LOS CUENTOS DE HOFFMANN, fantasía pura

Ponderable versión a cargo de Eugenio Zanetti y admirable trabajo de Rachele Gilmore

A 200 años del nacimiento de Jacques Offenbach (1819 – 1880) asistimos a una estupenda visión de Los cuentos de Hoffmann, con gran aprovechamiento del espacio escénico, cambios notables de imágenes y el particular gusto de Eugenio Zanetti, siempre llamativo, deleitable, imponente. Y en este caso, además, fantástico, acorde con los meandros de la historia, la imaginación y el designio de los creadores.

En esta ópera fantástica se aúnan lo musical y lo visual, hay un juego muy bien plasmado entre ficción y realidad, entre lo onírico y lo lúdico. Desde el comienzo, se refleja ya la historia de la historia en la supuesta filmación, libre ocurrencia -como tantas otras- del régisseur. No sólo hay góndolas venecianas por doquier, también sorprende la aparición de una bellísima  voiturette Chevrolet 1932 ocupada con los personajes. El nivel de fantasía se mantiene inexorable en cada momento. En las vivas proyecciones hay luces que se prenden en recónditas ventanas, farolas cuyas llamas oscilan veraces, pájaros que vuelan entre nubes frondosas, veletas que se mueven al compás de la música y hasta un dirigible que hace su aéreo recorrido.

La encantadora iluminación de Eli Sirlin otorga presencia y magia a cada imagen, tal como la impactante aparición de Olympia en una suerte de precioso palanquín. Todos los movimientos escénicos fluyen aprovechando las maquinarias del teatro, que se suman a la que -como mecanismo de relojería- da vida a la muñeca.

El Maestro Arturo Diemecke dirigió a la Orquesta Estable con un sello enérgico y entretenido ideal para ciertas escenas como el relato del engendro Kleinzach, aunque  también deleitable y sutil en la Barcarola. El ambiente festivo marcado por las coreografías de los mozos y del elenco entero fue muy logrado, tanto como el vals bailado por las seis parejas (estimo a cargo de figurantes, ya que el programa no menciona bailarín alguno), ellos con colorados zapatos como ya habíamos visto en Orfeo y Euridice a principios de noviembre de 2018.

El Coro Estable suena bien habitualmente, pero esta vez su trabajo fue superlativo. Emocionaron y fascinaron con sus voces excelsas y plenas de intensidad. En las voces protagónicas, el trabajo de Ramón Vargas (Hoffmann) fue maravilloso, considerando no solo su potencia sino su histrionismo y el gran tour de force que implica su permanencia en escena. Olympia fue interpretada con mucha gracia por Rachele Gilmore, quien marcó un hito memorable en Les oiseaux dans la charmille. Su voz, amén de ser encantadora e ideal para la muñeca autómata, exhibió pureza, suntuosidad, claridad y colosales sobreagudos aplaudidos largamente.

A la soprano Virginia Tola la hemos visto en mejores entregas. Como Antonia su voz adoleció de cierta aspereza y fue desmedida en los forte. De hecho fueron los pianissimi los que marcaron su arte. Giulietta estuvo correcta en la personificación de Milijana Nikolic, de agradable timbre aunque falta de sustancia, que fue mejorando hacia el final.

Rubén Amoretti brilló con sus profundos y definidos graves en los cuatro personajes, particularmente como Lindorf. Sophie Koch hizo un muy buen trabajo como Nicklausse aportando caracterización precisa y buena emisión, al igual que Gabriela Ceaglio en el papel de Stella. Osvaldo Peroni, otro que hizo cuatro personajes, salió airoso y convincente.

En otros papeles estuvieron muy bien Omar Carrión, notable como Spalanzani,  Alejandro Spies, Gabriel Renaud, Ernesto Bauer, Emiliano Bulacios y Christian De Marco, conformando un elenco que llevó a buen puerto las fantasías de un gran cuentista. Martin Wullich

Fue el 4 de diciembre de 2019
Teatro Colón
Libertad 621 – Cap.
(011) 4378-7100
teatrocolon.org.ar
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