Sabemos que hay infinidad de artistas y músicos que no conocemos, ni acaso conoceremos jamás. Artistas anónimos a pesar de la valía de sus obras. Pero hay omisiones más notables que otras, y este podría ser el caso de Florence Price. En 1933, un crítico musical escuchó un trabajo de su autoría, interpretado por la Orquesta Sinfónica de Chicago, y declaró que se trataba de “una obra impecable, que transmite su propio mensaje con mesura y sin embargo con pasión… digna de tener un lugar en el repertorio sinfónico habitual”. Sin embargo, esto no sucedió. Probablemente porque Florence Price, además de ser mujer, era negra.
Nacida en Arkansas en 1887 como Florence Smith, fue hija de un dentista y una profesora de música que la animó a estudiar en el Conservatorio de Nueva Inglaterra. Allí se graduó con honores, con especialidad en piano y órgano, y pronto llegó a ser jefa del departamento de música de la Universidad Clark Atlanta, en Georgia.
En 1912 se casó con Thomas J. Price, de quien tomó su apellido. La pareja regresó a la ciudad de Little Rock, en Arkansas, hasta que una creciente tensión racial los llevó a mudarse a Chicago. Para entonces corría 1927 y Florence se había perfeccionado en composición. Pero en 1931 el matrimonio se disolvió. Florence comenzó a trabajar dando clases de música y también como organista, para llegar a fin de mes y poder mantener a sus dos hijas.
Unos meses más tarde vendría la sorpresa: tras haberse anotado en un concurso de composición organizado por la Fundación Wanamaker, Florence no solo se llevó el primer premio con una sinfonía de su autoría, sino también el tercer premio con una sonata para piano. Fue en esa circunstancia que su Sinfonía en Mi menor fue interpretada por la Sinfónica de Chicago, el 15 de junio de 1933. Y fue un hecho histórico: era la primera vez que se presentaba en un concierto el trabajo compositivo de una mujer negra.
Desde ese día canciones y arreglos de spirituals debidos a Florence Price fueron interpretados con alguna frecuencia por artistas de la época, como la famosa contralto Marian Anderson. Más tarde, también algunas orquestas europeas tocaron sus obras, lo cual le dio cierta popularidad. Price llegó a componer más de 300 obras, desde pequeñas piezas para piano hasta sinfonías y conciertos, combinando elementos de la música clásica europea con otros provenientes de su herencia africana, sin caer en los giros tendientes al jazz, comunes entre sus contemporáneos.
El reconocimiento no fue suficiente, sin embargo, como para vencer las resistencias de una cultura marcada no solo por la misoginia, sino también por la segregación racial. En una carta enviada al entonces director musical de la Sinfónica de Boston, Serge Koussevitzky, pidiendo que considerara interpretar su música, ella reconocía: “Tengo dos grandes desventajas, soy mujer y llevo sangre negra en mis venas”. Avanzar en una cultura que definía a los compositores clásicos como blancos, hombres y de preferencia muertos, fue sumamente difícil. Frederick Stock, director musical de la Sinfónica de Chicago, hizo lo posible por apoyarla, pero fue la excepción: la mayoría la ignoró, incluido Koussevitzky.
Price murió en Chicago el 3 de junio de 1953. Durante toda su vida, la Asociación de Maestros de Música del Estado de Arkansas le negó de manera sistemática su membresía. En 1964, más de una década después de su muerte, una escuela primaria de Chicago tomó su nombre a la manera de un reconocimiento póstumo. En cuanto a su música, quedó en el olvido, ignorada por el establishment de la música clásica. Fue la comunidad de los músicos e intelectuales negros la que conservó su nombre. Pero Price subsistió apenas como una referencia: a la primera compositora clásica afroamericana que logró captar cierta atención se la mencionaba en algunos libros, pero no se escuchaba su música.
Recientemente, en el año 2009, una pareja compró una casa suburbana en bastante mal estado en Illinois. Había sido vandalizada y un árbol había abierto un agujero en el techo. Pero en una parte de la casa que se había mantenido relativamente entera, los nuevos dueños encontraron pilas de partituras manuscritas, junto con libros y papeles personales que mostraban el nombre de Florence Price. La curiosidad llevó a la pareja a descubrir que se trataba de una compositora moderadamente conocida, fallecida más de medio siglo atrás. Se pusieron en contacto con bibliotecarios de la Universidad de Arkansas, quienes enseguida comprendieron que acababan de hallarse las partituras de muchas obras de Price que se consideraban perdidas. Esa casa destrozada deja en claro la manera en que un país puede olvidar su historia cultural. No solamente en los Estados Unidos, de más está decirlo.
Se sabe que Florence Price escribió o bocetó cuatro sinfonías. La Primera y la Tercera habían sido recientemente publicadas y grabadas por el New Black Music Repertory Ensemble y la Women’s Philharmonic, respectivamente. Al parecer la Segunda Sinfonía nunca se terminó, y la Cuarta fue descubierta en aquella casa de Illinois. Estas obras son de estilo conservador, con probables influencias de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Antonin Dvořák, pero también resabios de Tchaikovsky, con una orquestación deslumbrante. Hay en estas obras una búsqueda inquieta, por demás interesante. El sello alemán Deutsche Grammophon ha editado este año una edición fantástica de las dos primeras sinfonías de Price, interpretadas por The Philadelphia Orchestra, bajo la dirección de Yannick Nézet-Séguin.
También hay registros de parte de su música para piano, de sus canciones, su primer Concierto para piano y sus dos Conciertos para violín, el segundo de los cuales fue escrito poco antes de su muerte y remite a cierto estilo en la línea de las obras finales de Richard Strauss. Seguramente esta lista se irá incrementando, con incorporaciones que serán bienvenidas.
Queda por plantear la cuestión de si este redescubrimiento se sostiene exclusivamente en la música o hasta qué punto influye que Florence Price haya sido negra y mujer. Esos factores que en su momento le jugaron en contra ¿son los que hoy favorecen su revaloración? Es una pregunta difícil de responder. Escuchando su música, no parece quedar mucho lugar a la duda: las obras valen por sí mismas. Pero incluso de no considerarse así, el solo hecho de que durante siglos el racismo y la misoginia hayan restringido de un modo brutal el surgimiento de compositoras mujeres o de otras razas es suficiente para que nos asomemos a estas obras con una sana curiosidad. Y con el objetivo de no volver a caer nunca más en los mismos errores del pasado. Germán A. Serain
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