Fui invitado a participar como jurado de los Premios Gardel desde su inicio, cuando se entregaron en 1999. Organizados por la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas (CAPIF), estos premios constituyen el reconocimiento más importante a la producción discográfica de la Argentina y se otorgan anualmente. Cada integrante del jurado está habilitado para votar en diferentes géneros y categorías de manera opcional, además de cuatro rubros obligatorios, punto que de por sí constituye un despropósito.
¿Qué sentido tiene, por poner un ejemplo, que el programador musical de una radio deba votar sí o sí por el mejor videoclip o el mejor DVD del año? ¿Con qué criterio elegirá, si se trata de dos categorías ajenas a su labor profesional? También son obligatorios los rubros de mejor canción y mejor disco del año. Más razonablemente, las demás categorías son opcionales, ya que alguien puede saber mucho de folclore, por ejemplo, y nada de música tropical. Personalmente, emito mi voto sólo en aquellas categorías en las que me reconozco competente, aunque cierto es que en ocasiones las categorías obligatorias me arrastraron a la lógica del “Tín Marín de Do Pingüé” y a la convicción de que hubiese sido más digno no emitir voto alguno de ellas.
Mis gustos musicales son particularmente amplios, pero tengo mis especialidades: el jazz y la música clásica. Por eso me siento obligado a hacer algunos señalamientos respecto de esta última categoría. El primero es que el género es tomado con toda evidencia como un rubro menor, que resulta políticamente correcto tener en el listado, pero que a nadie le interesa en demasía. De esta manera se entiende mejor que compitan juntos y como si fuesen lo mismo un disco con composiciones contemporáneas para guitarra sola y un álbum orquestal con obras concertísticas, o que jamás un artista clásico haya estado presente sobre el escenario tocando en las ceremonias de entrega. Por supuesto, podría aducirse que la música clásica no vende tanto como cualquiera de los artistas que alguna vez han recibido el Gardel de Oro. Pero en tal caso no debería decirse que se trata de un premio a la música, y no haría falta voto alguno, sino que se premiaría directamente de acuerdo a los índices de ventas.
Pero la cereza del postre es otra: el certamen admite la participación de álbumes interpretados por artistas argentinos, o extranjeros residentes de manera permanente en el país, o vinculados con productores fonográficos argentinos. El criterio parece razonable: se prioriza lo relativo a la producción discográfica local. Sin embargo, en la práctica esto no sucede así. El Premio Gardel al Mejor Disco de Música Clásica 2017 fue recibido por un disco grabado y producido en Europa por la filial de un sello multinacional, interpretado por la Orquesta Filarmónica de Berlín, conducida en la ocasión por un director inglés y otro polaco. El programa está integrado por obras de un compositor británico y otro checo. La solista nació en Córdoba, esto es verdad, pero desde los diez años vive de manera permanente en Europa. En definitiva: se trata de una producción discográfica íntegramente europea, que injustamente ocupó el lugar que podría haber sido para otros posibles ternados y finalmente se impuso a los locales Gabriel Senanes y el dúo Manos a las obras, conformado por Elías Gurevich y Haydée Schvartz.
Nadie cuestiona aquí la calidad artística de Sol Gabetta, una magnífica violoncellista, reconocida internacionalmente. Lo que se cuestiona es su pertinencia como candidata en estos premios. CAPIF debería saber que existen diferencias no menores entre un disco producido en nuestro país, sea de música clásica o de cualquier otro género, y un disco europeo que, casi por casualidad, incluye la participación de una solista nacida en la Argentina. Y también es una cuestión ética de quien lo presenta al premio, aprovechando ignorancias o fisuras propias del reglamento. Nótese en este sentido que las discográficas, también multinacionales con filial en nuestro país, que tienen en sus catálogos a artistas argentinos como Daniel Barenboim o Martha Argerich no han postulado los discos de producción extranjera que ellos hacen. Pero la responsabilidad aquí es de quien otorga los premios. Sobre todo si no desean perder toda credibilidad entre quienes nos ocupamos de la música clásica. Germán A. Serain
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