MINNA KEAL, lluvia tardía

Nunca es tarde para empezar

Antes de hablar de la compositora Minna Keal, repasemos brevemente algunas historias. Agatha Christie tenía unos treinta años cuando publicó El misterioso caso de Styles, su primera novela. J. K. Rowling publicó Harry Potter y la piedra filosofal pasadas las tres décadas. Y hablando de Harry Potter, antes de que todos lo recordaran como Severus Snape, Alan Rickman tuvo su primer papel de relevancia a los 36. Leŏs Janáček tenía medio siglo de vida cuando comenzó como compositor. Es mucho más habitual hablar de los niños prodigio en disciplinas varias. Pero no es tan común hablar de los late bloomers, es decir, de aquellos cuyos logros ocurren pasados los treinta.

Y es que en nuestro mundo actual se viene dando un fenómeno, que en realidad no es nuevo: atravesado el umbral de una cierta edad, el mundo laboral ya nos mira con cierto recelo. No es lo mismo contratar a un joven universitario de veinte que a un profesional de treinta y cinco. Quizás para la empresa que lo contrata es más factible que el primero, más maleable, se adapte más rápido y mejor a las exigencias del puesto y a las normas corporativas que el segundo, menos dúctil por toda la historia previa que trae consigo.

Por esto es que la inmensa mayoría de las búsquedas laborales apuntan a un segmento etario específico de la población. No importan el grado académico ni la aptitud ni la experiencia: después de los treinta y cinco, uno ya parece empezar a quedar afuera. Darán cuenta de esto los miles y miles de hombres y mujeres que son demasiado jóvenes para jubilarse, pero demasiado “viejos” para algunos puestos, y que no logran reinsertarse laboralmente. En especial, si se ha atravesado la barrera de los cincuenta.

Pero parece que en otras cuestiones, viejos son los trapos. Nacida en el East End londinense, en el seno de una familia donde se hablaba idish, Minna Keal sintió que la vida le daba una nueva oportunidad. Aunque no de familia completa de músicos -solo su madre, que cantaba canciones folklóricas judías y su tío que tocaba el violín-, Minna se interesó por la música, y en 1928, con 19 años de edad, ingresó en la Royal Academy of Music. Lamentablemente su vida dio un giro inesperado: la muerte de su padre la llevó a dejar sus estudios musicales para ayudar a llevar adelante el negocio familiar. Y durante más de 40 años dejó en el polvo del olvido su talento para la composición.

Tuvo que llegar el momento de jubilarse para que Minna volviera a descubrir su don, y casi por casualidad. Uno de sus alumnos de piano debía ser examinado por Justin Connolly, a la sazón un músico en ascenso, y por curiosidad pidió ver las composiciones que Minna había archivado. Percatado del talento desperdiciado de la mujer, le pidió que considerara retomar la composición, y para 1975 Minna ya era alumna de Connolly.

Como queriendo recuperar el tiempo perdido, Minna Keal compuso varias obras en dos décadas, antes de su muerte en 1999: en 1978 terminó el Cuarteto para cuerdas op. 1, ejecutado por primera vez en 1989; el Quinteto para vientos op. 2, en 1980; la Sinfonía op. 3 en 1982; Cantillation para violín y orquesta op. 4, en 1988; y entre 1988 y 1994 trabajó en su Concierto para chelo op. 5 (al final de la nota interpretado por Alexander y Martina Baillie).

Según sus propias palabras, Minna estaba viviendo su vida en reversa; de hecho, un documental sobre ella, producido en 1992 por la BBC se titula A Life In Reverse. Sintiéndose volver a vivir casi al final de su vida, dio muestras de que ni la creatividad, ni el talento, ni la voluntad conocen barreras etarias. Los late bloomers pueden prodigarnos todavía muchísimo en muchos aspectos. Viviana Aubele

Minna Keal - Cello Concerto


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