AUTOFICCIÓN, de Sergio Blanco

Un ensayo sobre el género autoficcional con claras proyecciones filosóficas

De un tiempo a esta parte se ha empezado a hablar con fuerza de una vertiente alternativa, dentro del campo de la narrativa, identificada con el rótulo de autoficción. Uno de sus cultores más visibles es el dramaturgo uruguayo Sergio Blanco, autor del libro Autoficción, una ingeniería del yo. En una primera aproximación, podríamos decir que este género vendría a ubicarse a medio camino entre la autobiografía y la ficción literaria. Y que la obra de Blanco en su conjunto apunta a profundizar en su análisis, en el caso concreto de este libro a través de una aproximación en clave ensayística, con mucho contenido autorreferencial. No obstante, lo más interesante de este trabajo radica —a nuestro entender— en las proyecciones del trabajo que exceden lo relativo propiamente al género. Concretamente, en todo aquello que se relaciona con la ingeniería del yo a la cual hace referencia el subtítulo.

En realidad, toda autobiografía, entendida como un relato sobre la propia realidad (pero también sobre las realidades del otro), tiene algo de ficción. Del mismo modo que toda ficción tiene algo de autobiografía, pues solamente podemos fantasear sobre aquello que de algún modo conocemos. En cierto sentido es como el famoso cuadro de René Magritte, Ceci n’est pas une pipe, escrita esta sentencia sobre el lienzo, justo debajo de un dibujo que claramente muestra la representación de una pipa. El problema es la puesta en discurso, la mera representación. O como lo expresa Blanco: los mecanismos de poetización. La puesta en relato nos aleja de lo real, más allá de que, acaso de un modo paradójico, toda ficción nos acerque al mismo tiempo a cierto contenido de la realidad. La realidad pulsional de nuestros deseos, por lo pronto, es lo que justifica en definitiva la existencia misma de toda fantasía.

Si hablamos de nuestra identidad (el resultado de la referida ingeniería del yo), podemos decir que somos sujetos históricos. Con historias que pueden ser —y de hecho son— narradas, confeccionadas con vivencias y recuerdos. Aquí se presenta otro problema: lo que recordamos es siempre relativo. Un poco porque todo recuerdo es también una representación, una historia construida, a través de la cual nos presentamos ante la mirada de un otro (también ante nuestra propia conciencia). Y otro poco porque el tiempo desdibuja las cosas. El dolor que recordamos tiempo después de haberlo sufrido es muy diferente del que en su momento sentimos. Y así es con todo: apenas una impresión, más o menos lejana. De a poco el recuerdo va ocupando el lugar de aquello que sucedió, así como un mapa ocupa el lugar del territorio que representa.

Esto son las autobiografías. Además de la imprecisión creciente que deriva del paso del tiempo, se impone nuestra natural tendencia a adornar ese relato que nos representa. Más que a una fotografía, se parece a un dibujo que uno hace de memoria, añadiendo detalles más o menos inventados, cubriendo los baches que inevitablemente van apareciendo mediante parches más o menos confiables, donde se confunde lo que fue con lo que podría haber sido.

El libro de Sergio Blanco abunda en citas, seleccionadas con muy buen criterio. Así aparece referido Stendhal, quien desarrolla este tópico en Vida de Henry Brulard (1835), donde además de reconocer la dificultad para recordar lo pasado aborda el obstáculo de la subjetividad del autor, quien de un modo u otro tenderá siempre a maquillar o engalanar los hechos, probablemente de un modo que a él mismo no le parecerá relevante o significativo, pero que ya nos coloca en el terreno propio de la ficción.

Arthur Rimbaud escribió una vez: Je est un autre. Frase por demás interesante, en tanto implica al mismo tiempo una negación y una vinculación afirmativa. Es evidente que existe una relación de antinomia entre los dos términos planteados (si se trata de un otro, no soy yo, y viceversa), pero al mismo tiempo solo es posible hablar de un otro en relación a un yo; y viceversa. Allí donde Descartes afirma saber que existe porque piensa, Rimbaud está manifestando que, si se reconoce en un yo, es porque se encuentra ante la existencia de un otro, sin el cual la idea misma de un yo carecería de sentido. También perderían sentido la moralidad y toda responsabilidad que, siendo partes definitorias del yo, necesariamente anclan en alguien más.

