BARENBOIM Y ARGERICH, dupla genial

Nuevas y atractivas presentaciones con la West Eastern Divan en el estupendo Abono Estelar 2015

“Esto no es un bis”, anticipó Daniel Barenboim al público antes de tocar a dos pianos, junto con Martha Argerich, el Bailecito de Carlos Guastavino. Era un homenaje a la recién fallecida Pia Sebastiani, quien justo un año antes había estado conversando con ellos acerca de esta obra. Fue uno de los momentos emotivos de la velada Barenboim y Argerich, y resultó difícil contener el aplauso para guardar el debido respeto a la recordada pianista.

Un rato antes Argerich había dado cátedra de interpretación de piano con el Concierto Nº 2 de Ludwig van Beethoven, una obra que se estrenó en 1795 y que en rigor es anterior al Concierto Nº 1, primero en orden de publicación, pero compuesto posteriormente. Lo concreto es que el Nº 2 es una obra de juventud, de factura relativamente simple, en la cual Beethoven se ubica todavía dentro de los cánones del clasicismo, bajo la influencia de Haydn y Mozart, pero también anticipa ya lo que vendrá con el desarrollo de su personalidad. Queda en manos del intérprete colocar esta obra dentro la tradición clásica o llevarla hacia el futuro poniendo de relieve la idiosincrasia que se manifestará en Beethoven más adelante. Pocos pianistas logran establecer un equilibrio entre estas dos cosas, y Martha lo logró sobradamente.

Cada vez que la intérprete visita el país termina siendo noticia, y este año no fue diferente: el concierto con acceso gratuito que ofreció en el flamante Centro Cultural del Bicentenario generó toda clase de dificultades a la hora de repartirse las entradas. El interés de la gente superó ampliamente la capacidad del auditorio conocido como la Ballena Azul, y sus tres presentaciones en el Teatro Colón (la primera en un recital a dúo con Barenboim; las dos restantes con el programa que aquí se comenta) sirvieron para que quienes pudieron pagar su entrada no se quedaran con las ganas. Hay que señalar que no deja de haber una buena cuota de fetichismo en este aparente interés tan masivo como repentino por ver (en muchos casos más que por escuchar) a una pianista de renombre, precisamente en una ciudad en la cual la oferta de conciertos no es poca, pero por otra parte hay que reconocer que Martha es una artista realmente excepcional.

En la segunda parte del concierto, dedicada a la Sinfonía Nº 4 de Tchaikovsky -por ende ya decididamente romántica-, la West-Eastern Divan Orchestra a pleno volvió a demostrar su altísima calidad, poniendo fuerza donde la partitura lo exigía y una enorme sutileza donde fue necesario. El ajuste impecable del grupo y el manejo de los matices pusieron de manifiesto el gran trabajo que hay debajo del escenario y la compenetración que existe entre los músicos entre si y con el director. Hubo un primer bis con el Vals Triste de Jan Sibelius. Justo antes alguien desde un palco le gritó a Barenboim que se merecía el Premio Nobel de la paz por la labor realizada con esta orquesta. El hizo caso omiso y arrancó de inmediato con la música, pero lo cierto es que más allá de su humildad la idea no parece descabellada: después de todo, ese premio lo han ganado candidatos de méritos mucho más dudosos.

Ya que hablamos de la humildad de Barenboim, cabe destacar que para el segundo y último bis de la noche se retiró anticipadamente, cediendo el podio al joven director israelí Lahav Shani, ganador del concurso organizado en 2013 por la Sinfónica de Bamberg, no sin antes presentarlo como una futura figura que dará mucho que hablar. Shani dirigió la Obertura de Ruslan y Ludmila de Glinka, acaso un poco acelerada, pero dejó ver que Barenboim no había exagerado.

Si hubo alguna nota discordante en la velada Barenboim y Argerich, estuvo fuera del escenario: la dio esa parte del público que asiste para ver, o para ser visto, más que para escuchar. Es ese público que anticipa el final de las obras aplaudiendo a rabiar sobre los últimos acordes, o que saca fotos sin haber deshabilitado el sonido de sus máquinas, o que persiste en creer que los silencios entre un movimiento y otro fueron puestos allí por el compositor para conversar un poco o para toser como tísico. Es como decía un viejo maestro de periodismo musical: la gente, cuando le duele algo, va al médico; pero cuando tiene tos prefiere ir a un concierto. Germán A. Serain

Fue el 29 de julio de 2015
Teatro Colón
Libertad 651 – Cap.
(011) 4378-7109

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