SANTIAGO CHOTSOURIAN, la voz de una sangre

Una charla profunda sobre Armenia, la música y la espiritualidad cristiana

Multifacético, Santiago Chotsourian ha transitado diversos espacios y actividades: compositor y director de orquesta,  director artístico de Radio Clásica, Radio Nacional, FM Amadeus y Arpeggio, autor de varios libros sobre espiritualidad cristiana, enfermero y misionero. Santiago es descendiente de armenios por línea paterna; recordamos su fundamental papel en el concierto No me olvides realizado en 2015, a 100 años del genocidio armenio. Este año, a 107 años del triste hecho perpetrado por el estado turco, conversamos en profundidad con el artista sobre Armenia, la fe y la música.

Santiago Chotsourian, ¿considerás que la labor cultural de la comunidad armenia ha logrado algún tipo de avance en la concientización del genocidio de 1915?
Creo que hay una perspectiva de concientizar a la comunidad local e internacional. En este momento en que se vive una guerra, también resuena a un armenio -por lo menos a mí- cómo una nación pequeña puede hacer oír una situación que está viviendo. Las noticias parecen falsas, vengan de donde vengan, parece que no se está diciendo lo que realmente sucede. Tampoco era así hace 107 años. Me sorprendí mucho al leer las cartas de Carlos de Foucauld, un ermitaño trapense y misionero en el África, que para los años del genocidio armenio estaba en aquellas zonas, y en una de esas cartas este ermitaño denunciaba a sus superiores que estaba pasando algo tremendo: estaban masacrando a los armenios, y toda la diplomacia del Mediterráneo ignoraba esa noticia. Esa carta fue muy significativa para mí, porque da cuenta de la voz de una sangre (uno de mis libros lleva ese título y tiene que ver con eso). Hay algo que a veces hay que gritarlo, significarlo, para que suscite alguna reacción.

El pueblo armenio es una nación cristiana, humilde, y su denuncia ha sido como la de un cordero. Lo pienso así: el cordero mudo, esa figura de la Cuaresma, de la Pascua, que está en muchas partes de la Escritura, dice que “como un cordero mudo era llevado al matadero”. Desde un punto de vista psicoanalítico parece algo negativo; pero hay que hablar, hay que denunciar. Ése que era el cordero mudo llevado al matadero es la Palabra, el Verbo. Esa actitud produce una denuncia mucho mayor, que finalmente llega, no en lo inmediato. En el centenario del genocidio armenio, el papa Francisco reconoció universalmente ese hecho, cosa que no había sucedido hasta entonces. Esa visibilidad que hizo el Papa, al tiempo que declaraba como doctor de la Iglesia a un poeta, san Gregorio de Narek, a los armenios que en ese momento viajamos al Vaticano para asistir a esa ceremonia nos dio como un baño de serenidad. Inmediatamente, Turquía produjo una reacción diplomática. Para el papa Francisco, para el Vaticano, eso tuvo un precio de preciosa sangre. Nadie se animaba a hacer una declaración así; pero quedó con letras de oro que ese genocidio no puede ser negado. Después, la justicia -que tiene que ver con el resarcimiento- es otra cosa, pero más importante es ese sentimiento de misericordia de la justicia espiritual-intelectual: se dijo a todos los vientos que eso fue así. Nosotros sabemos que eso ya no podrá ser negado.

