Medio siglo después de la declaración de nuestra independencia en Tucumán nacía Lola Mora. Bueno, quizás medio siglo y un poco más. Se dice que nació en 1866, pero según Pablo Solá, su sobrino bisnieto y biógrafo, fue un año después. Por otra parte, salteños y tucumanos se disputan su origen: para los primeros nació en El Tala; para los segundos, era oriunda de Trancas. Pero Lola creció y se formó en Tucumán, y se sentía tucumana.
Fue alumna del pintor italiano Santiago Falcucci, de quien aprendió más a fondo las técnicas del neoclasicismo y el romanticismo europeos. Su colección de retratos de gobernadores tucumanos causó óptima impresión: Falcucci manifestó que “era la copia de una fotografía, pero tenía todo de propio, de individual en la factura”. Decidida a seguir su estrella en el arte, viajó a Buenos Aires, donde ganó una beca para estudiar en Europa. En 1897 viajó a Italia. Fue alumna del pintor Francesco Paolo Michetti y luego de Giulio Monteverde, experto en mármol, quien la catapultó al mundo de la escultura.
La noticia de su talento y prestigio se propagó de tal manera que Lola recibió varios encargos. En 1900 la artista -que ya residía en Italia- volvió a Buenos Aires. Se le habían encomendado algunos trabajos: una estatua de Juan Bautista Alberdi y estatuas y relieves conmemorativos de la batalla de Salta. Por su parte, Lola ofreció a la municipalidad de Buenos Aires la obra por la cual sería más conocida, tanto por su talento como por la polémica que generó: la Fuente de las Nereidas, que comenzó a esculpir estando en Europa.
Los bloques de mármol de Carrara, transportados en barco hasta nuestro país, iban a levantarse frente a la Catedral: el conjunto representa el nacimiento de Venus, y la cantidad de figuras desnudas que lo integran hizo que las recatadas damas porteñas pusieran el grito en el cielo. De ahí que esta impresionante obra de estilo renacentista fuera movida, primero a la intersección de Juan D. Perón y Alem, y más tarde a la entrada de la Reserva Ecológica.
Otro trabajo que se le encargó para ese entonces fueron los bajorrelieves para la histórica Casa de Tucumán, en cuyo salón se firmó el acta de nuestra independencia. Serían dos obras que flanquearían un patio abierto; una, conmemorativa del 25 de mayo de 1810, y la otra recordando el 9 de julio de 1816. La casa había sido adquirida por el gobierno nacional mientras Nicolás Avellaneda, tucumano, era presidente, y se hallaba en estado deplorable. Durante la presidencia de Julio A. Roca -otro tucumano- se debió demoler gran parte de su estructura para poder remodelar la casa.
Roca encargó a Lola los bajorrelieves, que fueron hechos en bronce y dan cuenta de la maestría la artista. Se trata de dos obras con detalles significativos, donde lo gestual de las figuras pretende transmitir a quien quiera verlas cuán trascendentes son esos momentos para nuestra historia. Los puños en alto del pueblo que se manifiesta en la Plaza Mayor, los detalles de la vestimenta de la época, la precisión con la que Lola reflejó el cortinado y el mantel de la mesa en la sala de la independencia, la actitud postural de quienes presidían la jura, todo esto dice mucho de la persona que concibió tanta belleza en una simple y desabrida aleación metálica.
Elogios aparte, Lola Mora se permitió una pequeña licencia. Entre las figuras que pueblan el bajorrelieve que recuerda la declaración de la independencia, hay una que claramente remite a Julio A. Roca, amigo y benefactor de Lola. Evidentemente en gratitud a Roca, ella incluyó su figura entre los congresales del bajorrelieve. Casualidad o no, años después comenzó el ocaso de su estrella. En 1909 Lola se casó con Luis Hernández Otero, un hombre diecisiete años menor y que se cree fue alumno suyo. Pero el matrimonio no prosperó, y Hernández terminó abandonando el hogar conyugal. Este fracaso fue quizás preludio de otros fracasos de Lola que poco tenían que ver con su inclinación artística.
Intentó probar suerte en el negocio de esquistos bituminosos para la obtención de petróleo en las selvas de Salta, pero salió perdiendo. Ideó también un dispositivo que permitiría ver cine sin necesidad de apagar las luces de la sala, pero tampoco tuvo éxito. Lola Mora fue emprendedora en todo sentido, pero lamentablemente los prejuicios de la época (recordemos el escándalo con la Fuente de las Nereidas), su amistad con Julio A. Roca (de la que más tarde los detractores del ex presidente le pasaron enorme factura) y su espíritu emprendedor y liberal, bastante mal visto para una mujer de su época, la hicieron caer en un injusto ostracismo.
No obstante, podemos mencionar dos cuestiones que tratan de hacerle justicia. Por un lado, gracias a la ley 25.003/98, todos los 17 de noviembre, fecha de su nacimiento, se celebra el Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas. Por otro lado, el sitio web de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán dedica algunas palabras para encomiar los bajorrelieves que desde principios del siglo pasado enmarcan uno de los patios de la Casa de Tucumán: “Tanto por las dimensiones como por la calidad de su ejecución, estas piezas de bronce constituyen ejemplos casi únicos en su género, en Argentina”. Como Lola. Única en su clase. Viviana Aubele
Artículo de Raquel Garigliano en El Litoral
Informe y fotos del Ministerio de Cultura
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