Umberto Eco escribió su primera novela, El nombre de la rosa, en 1980. Es una obra compleja, que amerita ser leída más de una vez -y en varios niveles de lectura-, donde se narran las peripecias de un monje franciscano y su ayudante para desentrañar misteriosos crímenes en torno a una abadía, y en especial en torno a su biblioteca. En esta apasionante obra, se puede llegar a advertir cómo era la vida monacal de la Edad Media, en especial la fatigosa labor de los monjes que copiaban con mucho esmero manuscritos de índole variada. Hay un misterio en torno a esa biblioteca, que encierra otros misterios: “…la biblioteca era al mismo tiempo la Jerusalén celestial y un mundo subterráneo situado en la frontera de la tierra desconocida”, comenta Adso, el narrador de esta historia.
Los monasterios desempeñaron un papel importante en la conservación del conocimiento. Con el tiempo, las universidades fueron tomando esa función de conservación y, por supuesto, transmisión del conocimiento, y fueron desplazando el trabajo de los monjes: “…nuestros monasterios habían perdido la palma del saber; porque ahora las escuelas catedralicias, las corporaciones urbanas y las universidades copiaban quizá más y mejor que nosotros, y producían libros nuevos”, se lamenta Adso, que además menciona la inconformidad de los monjes que “movidos por la avidez de novedades” querían ser ellos mismos quienes produjeran el conocimiento más allá de ser meros copistas.
Pasaron muchos siglos, corrió mucha agua bajo el puente, y si bien las bibliotecas tal como uno las conoció de niño siguen en pie cual monumentos al saber, la tecnología ha facilitado mucho las cosas, como en tantos otros aspectos de nuestra vida moderna. Con solo un clic se puede acceder a cantidad de información sobre prácticamente todo. En 1996, ya plena era de Internet, se creó Internet Archive, una organización sin fines de lucro cuyo fin es preservar archivos, sitios Web y recursos multimedia. Para cumplir esa misión, Internet Archive recibe donaciones de diversas bibliotecas, en formato audio, texto o video en dominio público.
El 24 de marzo de este año, en el contexto de la pandemia del coronavirus y el consiguiente cierre al público de escuelas, universidades y bibliotecas, Internet Archive anunció la creación de la National Emergency Library (Biblioteca de Emergencia Nacional). Se limitaría a los usuarios la cantidad de libros que podrían tomar en préstamo permitiendo un solo préstamo digital por cada copia de libro; se utilizaría un archivo encriptado que, una vez terminado el plazo del préstamo, quedaría inutilizado.
La idea era que esta biblioteca siguiera en pie hasta el 30 de junio de este año, si es que el estado de emergencia por pandemia en Estados Unidos no concluía antes. Pero antes de esa fecha límite, cuatro monstruos de la industria editorial -Harper Collins, Hachette Book Group, John Wiley & Sons y Penguin Random House- se unieron para presentar una demanda contra la institución acusándola de piratería. Varios medios alertaron al público del inminente peligro que correrían los proyectos de Internet Archive, en particular la biblioteca de emergencia. Los demandantes insisten que se trata de piratería pues, alegan, Internet Archive distribuye libros en formato de archivo de imagen. Por decisión propia, esta última desactivó a mediados de junio el proyecto de la biblioteca de emergencia.
El 23 de junio la publicación Vox bajó los decibeles al asunto y minimizó las supuestas terribles consecuencias de la demanda, a la vez que achacó que cundiera el pánico a cuestiones de desinformación. La nota explica que lo de Internet Archive no es piratería sino un proyecto de preservación, que la entidad tiene posesión de copias físicas de todos los libros que digitaliza y que hace uso de su derecho de préstamo de las copias digitales, cuidando de que no haya más de una copia digital por vez del libro en cuestión. Este derecho ha sido avalado por bibliotecas y expertos en materia legal. También se deja entrever que esta disputa no es otra cosa que una excusa para impulsar leyes de derechos de autor más duras.
Un día antes de la publicación de Vox, la Association of Research Libraries (Asociación de Bibliotecas de Investigación) también defendió el derecho de Internet Archive de permitir al público el acceso virtual al material bibliográfico. Explicó que el método utilizado, controlled digital lending (préstamo digital controlado) es una práctica legal que no lesiona los derechos de autor, puesto que las bibliotecas dan en préstamo copias digitales temporales de libros impresos en su poder, y mientras la copia digital es utilizada se saca de circulación la copia impresa.
Internet Archives ya ha respondido a la demanda. En el escrito presentado a finales de julio ante el tribunal que entiende en la causa, la institución afirma ser una “Biblioteca de Alejandría para el siglo veintiuno” y alega que hace “lo que las bibliotecas siempre han hecho: adquirir, coleccionar, preservar y compartir nuestra cultura en común”. Las tecnologías modernas, agrega, hacen posible aquello que la Biblioteca de Alejandría no fue capaz de lograr: que las personas alejadas de los principales centros urbanos puedan tener el mismo acceso a recursos culturales como quienes viven en esas ciudades. Brewster Kahle, el fundador de Internet Archive, planteó que lo que está en juego en esta demanda es el acceso a los libros de biblioteca de toda persona que desea aprender, y que por eso su institución ha salido a defender los derechos de cientos de bibliotecas que utilizan el sistema controlled digital lending.
Es llamativo que cuatro poderosos que por año facturan millones de euros impulsen algo así en plena crisis pandémica, en un tiempo en que en muchos países el acceso a la educación y la cultura no se da sino en formato virtual. En un mundo donde se pregonan la inclusión y la igualdad a cualquier precio, parece algo obsceno que los más poderosos pretendan controlar en rédito propio el acceso a tales beneficios. Es como que, por más que todos cacareen la igualdad de condiciones para unos y para otros, todavía estuviera pintado en la pared de la granja “el” Mandamiento que George Orwell tan sabiamente condensó: “Todos los animales son iguales; pero algunos animales son más iguales que otros”. Viviana Aubele
Comentarios