Su nombre completo era Antoine Jean Baptiste Marie Roger de Saint Exupéry. A los doce años voló por primera vez. Luego escribió, recordando aquél día: «Las alas temblaban bajo el soplo del atardecer. El motor con su canto mecía el alma adormecida, y el sol nos rozaba con su luz lívida…». Sentía, como tantas personas, un amor profundo por la música de Mozart, a quien alguna describió como un pequeño príncipe. Ese fue el título, precisamente, del libro que lo consagrará: Le Petit Prince. Es la historia de un aviador que tiene un accidente en el desierto, donde conoce a un curioso personaje. No fue su única obra literaria, pero sí la más trascendente. Es una novela breve, que podría ser considerada para niños, aunque con una profundidad enorme que se resignifica con cada nueva lectura. Al igual que la música de Mozart, su mayor reto es que parece una obra sencilla. Organizado por Arpeggio, El Principito y Mozart se reunieron para dar forma a un inusual espectáculo, ideal para compartir en familia. No se trató, sin embargo, de una propuesta destinada al público infantil, aunque fue una gran ocasión para que los chicos tuvieran un acercamiento a la música clásica.
No es casual que El Principito, editada por primera vez en 1943 y que ha marcado a varias generaciones, sea el libro más traducido y leído de las letras francesas. Con un parejo equilibrio entre la música y la literatura, las lecturas estuvieron a cargo de un emocionado Fernando Bravo, en tanto la parte musical fue llevada adelante por una precisa orquesta dirigida desde el piano por Santiago Chotsourian, con el aporte de un muy creativo Arauco Yepes en la percusión. Un grupo de alumnos suyos sumó una linda nota de color, en la apertura y el cierre del espectáculo, con la Sinfonía de los juguetes de Leopold Mozart. La selección de fragmentos, tanto del libro como de las diferentes obras musicales, determinaron un todo coherente y de alta calidad, que se complementó con la proyección de algunas de las ilustraciones originales creadas por el propio Saint-Exupéry.
Dice en algún lugar El Principito: “Todas las personas mayores han sido primero niños, pero muy pocos lo recuerdan”. Más allá de su belleza, o como parte de la misma, este espectáculo nos recordó esta verdad, así como la necesidad de recuperar el niño perdido que todos llevamos dentro. Entonces la ocasión también nos parece propicia para, al margen ya de nuestro breve comentario sobre este hermoso concierto, recordar otras líneas escritas por Saint-Exupéry en el último capítulo de su libro Tierra de hombres. El escritor viaja en un tren atestado de obreros: sucios, malolientes, hacinados, víctimas de la alienación. Entre ellos hay un niño. Su rostro aún no está marcado por la enajenación ni por el trabajo abyecto. Es bello, puro.
El autor lo mira detenidamente: “Podría ser el rostro de Mozart”, se dice. Entonces escribe: «Me senté frente a una pareja. Entre el hombre y la mujer, el niño bien o mal había hecho un hueco y dormía. Pero se dio vuelta en sueños y su cara se mostró bajo la lamparilla. ¡Qué niño adorable! Había nacido de esa pareja una especie de fruto dorado. De esa tosca manada había nacido un logro de encanto y de gracia. Me incliné sobre esa frente lisa, sobre ese dulce ademán de los labios y me dije: he aquí un rostro de músico, he aquí a Mozart niño, he aquí una hermosa promesa de vida. Los principitos de leyenda no eran diferentes de él: protegido, rodeado, cultivado. ¡Qué no llegaría a ser! Cuando por mutación nace en los jardines una nueva rosa, todos los jardineros se conmueven. Se aísla la rosa, se la cultiva, se la favorece. Pero no hay jardineros para los hombres. Mozart niño será marcado como los otros en la máquina de troquelar. Mozart hará sus más altas alegrías de la música podrida en la fetidez de los cafés cantantes. Mozart está condenado. Regresé a mi vagón. Me decía: esa gente apenas sufre su suerte. No es la caridad lo que me atormenta. No se trata de enternecerse sobre una llaga eternamente reabierta. Los que la llevan no la sienten. Es la especie humana y no el individuo lo que es herido aquí, lo que es lesionado. Apenas creo en la piedad. Lo que me atormenta es el punto de vista del jardinero. No esta miseria en la cual, después de todo, uno se instala tan bien como en la pereza. Generaciones viven en la mugre y se complacen en ella. Lo que atormenta no lo curan las sopas populares. Lo que me atormenta no son esos huecos, ni esos bultos, ni esa fealdad. Es, en todos esos hombres, un poco, Mozart asesinado». Germán A. Serain
El Principito y Mozart
se dio el 15 de diciembre de 2016
Teatro Coliseo
Marcelo T. de Alvear 1125 – Cap.
arpeggio.fm
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