Durante un reportaje que la Radio Pública Nacional (de Estados Unidos) le hacía a Paul Auster en 1999 vía telefónica, surgió la propuesta de la emisora de que el autor colaborara regularmente leyendo algunos de sus textos de vez en cuando. Esto no divirtió mucho a Auster, ya que lo distraería de su trabajo, pero fue su mujer –Siri Husvedt- quien lo convenció durante la cena de que él no tendría que escribir nada si convocaba a la audiencia de la radio a enviar sus propios relatos con dos premisas fundamentales: deberían ser verídicos y breves.
De este modo nació el Proyecto Nacional de Relatos, y la casa de Auster se llenó de cartas. Así se expresa en el prólogo acerca de sus colaboradores espontáneos: “De las cuatro mil historias que he leído, la mayoría han sido lo suficientemente atractivas como para atraparme de principio a fin. La mayor parte de ellas han sido escritas con una convicción firme y sencilla y honran a las personas que las han enviado. Todos nosotros sentimos que tenemos una vida interior. Todos sentimos que formamos parte del mundo y que, sin embargo, vivimos exiliados en él. Todos ardemos en las llamas de nuestra propia existencia. Necesitamos palabras para expresar lo que hay dentro de nosotros, y los colaboradores me han dado una y otra vez las gracias por haberles brindado la oportunidad de contar sus historias, por “permitir que se escuche a la gente”.
Debido a que el programa de radio en el que Auster leía el relato elegido se emitía sólo una vez al mes y por el carácter intangible de la simple locución, surgió la idea de publicar esas crónicas en un libro que se convirtiera en un documento memorable de este proyecto. A fin de darle un orden temático, se clasificaron los 179 relatos seleccionados en diez categorías, aunque los matices de cada historia componen un quilt de una diversidad conmovedora. Desfilan en la antología: Animales, Objetos, Familias, Disparates, Extraños, Guerra, Amor, Muerte, Sueños, y Meditaciones.
El hecho de que el destino del relato haya sido la lectura en la radio otorgó a la mayoría de ellos un carácter intimista en el que los lazos afectivos (padre-madre, hermanos, amigos, la persona amada, los hijos) están siempre protagonizando la trama en la que abundan los temas favoritos de Auster: la coincidencia, el azar, el giro inesperado, la fuerza del destino. Aunque no esté presente con su pluma, se luce como editor que ha sabido engarzar estas perlas (ninguna excede las tres páginas y la mínima es de media página), provenientes de toda Norteamérica, de personas de todas las edades y clases sociales, pero de universalidad evidente, mordaz. Será imposible no sentirse tocado por alguna o muchas de estas historias porque constituyen un ejercicio de convivencia entre registros de vida muy diferentes y, sin embargo, tan vigentes y contemporáneos.
El retrato de América pintado por los oyentes de radio en Creía que mi padre era dios resulta un modelo digno de abrazar con compasión, sobre todo a la luz de los últimos acontecimientos sufridos en las elecciones presidenciales. Silvia Bonetti
Creía que mi padre era Dios
Paul Auster (Ed)
Grupo Editorial Planeta
Serie Booket
624 páginas
Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, USA, 1947) es, por excelencia, el escritor del azar y de la contingencia; como no cree en la casualidad, persigue en lo cotidiano las bifurcaciones surgidas por errores o acontecimientos aparentemente anodinos. Esto sucede en La trilogía de Nueva York, en La música del azar, y sobre todo en Leviatán, en su excepcional escena central. Su estilo es aparentemente sencillo, gracias a su trabajo y conocimiento de la poesía, pero esconde una compleja arquitectura narrativa, compuesta de digresiones, de metaficción, de historias en la historia y de espejismos.
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