Parafraseando a Marcos Mundstock, cultura es todo, incluso el fútbol. Y finalizada la fase de grupos y con la Selección Nacional en octavos de final, viene bien repasar algunas cuestiones que nos deja la Copa del Mundial de Fútbol de Qatar 2022. Este evento ha atraído críticas por los derechos humanos en ese país, aunque la pasión por el deporte y por los billetes todo lo puede. En Qatar la sociedad machista y patriarcal invisibiliza a las mujeres, y los emolumentos extraídos de la explotación de petróleo y gas parecen taparlo todo. No obstante, es el primer mundial en la historia en que una terna arbitral femenina dirigió un partido, donde se ven árbitras auxiliares y donde se puede escuchar a mujeres relatar partidos. Parece poco, pero es algo.
Los países clasificados al mundial no desconocían que en Qatar las cosas son distintas que en Occidente. Si uno no comulga con las normas de un lugar, puede ir y atenerse a esas normas, o no ir. Simple. Si Qatar ha perpetrado actos comprobados de violación a los derechos humanos, se debió haber dejado “en off-side” al país organizador, por ejemplo, absteniéndose de participar. Pero es más fácil polemizar al divino botón y dejar que las cosas caigan en saco roto una vez finalizado el mundial, como indudablemente sucederá una vez que el vencedor alce el trofeo el 18 de diciembre próximo. Australia fue el primero en criticar abiertamente la cuestión de los derechos humanos dentro del país organizador; no obstante, enfrentará a Argentina en octavos de final. El seleccionado alemán, que por segunda vez consecutiva debe volver a casa en fase de grupos, protagonizó un bochornoso episodio previo a su choque con su par nipón para protestar por la prohibición del brazalete de seis colores, en abierto desafío a las leyes del país anfitrión.
Uno puede debatir hasta el cansancio si está bien que Qatar tenga leyes tan rígidas; si no debería vivir y dejar vivir al resto como mejor le plazca, siempre y cuando no se violenten los derechos de los demás. Pero lo que hace ruido no es que la gente se moleste -y con razón- por tantas restricciones, sino la manera tan infantil e inútil en que se protesta. Taparse la boca como lo hicieron los jugadores alemanes es una actitud, en jerga futbolera, “para la tribuna”, más parecida al capricho de un nene que a una propuesta seria y coherente para intentar solucionar el problema. Cualquiera que conozca algo de fútbol sabe que la función del brazalete de capitán es puramente estratégica; no es para flamear banderías políticas ni ideológicas de ningún tenor.
Además de quedar excluido del mundial, Rusia quedó en el ojo de la tormenta del arte, con cancelaciones a artistas rusos y manifestaciones Netrebko-fóbicas que, afortunadamente, no lograron empañar las espectaculares presentaciones de la soprano en el Teatro Colón. Los hinchas rusos se quedaron con las ganas de ver jugar a su equipo; como si a Vladimir Putin lo amedrentara tal medida, o como si todos los hinchas rusos apoyaran las decisiones de su gobierno. A la luz de este episodio y retrocediendo en el tiempo, no se entiende cómo se realizó el Mundial de Fútbol de 1978 en un país como el nuestro gobernado por una junta militar que se cargó miles de desaparecidos.
La Copa del Campeonato Mundial de Fútbol Qatar 2022 es la antesala del transhumanismo. A nadie sorprende que una computadora nos pregunte a nosotros, seres humanos, si realmente lo somos. Pero debería asustarnos. La creciente dependencia de la tecnología amenaza con transformar un deporte apasionante en una tediosa ristra de protocolos con el tan mentado VAR (video assistant referee, por sus siglas en inglés o árbitro asistente de video) como protagonista. Cualquier simpatizante de fútbol que peina canas recuerda partidos donde el árbitro desempeñó un papel fundamental para definir el resultado, como por ejemplo la famosa mano de Luis Gallo que no cobró Guillermo Nimo, o el dudoso penal que Edgardo Codesal cobró para Alemania, privando a Argentina de la copa de Italia 1990. El árbitro ha sido la autoridad máxima de un partido. Y decimos “ha sido”, debido al inusitado protagonismo partido a partido de una pantalla cuyos dictámenes inciden en la clasificación o eliminación de un equipo. Cada vez más los árbitros vienen con una formación tan deficiente (o una falta de autoridad tan pasmosa) que a la primera de cambio deben acudir a una computadora. Terminator está a la vuelta de la esquina.
Así y todo, más allá de las protestas y del dichoso VAR, si una copa mundial de fútbol convoca multitudes y, además, ofrece un interesante abanico de culturas, etnias, costumbres (¡y buen fútbol!), bienvenido sea. Que ni la política ni las ideologías nos priven del tan necesario arte o de la mística del deporte más lindo del mundo. Viviana Aubele
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