JONAS KAUFMANN, apoteosis

Memorable recital del tenor alemán, entre la pasión y el respeto

Es indudable que la programación del Colón tiene un año notable. No se han acallado los ecos de Barenboim y Argerich, cuando aparece Lang Lang, y al otro día nomás Jonas Kaufmann, y se viene otra vez Maxim Vengerov, y vuelve Marcelo Álvarez… es decir al nivel de cualquier teatro europeo o de otro continente. La única diferencia es que Kaufmann hacía su debut en este escenario y era esperado –por muchas razones- con expectación. El muy fachero tenor alemán recibió una ovación apenas puso un pie en el escenario, de esas que sólo se tributan a los grandes, a los que se sabe que no cometerán error alguno, a los que sorprenden en cada entrega.

JONAS KAUFMANN - Nessun dorma - www.martinwullich.com

Expresivo con su cuerpo, sutil con sus manos, elocuente con su mirada, comenzó con El hijo de la musa, lied de Schubert, como si él mismo fuera ese hijo, bendecido con inspiración. Pero fue en la segunda canción del mismo compositor, la célebre Die Forelle (La trucha) donde dio cátedra de la intención precisa y la exquisitez vocal, expresando como sólo lo supo hacer en su tiempo Dietrich Fischer-Dieskau. Luego de El Tilo, creciendo hacia un cada vez más sutil sentimiento y redondeando su voz y emisión, llegó el momento de Schumann y algunos poemas de Justinus Kerner op. 35, deleitablemente entonados.

El preciso y encantador acompañamiento de Helmut Deutsch merece un párrafo aparte, no sólo por su sonido, sino por el manejo del volumen que seguía con exactitud la emisión del cantante. Y, como si esto fuera poco, se preocupaba de acallar al público que insistía en aplaudir entre series de canciones, oponiéndose a la otra facción de espectadores, que sonaban aún más molestos con sus voluminosos chistidos. También debió lidiar Deutsch con la corriente de aire que provenía del fondo del escenario, y jugaba traviesa con las partituras del pianista, instándolas a levantar vuelo y dejarlo a Kaufmann a capella. El cantante sólo sonreía, seductor, y arremetía haciendo sentir la lujuria de una noche tormentosa (Lust der Sturmnacht – Schumann).

Ya en el final de la primera parte, Kaufmann cambió su expresión para cantar estupendamente la poética de Baudelaire, Robert de Bonnières, Henri Cazalis y Leconte de Lisle, revitalizada por Henri Duparc, tamizada por Deutsch, embelesando con cautivantes trinos. Y en el inicio de la segunda, los tres Sonetos de Petrarca, de Liszt, parecían –sobre todo en I’ vidi in terra angelici costumi– hacer una referencia a su propio encanto vocal: “…que nunca el mundo oyó tal armonía / …pues su dulzura saturaba al viento”. Casi tan cautivantes como sus notas de potente emisión son sus hechizantes pianissimi que maneja con impactante emotividad, llegando al alma de quien lo escucha.

Cerró el programa planeado con canciones de Richard Strauss, cantadas también con profundo sentimiento, para dar lugar a una seguidilla de 7 bises que provocaron un lógico delirio en los asistentes. Es que siempre los bises son muy esperados, más cuando son estrellas como Kaufmann, más cuando son conocidos por los fanáticos. Comenzó con La fleur que tu m`avais jetée (Carmen, de Bizet), tomando del público una rosa roja para el efecto teatral y además un osito de peluche amarillo que sentó sobre el piano.

Siguieron Celeste Aida (Verdi), L’anima ho stanca (Adriana Lecouvreur, de Cilea), Ombra di nube (Refice) en un crescendo vocal que hizo eclosión en Nessun dorma (Turandot, de Puccini). Era tan elocuente la alegría de Kaufmann ante la respuesta brindada en aplausos y gritos, que regaló dos más: Core’ngrato (Cardillo) y Dein ist mein ganzes herz (El país de las sonrisas, de Lehar), coronando una noche que podría tildarse con infinidad de adjetivos laudatorios en su profesionalismo, pero también en su calidad de ser humano, entregado de rodillas en el escenario, con visible y agradecida emoción. Martin Wullich

Fue el 14 de agosto de 2016
Teatro Colón
Libertad 651 – Cap.
(011) 4378-7100
teatrocolon.org.ar

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