¿Cómo vivís tu armenidad en un país tan heterogéneo como el nuestro?
Esa es la mejor parte de ser argentino y de sentir la alegría de la descendencia paterna, en mi caso, porque todos sabemos el tipo de amistad y la familiaridad que tiene el armenio con todos sus vecinos del barrio. Eso es como una gracia que tenemos de estar acá en Argentina; no hay tantos países en el mundo que tengan tanto crisol y tanta convivencia. Son esas cosas de la Argentina: cosas que son únicas y muy buenas. Yo viajé a Armenia para dirigir la Filarmónica en Ereván y…bueno, en Armenia son todos armenios: la uniformidad que hay allí, por ahí uno la puede ver en otros países de Latinoamérica. Pero no en Argentina, y eso me parece muy bueno porque tenemos los engranajes abiertos. Eso significa cordialidad, libertad de espíritu, y una disposición creativa, así sea por nostalgia de lo que en los orígenes pudo haber sido, o cierta unidad como la que añoran algunos compositores; esa nostalgia del origen que siempre está dando vuelta. Ahí también entraríamos a la cuestión de los pueblos originarios que habitan lo que es hoy Argentina, pero yo no me siento capacitado para opinar sobre eso. Hay más fricciones en la convivencia y en el reconocimiento de sus padecimientos y demás. Hay mucho para poner a la mesa de esta pregunta, de una complejidad importante pero que apenas la puedo esbozar de esta manera.

En este tiempo estás más volcado a lo artístico. El año pasado, durante la pandemia, compusiste Las 14 estaciones del Vía Crucis.
Mientras estuve en Tres Picos, cerca de Sierra de la Ventana, viví varios meses en una capilla rural preciosa, entre ambas olas de pandemia. En ese tiempo que pude vivir ahí compuse mucha música: unos ricercares para piano solo que tocó y grabó María Laura del Pozzo, que eran como los preludios de Las 14 estaciones. Es una obra sin palabras, una suite para viola y violonchelo. Se tocó el Viernes Santo, en el Museo Pueyrredón, al pie de un algarrobo de 400 años de edad. De manera que el Vía Crucis estuvo al pie de lo que metafóricamente sería el árbol de la cruz. Me interesó que fueran un varón y una mujer: Gabriel Mateos en viola y Adriana Inés Bonaudi en violonchelo -dos excelentes músicos de Santa Fe. Además se grabó  en el Convento de San Lorenzo, al pie del pino histórico donde San Martín redactó el parte de la batalla de San Lorenzo; también esa misma metáfora. Y ahora me entero de que la Orquesta de Cámara de Hurlingham que dirige Roberto Flores está abordando las partituras para una versión orquestada. Parece que la obra tiene ganas de hacer un camino, que no es lo habitual en la música contemporánea, que normalmente tiene su estreno y ahí queda.

¿La no inclusión de violín obedece a alguna razón?
Cuando viajé a Armenia llevé obras mías para orquesta de cuerdas, pero también sin violines. A mí me interesa que la tesitura no sea tan alta, que quienes están en el medio -los violistas en general-  tengan la inclinación, la intención de sacar su voz por fuera de la textura, a partir del relieve de lo que se dice. Hay algo de la tesitura de la viola y el violonchelo que me parece coincide con la tesitura de la voz que yo escucho internamente. Cuando uno escribe, siempre es como que se proyecta la propia voz cantada, el propio cuerpo, cómo lo dice. Y esta tesitura coincide con la de la viola y del violonchelo. Además, me interesa que siempre aparezca algo nuevo en la música; eso lo dicen muchos salmos, esta figura del canto nuevo. Despertar un canto nuevo, una sonoridad que nos despierte algo en términos de novedad.

Justamente, para hacer “todas las cosas nuevas”, como dice la Biblia.
Claro, y justamente cada día nos despierta a una actualidad de lo bello, como dice Gadamer en su libro La actualidad de lo bello. Tiene que pasar algo: tiene que despertar alguna luz… Si no, a mí me parece que está mal.

