Hay una cierta fascinación que despiertan de por sí los fragmentos. Esos elementos que uno sabe que otrora formaron parte de una unidad más amplia, ya perdida, tal vez definitivamente, y que sin embargo subsisten de manera empecinada en el tiempo presente, con una identidad propia, pero testimoniando al mismo tiempo la persistencia parcial, insistente, de aquello que ya no está. El lector del tren de las 6.27, de Jean Paul Didierlaurent es una novela de muchísimo atractivo para cualquier amante de la lectura. Es muy fácil, desde esta pasión, comprender las contradicciones del protagonista del relato, Guibrando Viñol, operario en una planta de reciclaje de papel, que cada día convierte en pasta de celulosa montañas de libros de descarte, que el mercado no ha logrado convertir en mercancía. Sin embargo, durante cada jornada el personaje se ocupa de rescatar secretamente algunas hojas sueltas, a las que otorga una última vida, leyéndolas en voz alta al día siguiente, durante su cotidiano viaje de ida a su trabajo, precisamente en el tren que da título a la obra.
De esta manera, el texto central de la novela, que también transitará por una impensada historia de amor, se alterna con múltiples textos menores, siempre de carácter fragmentario, pero no por eso menos apasionantes. De hecho, puede que sea precisamente en esta condición parcial donde resida el atractivo de esas historias incompletas, amputadas, matizadas con personajes y vivencias que de un modo u otro remiten a lo mismo: la deconstrucción de las palabras, las frases, las historias y las vidas. Es probable que los particulares matices de estos personajes, por momentos insólitos pero siempre verosímiles, nos acerquen de un modo u otro a reflejos inconfesables de la humanidad del propio lector. Al lector del libro nos referimos ahora, reflejado en ese otro lector, que rescata hojas sueltas de una trituradora, para leerlas al día siguiente en un tren. Si el segundo lector recorriera esos fragmentos rescatados y transcriptos en la novela también en un tren, yendo a su jornada laboral una mañana cualquiera, y encima decidiera hacerlo en voz alta, el círculo sería perfecto.
Pero no es necesario tanto. Esta novela puede disfrutarse donde quiera que sea leída. Aunque tal vez sea un fragmento ajeno al libro, para insistir con la metáfora de lo fragmentado, el que mejor sirva para explicar la fascinación que ejerce esta obra. Alguna vez, en una entrevista, la antropóloga francesa Michele Petit comentaba, en relación a la experiencia de la lectura: «Una de las mayores angustias humanas es la de ser caos, fragmentos, cuerpos escindidos, la pérdida del sentimiento de continuidad, de unidad. Uno de los factores por los cuales la lectura es reparadora es que facilita el sentimiento de continuidad, a través del relato. Una historia tiene un principio, un desarrollo y un fin; permite darle unión a algo. A veces, escuchando una historia, el caos del mundo interior se apacigua, y por el orden secreto que emana de la obra el interior podría también ponerse en orden. El mismo objeto libro, hojas pegadas juntas, organizadas, ofrece la imagen de un mundo reunido.» De esto trata este libro. Germán A. Serain
El lector del tren de las 6.27
Jean-Paul Didierlaurent
Editorial Planeta
195 páginas
Planeta de Libros
Jean-Paul Didierlaurent: nacido en Francia en 1962, se ha convertido a través de este libro en uno de los autores revelación del momento. Ganador en dos ocasiones del Premio Hemingway, El lector del tren de las 6.27 es su primera novela, y sus derechos han sido comprados por más de veinticinco editoriales internacionales. La obra, de muy llevadera y grata lectura, es una perla que conviene tener en cuenta.
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