No vale la pena insistir sobre el hecho de que cada nueva visita de Daniel Barenboim a la Argentina genera una expectativa realmente notable, incluso en un público que tal vez no se interese de una manera particular por los conciertos de música clásica. Esto no es gratuito, por supuesto: más allá de haber nacido en Buenos Aires y asegurar que la Argentina es el único lugar en el mundo en el cual no se siente extranjero, Barenboim es sin dudas una de las más grandes figuras de la música de este siglo. Por ello no resultó sorpresivo saber que que para las últimas funciones que estaban programadas en el Teatro Colón, con él al frente de su West-Eastern Divan Orchestra (WEDO), no había quedado ni una sola entrada disponible. Como una especie de premio consuelo, tuvimos la posibilidad de asistir al ensayo general, unas horas antes de la primera función.
Asistir a un ensayo puede ser una opción por demás interesante: uno es testigo de la intimidad propia de la preparación de un concierto. Los músicos de la WEDO tomaron lugar de a poco, vestidos con ropa de calle, como cualquier hijo de vecino, con sus camperas, carteras y bolsos colgados en los respaldos de sus respectivas sillas. Un poco más tarde entró el director, con la misma actitud descontracturada, agradeció la presencia del público, exigió que no se tomasen fotografías, que se hiciera el silencio necesario para poder proceder y advirtió que, precisamente por tratarse de un ensayo, existía la posibilidad de que se hicieran algunos cortes. Que ciertamente los habría. Y en este punto podemos señalar que existen básicamente dos criterios distintos para encarar un ensayo general: hay directores que intentan desarrollar una continuidad similar a la que tendrá efectivamente la función, parando solamente en el caso de que surja un error notable; y hay otros que -por el contrario- trabajan puliendo detalles de un modo mucho más preciso, retomando pasajes puntuales o abordando algunas obras fragmentariamente, sin preocuparse por dicha continuidad.
Barenboim adoptó este último criterio, lo cual está muy bien desde el punto de vista de la preparación de la obra, pero desdibuja el atractivo que puede tener para el público en general asistir a este proceso. Esto determinó que, más allá de la atención que suscita siempre la presencia de Barenboim en nuestro país, a medida que el ensayo avanzaba, el teatro fuese quedando paulatinamente vacío, tanto en la zona de plateas como en los palcos y las zonas altas. Quienes se quedaron hasta el final fueron aquellos que se interesaron de manera puntual por el valor de ver la cocina del concierto, y tal vez aquellos otros que, marcados por cierto fetichismo, se conformaban con saber que estaban viendo a Barenboim sobre el escenario, dirigiendo, pidiendo un vaso con agua o retando amablemente a algún músico cuando en algún pasaje descuidaba el énfasis que era requerido. La ausencia de un programa de mano, que podría haber sido suplido por una mínima presentación del director, hizo que muchos asistentes se retiraran sin saber que la primera de las obras que se ensayó fue un trabajo del compositor alemán contemporáneo Jörg Widmann (n. 1973), titulado Con brío.
La segunda parte del ensayo, un poco más orgánica, estuvo dedicada a Richard Wagner, y allí fue posible disfrutar de las Oberturas de Tannhäuser o de El ocaso de los dioses, o el Amanecer y Viaje de Sigfrido por el Rhin. Por momentos fue una magnífica y grata muestra de lo que seguramente habrá sucedido por la noche, durante el concierto. Pero por momentos no se entendió muy bien cuál era la idea de que este ensayo fuese abierto al público, cuando en realidad no parecía que la intención fuese considerar en demasía su presencia. De hecho, el ensayo terminó con la mitad del público presente en el inicio y algo de desconcierto por parte de algunos asistentes, que no sabían si en efecto el asunto había concluido allí o no, y si ya era el momento de retirarse. Hubo quien se lamentó porque el encuentro no incluyó la presencia estelar de Martha Argerich, quien durante la noche interpretaría, junto con la orquesta, el Concierto para piano Nº 1 de Liszt. Evidentemente esto era demasiado pedir, por supuesto. Otros se fueron conformes: después de todo habían logrado su objetivo: ver a Barenboim en el Teatro Colón. Germán A. Serain
Fue el 4 de agosto de 2016
Teatro Colón
Libertad 651 – Cap.
(011) 4378-7100
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