiera existir. Si aquellos versos de Borges… un símbolo, una rosa, te desgarra / y te puede matar una guitarra… parecían escritos para él. Su camarín, con innumerables amuletos respirando un eterno incienso, fue acaso el refugio sin profanar de un actor total que puso su completa energía, su libido y también su salud al servicio de lo que hacía y proyectaba arriba del escenario”.
Ramella también recuerda que “en los momentos previos a una función de El Bululú (acaso la última) en el Teatro Auditorium, a beneficio de la Biblioteca del Sindicato de Trabajadores Municipales, un médico atendía a Chemari, cuya fiebre alcanzaba los 40 grados. Le dijo que no podía hacer la función. Por supuesto la hizo. En los mutis se aferraba al telón para no caerse. Si en funciones normales perdía dos kilos por el líquido que exudaba, ese día debe haber perdido el doble”.
“Lo único que importaba en la vida -recuerda Ramella- era lo que sucedía en el escenario. Willy Wullich debía sobornar al encargado del edificio en el que funcionaba el Teatro Re-Fa-Si para que a la hora de la función no viera televisión porque su sonido se filtraba al escenario. Otra vez, como si su mirada fuera un mortal rayo láser posándose sobre una señora que no dejaba de hablar, exigió que la sacaran junto a su amiga de la sala. Me acuerdo también de una función para adolescentes en Necochea. Un chico puso su grabador en el proscenio y Chemari disimulando en medio de unos pasos de baile le pegó tal patada al aparato que voló hasta la última fila”.
“Mi última charla cara a cara con Chemari fue a finales de la temporada 84. Las radios decían promocionando sus últimas funciones… “se va una estrella de mar”, aludiendo a las muchas ternas de ese premio que había ganado. Él no paraba de reírse y con su particular acento se despedía diciendo… se va una estrella de mar. Quise convencerlo de que cambiara de sala. Lo llevé al Notariado”.
Y Ramella no olvida que Chemari exploró una y otra vez el escenario, que por su diseño irregular le traía inconvenientes de puesta. “Además, muy cerca una sala tenía fama de mufa y él era muy supersticioso. De todas maneras, pocos días antes del terrible accidente, me llamó por teléfono y me dijo: “Ganaste. Voy a firmar con el Notariado”.
“José María Vilches está asociado a momentos maravillosos de mi juventud -reconoce Ramella- pero, más importante que eso, está asociado a lo más sublime de la historia teatral de esta ciudad en la que fue muy feliz”.
Se exhibió hasta fin de febrero 2011
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