LA TOSCANINI, contrastes en concierto

Shostakovich y Brahms interpretados a distancia y sin público

El pasado 19 de febrero se transmitió en directo por streaming el concierto ofrecido por la Filarmónica  Arturo Toscanini, agrupación cuya historia comienza hacia fines de los setenta. La Toscanini fue dirigida en esta oportunidad por Aziz Shokhakimov, director uzbeko nacido en 1988 y que fue nombrado director musical y artístico de la Orquesta Filarmónica de Estrasburgo, cargo que ocupará a partir de septiembre de este año.

Shokhakimov estudió violín desde muy niño, y más tarde se formó en dirección orquestal. A los 13 años debutó como director de la orquesta sinfónica de su país: dirigió nada menos que la Quinta Sinfonía de Beethoven. Un año más tarde dirigió la ópera Carmen en la Ópera Nacional de Uzbekistán. En una increíble carrera para alguien de su edad, fue nombrado director principal de la Orquesta Sinfónica de Uzbekistán con solo 18 años.

En este concierto, que tuvo lugar en el Auditorio Niccolò Paganini, en Parma, el repertorio elegido fue contrastante. En primer lugar, se escuchó el Concierto para piano, trompeta y orquesta No. 1 en do menor op. 35 de Dmitri Shostakovich (1906-1975), otro genio también precoz. Estrenado por vez primera en 1933, los dos instrumentos solistas, piano y trompeta, parecen tener igual protagonismo, aunque originalmente Shostakovich, que a la sazón sufría la amenaza persecutoria del régimen soviético, lo había concebido como un concierto para trompeta solamente.

El ucraniano Vadym Kholodenko, que se formó en el Conservatorio de Moscú y ha participado con orquestas de todo el mundo, se lució al piano y amalgamó muy bien con Matteo Beschi y su trompeta. Luego de este concierto de principios del siglo XX, que fue parte del repertorio de Shoshtakovich hasta que este empezó a sufrir las consecuencias de la falta de movilidad en su mano, Aziz Shokhakimov pasó al período romántico con la Sinfonía No. 1 en do menor op. 68 de Johannes Brahms, cuya vida fue menos agitada que la de Shostakovich -al menos en lo político- y tuvo su primera participación a lo grande a los 10 años, interpretando un quinteto de Beethoven y otro de Mozart.

Brahms estrenó esta sinfonía en 1876, después de catorce años de labor, posiblemente a causa de las inseguridades del mismo compositor, en quien recaían las expectativas de que sería el continuador de la herencia de Beethoven. De hecho, Hans von Bülow denominó a esta sinfonía la “Décima sinfonía de Beethoven”. Tanto Kholodenko como Shokhakimov dieron muestra de solidez en la ejecución de esta obra.

Los contrastes fueron notables por dos razones: la elección de dos compositores distantes en el tiempo y distintos en sus estilos e historias de vida, y el contrapunto de una magnífica ejecución de ambas piezas ante una sala vacía, cuestión salvada por los aplausos que los mismos artistas —director, solistas y orquesta— se prodigaron entre sí al término de ambas obras, a falta de los aplausos del público que Shokhakimov, la Toscanini, Kholodenko y Beschi tanto merecían. Viviana Aubele

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