¿Qué hacer con los borradores de un escritor cuando este fallece? Hablamos, claro está, de un escritor del calibre de Abelardo Castillo, en cuyo caso resulta claramente esperable hallar papeles valiosos que de seguro han quedado demorados en carpetas y cajones diversos, o bien en el disco rígido de una computadora, esperando el momento de convertirse en obra.
¿Con qué criterio separar los textos inconclusos de valía del resto? Es decir, aquello que desmerecería la memoria del autor por no haber sido pulido, por no haber madurado. ¿Cómo hacer justicia mediante esos textos al autor sin traicionarlo? En definitiva, ¿cómo distinguir -como se dice vulgarmente- la paja del trigo?
Planteado el problema, el trabajo resultante será prácticamente de autoría compartida. El autor por una parte, el curador de los contenidos por la otra. Este es entonces un libro de Abelardo Castillo, pero también de su amigo Vicente Battista. Él fue el encargado de revisar, compilar y organizar el material disperso. Y de una manera extraordinaria le fue posible hacerlo en función de una temática en particular: reflexiones sobre el acto de escribir, sobre el arte de la literatura y la naturaleza del escritor.
La literatura, por lo poco que sé de ella, nace quizá de una fuerte tendencia a la incomunicación o a la mala comunicación. Un escritor de ficciones es alguien que en la vida cotidiana muy raramente puede comunicar lo que siente, sus miedos, sus admiraciones, sus pasiones, su amor. Es algo así como esa mirada de sorpresa ante lo real de la que hablaban los griegos: la que al filósofo le permite reflexionar y, al escritor, escribir».
Señalan las líneas -presentes en la contraportada del libro- que Castillo en el fondo no creía en la eficacia de los talleres literarios, muy a pesar de que dictaba el que acaso fuera el mejor taller de Buenos Aires. Y arriesga luego la posibilidad de que en verdad no sean las enseñanzas explícitas de un maestro las que realmente aporten un aprendizaje, sino el hecho mismo de estar cerca del mágico momento creativo.
En cierto sentido, es lo mismo que sucede con este libro, en el cual Castillo no nos dice, a la manera de un manual, qué debemos hacer o qué técnicas deberíamos aplicar para ser escritores, sino que nos expone al arte mismo del escritor, para que nos empapemos del mismo y luego hagamos con eso lo que se nos ocurra.
La literatura es, entre muchas otras cosas, una especie de autoanálisis inconsciente. Tal vez yo no pueda saber cómo soy ni pueda explicarlo, pero, en mis libros, mis personajes son quienes me dicen cómo soy. Sobre todo cuando actúan de una manera en que yo no actuaría, están, de algún modo, denunciándome. Dicho sea de paso, Pablo Neruda lo expresó mucho mejor: «Si me preguntan qué es mi poesía debo decirles: no sé; pero si le preguntan a mi poesía, ella les dirá quién soy yo».
Como si fuese un maravilloso rompecabezas que se va armando de manera espontánea ante nuestros ojos, esta magnífica compilación de fragmentos va mostrando, conforme uno pasa sus páginas, una coherencia admirable, como si hubiera sido realmente el propio Castillo quien hubiese definido el orden de los mismos. Evidentemente hay detrás del trabajo de curaduría un verdadero conocimiento del autor y de su pensamiento. Y en las palabras de Castillo, por supuesto, hay brillantez en las ideas que transmiten, y belleza en el modo en que son expresadas.
Pero hay además un material valiosísimo para quien busque acercarse a los secretos que son propios del arte de la escritura. Mas no necesariamente porque el lector desee convertirse él mismo en escritor, sino porque todo lector, para comprender cabalmente el arte de la literatura, debería asomarse cada tanto a la trastienda y tratar de comprender cuál es el sentido que tiene para alguien convertirse en ese que escribe y que, tal vez, termina siendo el autor de un libro sin siquiera habérselo propuesto. En ese sentido es reveladora la breve cita que Castillo realiza en torno de Nietzche:
No confío en esos autores a los que se les nota que se han propuesto escribir un libro», decía Nietzche. [Yo tampoco]. «Desde hoy -decía-, sólo leeré a aquéllos cuyas ideas se hayan convertido, inopinadamente, en un libro». [Creo que yo también].
Germán A. Serain
Ser escritor
Abelardo Castillo
Seix Barral
219 páginas
Abelardo Castillo (Buenos Aires, 1935-2017) practicó todos los géneros literarios con brillantez: es uno de los maestros del cuento latinoamericano, sus novelas son deslumbrantes y sus obras de teatro revitalizaron la escena argentina en los años ’60, lo mismo que las tres revistas que dirigió: El Grillo de Papel, El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco. Escribió los siguientes libros: Las otras puertas (cuentos, 1961), El otro Judas (teatro, 1961), Israfel (teatro, 1964), Cuentos crueles (cuentos, 1966), La casa de ceniza (novela, 1968), Sobre las piedras de Jericó (teatro,1968), Las panteras y el templo (cuentos, 1976), El señor Brecht en el Salón Dorado (teatro, 1982), El que tiene sed (novela, 1985), Las palabras y los días (ensayos, 1989), Crónica de un iniciado (novela, 1991), Las maquinarias de la noche (cuentos, 1992), Ser escritor (ensayo, 1997), El oficio de mentir (entrevista, 1998), El Evangelio según Van Hutten (novela, 1999), El espejo que tiembla (cuentos, 2005), Desconsideraciones (ensayos, 2010) y los dos tomos de sus Diarios (2014 y 2019). Sus libros han sido traducidos a catorce idiomas.
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