CARLO GESUALDO, luces y sombras

Música, misticismo y vendetta en un solo hombre

Era el segundo hijo de un príncipe del sur de Italia; era sobrino de san Carlos Borromeo y sobrino nieto del papa Pío IV. Y la vida lo dotó de talento musical y de un temperamento que marcaron su destino. Huérfano desde temprana edad, Carlo Gesualdo (1566-1613), estaba destinado a seguir la carrera eclesiástica. Pero la muerte prematura del primogénito, Luigi, lo alejó del monacato. Don Fabrizio, el atribulado padre, decidió que debía casar a su heredero supérstite para asegurar la perpetuidad del linaje. La dama elegida fue la bella Maria d’Avalos, con quien Carlo contrajo enlace con dispensa papal.

Para don Carlo, la música fue el motor de su vida: sabía tocar laud y clavicordio. Su mayor pasión, además de la caza, era la música, y según se cuenta, era en lo que más ocupaba su tiempo. En una época en que los músicos componían para el placer de los señores a quienes prestaban sus servicios, don Carlo no tenía la obligación de complacer a nadie, sino a sí mismo. Es por eso que Gesualdo logró adelantarse a su tiempo: en sus composiciones se escuchan elementos atípicos para los tiempos renacentistas y que recién aparecerían en la música de fines del siglo XX. Fue un innovador que apeló al cromatismo y a las disonancias, cuestiones que -siglos más tarde- compositores como Igor Stravisnky y Arnold Schönberg traerían a sus propuestas musicales. Un vanguardista seguramente incomprendido musicalmente pero también desdichado en el amor.

En efecto: María d’Avalos era cuatro años mayor que él, viuda dos veces, y hermosa. Él, rico, culto, talentoso, pero de carácter violento. Anatole France, premio Nobel de Literatura (1921), escribe sobre la turbulenta historia de la pareja en Historia de Doña María de Ávalos y de Don Fabricio, Duque de Andria, uno de los cuentos de El pozo de Santa Clara. Sobre el desposorio, cuenta el escritor: “Hubo muy brillantes fiestas en Nápoles cuando el príncipe de Venosa, rico y poderoso señor, se casó con doña María, de la ilustre casa de Ávalos. Doce carros, arrastrados por caballos recubiertos de escamas, de plumas y de pieles, de tal modo que figuraban dragones, grifos, leones, linces, panteras y unicornios, paseaban por la ciudad a unos hombres y mujeres desnudos, con toda la piel dorada, que representaban las divinidades del Olimpo bajadas a la Tierra para celebrar aquella boda veneciana. Veíase en uno de los carros a un muchachuelo alado que pisoteaba a tres viejas de fealdad repugnante. Una tablilla puesta encima del carro llevaba esta divisa: El Amor venciendo a las Parcas”.

Pero, pese a lo promisorio de la boda, María y Carlo no tuvieron un matrimonio feliz: él pasaba su tiempo enfrascado en la música o en largas excursiones de cacería con amigos. Y ella se terminó enamorando del apuesto duque de Andria, y él de ella. El galán visitaba a la solitaria dama en la propia finca de los Gesualdo, en Nápoles. Los rumores de los amoríos entre tan nobles gentes llegó a oídos del Otello italiano, que ni lerdo ni perezoso planeó su vendetta.

Un día de octubre de 1590, don Carlo fingió tener que ausentarse de la casa, para terminar en las horas de la noche pescando in flagrante delicto a los enamorados. Los masacró con saña y con ayuda de otros cómplices. El relato de France cierra la historia con la descripción de los dos cuerpos desnudos, ensangrentados y expuestos a la entrada del palacio de Venosa; las Parcas no fueron derrotadas, después de todo.

El crimen no fue considerado tal por la justicia de la época, sino una cuestión de honor, y Gesualdo no fue juzgado. Pero don Carlo cargó por el resto de sus días con la culpa, y debió marcharse del lugar del crimen y refugiarse en su castillo en la provincia de Avellino para que no lo alcanzara la furia de los deudos. Y como era de esperar, reflejó los tormentos de su conciencia en su música. Una de sus obras, Tenebrae Responsoria, es un conjunto de piezas para Semana Santa, organizadas en tres grupos, uno para Jueves Santo, otro para Viernes Santo y otro para Sábado Santo. Fue compuesta en 1611, un par de años antes de la dudosa muerte de Gesualdo: a causa del enorme cargo de conciencia que lo acosó desde el crimen, el príncipe solía hacerse flagelar, y un día fue encontrado sin vida en su casa. No queda claro si fue un homicidio o si fue por voluntad propia.

En Tenebrae se advierte que Gesualdo apela a una disonancia notoria y a juegos cromáticos contundentes, en especial en aquellos pasajes que tienen que ver con la agonía de Cristo. Al final de esta nota, compartimos la parte de Jueves Santo de dicha obra, con magnífica interpretación del ensamble vocal Graindelavoix, de Bélgica. La obra incluye el Miserere mei, Deus, una pieza basada en el Salmo 51, un salmo penitencial de mea culpa del rey David, expuesto por el profeta Natán por su adulterio con Betsabé. El Miserere impresiona por las (para la época) extremas disonancias y el patetismo de las partes recitadas en latín del salmo, y por el notable guiño de la historia bíblica a la génesis de la penitencia del príncipe.

La fascinación que Carlo Gesualdo genera se debe tanto a lo experimental de su música -recordemos que vivió en pleno Renacimiento y que como compositor se salía de los cánones de su época- como por la brutalidad de los asesinatos. Sobre su música y su atormentada vida se tejieron historias, se compusieron obras musicales, se hicieron cuadros, se produjeron documentales y películas. Se escribieron cuentos: como ejemplo, el citado relato de Anatole France, y Clone, con autoría de nuestro Julio Cortázar.

En un artículo para The New Yorker, de 2011, el periodista Alan Ross se cuestiona si se le prestaría tanta atención a la música de Gesualdo de no haber perpetrado crímenes tan tremendos, o por el contrario, que si no fuera por lo tremendo de su música, quizás no prestaríamos tanta atención a sus crímenes. Ross sigue diciendo que “es el nexo entre el arte elevado y el juego sucio lo que cautiva nuestra imaginación”.

Fascinación, morbo o una combinación de ambos, el legado musical de Carlo Gesualdo ha sido innegable, y pone de manifiesto la inherente dualidad del ser humano: genio artístico con una cuota de sangre fría. Viviana Aubele

Enlaces útiles:
Artículo de George Loomis en The New York Times
Carlo Gesualdo en musicaantigua.com

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