Por supuesto, las cuestiones vinculadas al arte son siempre subjetivas. No discutiremos eso. Pero incluso en este marco, lo dicho no significa que todo pueda caer en un absurdo relativismo absoluto. No es la primera vez que los Premios Gardel, que otorga CAPIF (la cámara que agrupa a los sellos discográficos de la Argentina), demuestran tener un mal criterio. Pero en lo que se refiere en particular a la categoría que debería premiar el mejor disco de música clásica, este mal criterio ha caído en más de una ocasión ya dentro del terreno del dislate. Y esto precisamente es lo que ha vuelto a ocurrir en la última entrega, realizada el pasado 18 de septiembre.
Leo Maslíah es a nuestro entender un gran humorista. Original, ácido, irónico, ocurrente, sus talentos son diversos: es un prolífico escritor, cantante y también compositor. No podría decirse que se trate de alguien precisamente ajeno a las músicas académicas. Tiene escritas varias obras electroacústicas, sinfónicas y camarísticas. Recordamos con particular agrado su obra Vacas demasiado cerca de la carretera, que pudimos escuchar en alguna ocasión en el Teatro Colón, donde también se interpretó en 2003 su ópera Maldoror, basada en el libro Los cantos de Maldoror del Conde de Lautréamont.
Lo que queremos señalar es que no cuestionamos a Leo Masliah en tanto artista. Ni siquiera en tanto músico. Pero si algo no es Maslíah, es un pianista de música clásica. Que pueda interpretar obras clásicas o, como sucede en este caso, un programa completo dedicado a la obra de Johann Sebastian Bach, eso no lo ponemos en tela de juicio. Pero una cosa es tocar el piano, y otra muy diferente es ser pianista, con más razón si se trata de competir por un premio en dicha condición. Otros y muy distintos son los fuertes del músico uruguayo.
Uruguayo, hemos dicho. Y alguien aquí podría preguntar si acaso los Premios Gardel no están destinados a celebrar el talento de los artistas argentinos, dado que al menos eso es lo que dice CAPIF. Dejemos pasar este detalle. Depués de todo hay quienes todavía discuten si Gardel nació en Buenos Aires, en Toulouse o en Tacuarembó. Aquí el problema es otro. Y es que -digámoslo de una vez- Leo Maslíah toca Bach es un disco mediocre, que uno podría aplaudir como un respetable intento amateur, pero de ninguna manera postular siquiera para un premio como mejor álbum de música académica.
Porque esto fue lisa y llanamente una falta de respeto a muchos de los restantes artistas postulados. Maestros de extensa trayectoria y sobrados méritos como el pianista Valentín Surif o el violinista Rafael Gíntoli, quienes se presentaban con un registro de la Sonata Primavera de Beethoven. O el talentoso Camilo Santostefano, que proponía su brillante versión de la Missa Brevis de Zoltan Kodály al frente de MusicaQuantica, uno de los mejores ensambles corales de Latinoamérica. O el maravilloso disco de la Orquesta Artis, dirigido por Marta Luna, con las primeras grabaciones mundiales de tres obras de compositores argentinos, incluyendo un concierto para piano de Pablo Aguirre con la participación solista de Natalia González Figueroa, una obra para cuerdas de Ramiro Gallo y una suite para guitarra y orquesta de Jorge Morel. O el disco del Cuarteto UNTREF, primer conjunto camarístico de cuerdas del país que se especializa en el estreno de obras argentinas y latinoamericanas enmarcadas en la denominada música contemporánea o de experimentación sonora.
El caso de la Orquesta Artis merece un párrafo aparte, pues más allá de los méritos enormes del disco postulado, es la segunda vez que la agrupación recibe una afrenta similar: en 2003 el disco debut de la agrupación -dedicado a seis conciertos de Vivaldi- con la participación de notables solistas, fue desestimado y el premio se le otorgó a un disco de Liliana Vitale que absolutamente nada tenía ni de clásico, ni de académico, ni de meritorio.
Hay una explicación posible para estos despropósitos, que se ubica más allá de lo musical: para ser jurado en los Premios Gardel evidentemente no es necesario ser demasiado competente. O votan quienes acaso saben de otros géneros musicales, pero no de las especificidades que hacen a la música clásica. Entonces, en la mejor de las hipótesis, estos jurados terminan escogiendo el nombre que les resulta más simpático o conocido.
Todo esto genera un desprestigio que ha llegado al extremo de que algunos artistas se nieguen a participar como candidatos. Pues saben que, al menos en lo que se refiere a la música clásica, sencillamente no se trata de un certamen serio. Y quien suscribe dice esto con el pudor de formar parte del comité de voto cuestionado, así como también el director de este Portal. Pero nada puede hacer el voto de unos pocos, cuando la mayoría elige un ganador sin responsabilidad ni conocimiento. Lo cierto es que, contrariamente a lo que se suele decir del Zorzal Criollo, que cada día canta mejor, los premios Gardel parecen transitar por el camino inverso. Germán A. Serain
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