Una edición magnífica –presentada por Lumen- invita a sumergirnos en Orlando, el clásico de Virginia Woolf. Escrito y publicado por primera vez en 1928, esta novela es una declaración de libertad sobre la condición de género, que se prolonga a lo largo de cuatro siglos, cifrando como clave la esencia del Tiempo. “Ese maravilloso desacuerdo del tiempo del reloj con el tiempo del alma no se conoce lo bastante y merecería una profunda investigación”.
Así Virginia Woolf crea a Orlando, un joven tímido y amante natural de los sitios solitarios, las perspectivas amplias y el sentirse por siempre solo, lo que lo lleva a deambular por espacios salvajes descritos como si fuesen el mismo Edén, atento a los pájaros, los ciervos, las brisas y los cambiantes tonos del cielo. Ya desde la primera frase de la novela se deja sentado que Orlando es indudablemente un varón, y este joven noble de 16 años, favorito de la reina Isabel I, que tenía “unos ojos como violetas empapadas tan grandes que parecía que el agua los hubiera anegado”, recorre su juventud aventurándose y decepcionándose en el amor, la vida y la poesía.
Para cuando llega la Gran Helada a Londres, el año en que se congeló Europa –invierno de 1709-, Orlando conoce y se enamora de una eximia patinadora que tenía el brío de un muchacho, pero en realidad se trataba de una princesa rusa que formaba parte del séquito del embajador moscovita. Con Sasha, Orlando adquiere el porte de un caballero lleno de gracia y cortesía varonil. Al tiempo que el río Támesis se descongelaba, la amante rusa desaparece presumiblemente en un buque que Orlando alcanza a divisar entrando a mar abierto, justo el día en que le había propuesto fugarse juntos.
Pero Orlando era un noble que padecía el amor por la literatura. Todos los dones que la fortuna le había otorgado –plata, lino, casas, sirvientes, alfombras, profusión de camas- se esfumaban al abrir un libro. Orlando prefería quedarse solo, leyendo; un hombre desnudo. Decide aceptar el cargo de embajador británico en Constantinopla y al cumplir 30 años -luego de dormir durante una semana- se despierta con cuerpo de mujer, en una silueta que combinaba la fuerza del hombre y la gracia femenina. Comienza ahora a experimentar las conductas irrisorias que despierta en su nueva condición y -sin saber muy bien a cual sexo pertenece- reconoce las flaquezas de los dos. Sin embargo, ahora se le aclaran mil insinuaciones y misterios oscuros. “La oscuridad que separa los sexos y en la que se conservan tantas impurezas antiguas quedó abolida”.
En el prólogo de esta edición, a cargo de Jeanette Winterson, se marcan dos pistas que pueden haber desencadenado el trabajo creativo tan dedicado que dio en llamarse Orlando: Virginia -nacida en 1882- recibió una educación victoriana, estricta doctrina social que mantenía esferas separadas, la mujer en casa, el hombre en el mundo. Durante su formación como mujer de letras, Woolf concibió a la mente con una cualidad andrógina, con la cual alcanzaría una amplitud de miras y una certidumbre propia de la mentalidad renacentista.
Inspirada en Shakespeare -a quien admiraba- pensaba que todos podríamos ser más tolerantes si nos librábamos de las convenciones y la hipocresía. Así es que la narración de Orlando comienza durante el reinado de Isabel I de Inglaterra y culmina en 1928, año en que las ciudadanas británicas mayores de 21 años consiguieron acceder al voto. Virginia Woolf trabajaría duro para desmantelar todo el paradigma victoriano, y hasta tal punto, que se considera a la novela Orlando una biografía ficticia de su amiga Vita Sackville-West, con quien mantuviera una aventurada relación sentimental. De ella extrae el ámbito aristócrata al que pertenecía, y un sinfín de ribetes transgresores y liberales que eran propios de su frivolidad impenitente.
“Parece que no le costaba el menor esfuerzo mantener ese doble papel, pues cambiaba de género con una frecuencia increíble para quienes están limitados a una sola clase de atuendo”. Al final, mientras cierra Woolf esta bio variopinta, trata de explicar: “Porque si hay -digamos- setenta y seis tiempos distintos que laten a la vez en el alma, ¿cuántas personas diferentes no habría -el cielo nos asista- que se alojan, en uno u otro tiempo, en cada espíritu humano?”. La capacidad de contemplación de Orlando era tal que alcanzaba la mayor satisfacción en la naturaleza, “como si su espíritu fuera un líquido que fluyera alrededor de las cosas y las abarcara absolutamente”.
Completan la edición bellísimas ilustraciones de la diseñadora Helena Pérez García, sevillana radicada en Londres. La traducción es de Jorge Luis Borges. Leer Orlando en el siglo XXI quizás sea el legado más nutritivo del que se pueda disponer para comprender todos los cambios sociales en los que estamos embarcados. Virginia Woolf plasmó su testimonio en cuerpo y alma con tal riqueza creadora, que con el tiempo se han fundido en una conciencia libre. Silvia Bonetti
Orlando
Virginia Woolf
Lumen
278 páginas
Virginia Woolf: (Adeline Virginia Stephen; Londres, Reino Unido, 1882 – Lewes, 1941) Su nombre figura junto con el de James Joyce, Thomas Mann o Franz Kafka entre los grandes renovadores de la novela moderna. Experimentando con la estructura temporal y espacial de la narración, perfeccionó en sus novelas el monólogo interior, procedimiento por el que se intenta representar los pensamientos de un personaje en su forma primigenia, en su fluir inconsciente, tal y como surgen en la mente. Algunas de sus obras más famosas son La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) o Las olas (1931). Woolf fue además pionera en la reflexión sobre la condición de la mujer, la identidad femenina y las relaciones de la mujer con el arte y la literatura, que desarrolló en algunos de sus ensayos.
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