Santiago Chotsourian ¿qué proyectos tenés en el Centro Armenio?
Estoy bastante abocado a la composición musical: estamos trabajando con Oscar Araiz, con Elena Macchi, con algunos cantantes muy buenos como Alejandro Spies, Celina Torres, Gustavo Marega, en distintas perspectivas: La noche oscura de San Juan de la Cruz, por un lado; por otro, Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz. Estamos haciendo una versión con el Grupo Erlebnis, una disposición de oratorio a partir de las siete últimas palabras, que estamos ensayando casualmente en el Centro Armenio, donde además proyectamos un curso que será a partir de abril los días miércoles. Y algunas ventanitas más de lo que siempre hicimos en la radio, como el podcast en Radio María los jueves a las 16; hacemos un ciclo, De lo espiritual en el arte, se titula, como el librito de (Vasili) Kandinski. Y en Radio Nacional de Bahía Blanca -ciudad muy querida, muy cercana- los sábados a las 20, La  hora clásica, un espacio de compartir, como siempre lo hicimos en FM Amadeus, en Radio Nacional, también en Arpeggio.

¿Tu formación musical tuvo algo que ver con tus aspectos espiritual y humanitario?
En lo espiritual me formé con los monjes trapenses, en el monasterio de Azul. Esa formación se perfila en línea con la vida contemplativa, que tiene mucha afinidad con los lenguajes de lo estético, que no son exclusivos del arte. A veces uno dice “estética” o “historia de la estética”, y piensa solo en el arte, o en la filosofía, en el pensamiento sobre la belleza y demás. Pero lo estético, en sus orígenes, es el campo contemplativo. La vida monástica es la gran tradición del cultivo de lo estético. Y ahí entran los lenguajes principalmente de la palabra, que es como el pan, y la voz es como la sangre. Pero también es la música: fíjate que en el monasterio trapense de Azul cualquier persona que tenga una disposición contemplativa participa de lo que se llama el oficio divino, que es el canto de la Liturgia de las horas. Siete veces por día uno se detiene a cantar una serie de salmos, himnos, cánticos, a leer unas lecturas y a rezar en general. Digamos que la vida contemplativa es una disposición de vivir adentro de los lenguajes que habitualmente reconocemos como artísticos.

Además, eso puede tener una dimensión misionera, o una dimensión de servicio, que por momentos se puede expresar, por momentos no. Sería raro que no se expresara, porque la vida contemplativa no es para quedarse colgado en una palmera, sino que eso después se traduce en algo, en alguna fecundidad. A lo mejor  una obra artística, una tarea; pero siempre es algo concreto. A veces, en algunos pocos casos, esa fecundidad, ese producto de la vida contemplativa es más profundo y trascendente, y son los llamados “frutos de oración”, esas cosas que invisiblemente suceden porque en el mundo hay muchas personas ofreciendo sus vidas muy pacíficamente. Todo eso tiene su fruto y su fecundidad, pero a mí se me ha dado en este tiempo la gracia de servir, de participar en la Villa La Cárcova junto con el padre Pepe, de vivir ahí tres años de mi vida, lo cual significó una alegría inmensa.

Tres años, como fue el ministerio de Jesús: todo un simbolismo.
Sería mucho decir. Lo que humildemente alcancé a hacer es nada en comparación a lo que el padre Pepe sigue haciendo desde hace mucho con una perseverancia, una tenacidad y un espíritu de lucha y, sobre todo, la misma gente, la que vive en los barrios de La Cárcova, que sostiene con una entereza, un amor, una alegría, una sabiduría, que sobrepasan largamente el pequeño aporte que uno pudo articular.

¿Cómo sigue el 2022 para Santiago Chotsourian?
Ahora con muchos ensayos, escribiendo, trabajando con artistas que respeto muchísimo: Oscar Araiz, Barney Finn, mis integrantes del grupo Erlebnis que son personas muy queridas, Alejandro Spies, Julieta Schena -también estoy trabajando con ella- , con Celina Torres en distintos procesos de ensayos de obras ya escritas o laboratorios de obras en ciernes. Al mismo tiempo, preparando clases, preparando los programas de radio, y también profundizando en esta situación en que ahora estoy, la disposición contemplativa, que es el trasfondo de todo lo que intentaré ir viviendo en estos próximos meses.

SINFONIA DE LOS JUGUETES - Santiago Chotsourian - martinwullich.com

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