Otra cita: Paul Ricoeur dice básicamente lo mismo con distintas palabras: “El camino más corto de sí mismo a sí mismo pasa por el otro”. Una idea a partir de la cual podríamos enlazar fácilmente el yo es un otro de Rimbaud con el conócete a ti mismo inscrito en el templo de Apolo en Delfos, consejo atribuido a veces a Heráclito, otras a Sócrates, a Pitágoras, a Tales de Mileto y hasta a Solón de Atenas. Lo concreto es que, a partir de dos formulaciones aparentemente tan diversas, arribamos a similares resultados.

Quizás en este punto valga la pena aclarar que nada de lo dicho hasta aquí debe ser leído desde una relación necesaria con el narcisismo. Sucede que aquello que me sucede a mí, también le sucede en alguna medida al otro. Comprendiendo mis propias pasiones, anhelos y desvelos, voy a poder interpretar mejor (siempre y cuando yo mismo me lo permita) aquello que le suceda a los demás. No es casual que Blanco haya escrito una obra dedicada al narcisismo (La ira de Narciso) centrada en el hiperconsumo. El puro narcisismo es superficial, se queda en la contemplación de las apariencias, en tanto el conocimiento es profundo, y por ese abre puertas hacia la realidad del otro.

En definitiva, Sergio Blanco abunda en el tema de la autoficción en toda su obra, pero lo hace con un objetivo claro. “Todas mis autoficciones fueron escritas no tanto para esconderme, sino para buscarme”, explica. Y en este libro, antes de pasar al segmento que propiamente podríamos categorizar como un desarrollo sobre el tópico literario de la autoficción, remata con otra buena cita, en este caso de Montaigne: “Si el mundo se queja de que yo hablo demasiado de mí mismo, yo me quejo porque él ni siquiera piensa en sí mismo”. Esto debe ser leído, una vez más, a la luz de lo ya dicho: Je est un autre.

Como las caras opuestas de una moneda, del otro lado de este reconocimiento de uno mismo se encuentra la ignorancia del otro. O como lo expresa Blanco: la desubjetivación. La disolución de ese que es sujeto por anclaje a un otro. Blanco cita aquí, en este punto, a Pascal Quignard: “La desubjetivación originaria es ser reconocido por otro animal como un pedazo de carne”. Obsérvese ahora usted mismo en un espejo. ¿Ve una persona o apenas un pedazo de carne? Acaso el problema en realidad sea cómo habrá de verlo el otro. O lo que es lo mismo: cómo el otro sea visto por usted. Ficciones, en ambos casos, cruzadas con matices diversos de la más pura realidad. Germán A. Serain

Autoficción – Una ingeniería del yo
Sergio Blanco
Punto de Vista Editores, 2018
111 páginas
Sitio Web Punto de Vista
 
Sergio Blanco (Montevideo, 30/12/1971), dramaturgo y director teatral franco-uruguayo, vivió su infancia y adolescencia en Montevideo y reside actualmente en París. Tras estudiar filología clásica decidió dedicarse a la escritura y la dirección teatral. Sus piezas han sido distinguidas con numerosos premios, entre ellos: Premio Nacional de Dramaturgia del Uruguay, Premio de Dramaturgia de la Intendencia de Montevideo, Premio del Fondo Nacional de Teatro, Premio Florencio al Mejor Dramaturgo, Premio Internacional Casa de las Américas y Premio Theatre Awards al Mejor Texto en Grecia. En 2017 y 2020 sus obras Tebas Land y La ira de Narciso reciben el Award Off West End en Londres. Su obra entra al repertorio de la Comedia Nacional de Uruguay en 2003 y 2007 con sus piezas .45’ y Kiev. Entre sus obras más conocidas, publicadas e interpretadas en más de veinte países, se destacan Slaughter.45’KievBarbarieKassandraEl salto de DarwinTebas LandOstiaLa ira de NarcisoEl bramido de DüsseldorfCuando pases sobre mi tumbaCartografía de una desapariciónTráficoCOVID-451 y Divina invención.
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