«Finalmente el público reconoció a un hombre de gran estatura, como un abeto en el bosque, cuya música transmite un enorme poder»(*). Esta cita le corresponde al New York Herald y fue escrita en 1893. Por supuesto no fue a propósito de Xavier Inchausti, pero se acopla perfectamente a su ejecución en el concierto que ofreció, junto a Paula Peluso en el piano, y por eso encajan ahora, 122 años después, como palabras justas.
Inchausti es virtuoso. Lo más notable del virtuosismo, independientemente del arte que lo motive, es la apariencia de facilidad que muestra. Desde ya que una parte -en general mínima- de talento puede ser innata, pero no hay duda de que la destreza, velocidad, memoria, plasticidad y demás atributos que caracterizan a un virtuoso, en este caso a un violinista, se estudian, se estimulan, se entrenan.
Fueron notables ambas actuaciones. Peluso buscó la mirada de Inchausti seguidamente, estuvo atenta, fue cuidadosa para no opacar las cuerdas; cuerdas que por otro lado, fueron tocadas con pasión y eso devino en cerdas de arco rotas, gesticulaciones, respiración entrecortada, sudor.
El repertorio fue colorido. Hubo obras como la Sonata para violín y piano en mi bemol mayor op. 18, de Richard Strauss, que es como un impulso evocador. También hubo cadencias sutiles, casi con sabor dulce, en el Capricho sobre un estudio en forma de vals, op. 52, de Camille Saint-Saëns que tamizó Eugène Ysaÿe.
La rapidez impresionante que exige Fantasía sobre temas de la ópera Carmen, op 25, de Georges Bizet recreada por Pablo de Sarasate, Oblivion y Adios Nonino, de Astor Piazzolla, contaron con el oído cómplice de un público que, por reconocer los temas, sumó otra cuota de satisfacción general.
Existe la música. Existe la belleza. Hay quienes dedican sus esfuerzos para acercar al mundo a ese lugar. Inchausti es una de esas personas. Natalia Mejía
Fue el 18 de noviembre de 2015
Teatro Coliseo
M. T. de Alvear 1125
(011) 4816-3789
(*) Fue en ocasión del estreno mundial de la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Antonin Dvořák, el 16 de diciembre de 1893, en el Carnegie Hall de New York.
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