200 GOLPES DE JAMÓN SERRANO, choques varios

Dos generaciones, dos historias de fracasos y dos formas de hacer teatro

200 golpes de jamón serrano – Textos e Interpretación: Gustavo Garzón, Marina Otero –  Música e Interpretación: Fede Barale – Espacio: Mirella Hoijman – Vestuario: Endi Ruiz – Iluminación: Adrián Grimozzi – Dirección: Marina Otero

200 golpes de jamón serrano es difícil de catalogar. A primera vista, es una obra escrita y dirigida por Marina Otero, y actuada por ella y por Gustavo Garzón. Es difícil también ver la conexión entre el título y el argumento de la obra. Quedará a criterio del espectador decidir este asunto. Sí se puede decir que se trata, en principio, del encuentro de dos generaciones: la de Garzón -que asume que solamente lo conocen los de treinta para arriba- y la de los de treinta para abajo. De hecho, Otero confiesa que no conoce a Garzón, pero sí lo conoce su mamá. Es curioso, sin embargo, que entre el público presente hubiera cantidades casi parejas de integrantes de estas dos generaciones, cuestión que claramente enriquece la propuesta de la obra.

Por otra parte, se trata del encuentro, o de la colisión, entre los actores “comerciales” cuyo exponente sería Garzón, y los actores “off”, como Otero. En este inevitable choque, ambos desnudarán las luchas en uno y otro plano para ganarse un derecho a pisar las tablas o, en el mejor de los casos, para poder vivir de estas. Es también la historia de dos fracasos: durante la obra, Gustavo Garzón hace un racconto de su vida profesional y privada, cuenta los pormenores de su historia con Alicia Zanca, sus fobias, su lucha contra el cáncer, su carácter difícil, y qué gravitación ha tenido en su vida actoral el haber aceptado papeles que no eran exactamente los que quería hacer. Otero, por su parte, transcurre durante la obra en intermitente fricción con su partenaire y le echa en cara lo duro que es la vida de un artista del under. También trae a colación su propia frustración de no poder seguir bailando a causa de una operación de considerable seriedad.

La obra es dinámica, no hay baches ni momentos muertos. La labor de los artistas y de los asistentes, que en todo momento están en escena a la par, es aceitada, y hasta los momentos dubitativos de Garzón son pautados. La música es un aditamento interesante, ya que Garzón canta y toca instrumentos, y Otero hace su propio show interpretando un rap de su autoría. Hay algo de baile, hay movimiento físico, hay videos. Daría la sensación de que los artistas querían darse el gusto de sus vidas sobre un escenario. Se apela bastante al uso de videos. Tampoco falta la interacción de Garzón hablando con los espectadores, como si fuera una charla de café. Hay momentos de cierta hilaridad, como cuando Otero y Garzón refieren cómo surgió la idea de esta obra y cómo se contactaron.

También hay lugar para lo emotivo, con un homenaje a Alicia Zanca y la presencia de los mellizos fruto de ese matrimonio, acompañando a su padre que toca la guitarra y canta un tema que cantaba la madre del actor. Y el cierre es un momento de música a todo trapo, con baile de artistas, asistentes y todo aquel espectador que desee ser parte de este momento. Lo que no se entiende, sin embargo, es por qué en el momento de los agradecimientos y los saludos -en plena fiesta, si se quiere-, Otero decidió agitar un pañuelo verde, prenda que también lució en su muñeca una de las asistentes pese a que en toda la obra este accesorio no apareció para nada. Fue, lamentablemente, un ingrediente totalmente desencuadrado —por decirlo de manera amable— de la trama y del espíritu de la obra. Viviana Aubele

Se dio hasta mediados 2021
Caras y Caretas 2037
Sarmiento 2037  – Cap.
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