Las reacciones de un artista al fracaso pueden tener consecuencias no deseadas. Georges Bizet estrenó Carmen en la Ópera-Comique de París, en 1875. La crítica fue impiadosa con la ópera del joven Bizet, que lamentablemente falleció poco después, a causa de la amargura que semejante fracaso le había deparado, a sus 36 años de edad. Su salud y la mala recepción de su ópera le jugaron una pésima pasada y lo privaron de disfrutar el éxito posterior, ya que Carmen sería una de las óperas más frecuentemente llevadas a escena. ¿Y qué pasó con el Concierto para violín en re menor, de Jean Sibelius, que menciona el título de esta nota? He aquí la historia.
Jean Sibelius llegó a vivir poco más de noventa años, y se lamentó de que no hubiese muerto joven, como “un artista de verdad”. Esta concepción romántica del artista atribulado, tempestuoso y depresivo ha sido tema de numerosas expresiones artísticas; pero en el plano de la vida real, Sibelius debe haber sufrido un descenso al averno en vida. La amenaza implacable de locura, la soledad y el alcohol lo persiguieron en su ostracismo; la actitud hostil del ambiente europeo -excepto Inglaterra- lo abrumaba. A tal punto que Sibelius y su esposa Aino se recluyeron en su casa en Ainola, en medio de los bosques finlandeses, lejos del mundanal ruido.
El estreno del Concierto para violín en re menor Op. 47 se llevó a cabo casi a las apuradas, en la capital finlandesa, el 8 de febrero de 1904. A la frase “a las apuradas” habría que agregarle “a los tumbos”: la previa de este estreno contó con no pocos incordios. El concierto no iba a estrenarse en Helsinki sino en Berlín, y el solista iba a ser el célebre violinista Willy Burmester, a quien estaba dedicada, en principio, la partitura. Por cuestiones de dinero, Sibelius tuvo que cambiar la sede del estreno, y Burmester prefirió no desplazarse hasta allí. Entonces el compositor le pasó la posta a Victor Novacek, que a la sazón era docente y titular de cátedra en el conservatorio local. Lamentablemente, Novacek no estuvo a la altura de las circunstancias, aunque no por falta de talento, sino por falta de tiempo de preparación necesaria para abordar una obra de tanta complejidad.
Sibelius trabajó sobre una segunda versión del concierto, quitando aquellas partes que no lo satisfacían. La versión retocada se estrenaría en Berlín un año después, nada menos que con Richard Strauss dirigiendo la Staatskapelle. De nuevo, el violinista elegido sería Burmester, pero por temas de agenda, se excusó de participar. La parte solista fue, entonces, para el solista de la orquesta, el checo Karel Halíř, lo que provocó la inexplicable indignación de Burmester y el juramento de no volver a ejecutar la obra. Cual efecto dominó, Sibelius borró el nombre de Burmester de la dedicatoria y escribió el de Franz von Vecsey, niño prodigio húngaro, que un año más tarde, cuando tenía trece años, la interpretó, también con acogida poco entusiasta.
Sibelius se autoflageló (simbólicamente, claro) por semejante traspié; molesto y amargado, prefirió archivar la partitura en los estantes de la Universidad de Helsinki, con la prohibición expresa de que nadie volviese a poner un dedo en esta, mucho menos interpretarla. En 1991, no obstante, los herederos de Sibelius quebrantaron la promesa de respetar la voluntad de su ilustre antecesor. Permitieron que la partitura volviera a ver la luz después de tantos años de encierro, y fue el violinista griego Leonidas Kavakos quien, junto con la Lahti Symphony Orchestra dirigida por Osmo Vänskä, se puso violín y arco al hombro para una función en vivo. Después de esta performance, hubo algunas más; entre estas, la de Maxim Vengerov con la Queensland Symphony Orchestra, en 2015, y la de Hillary Hahn con la Chicago Symphony Orchestra el año pasado.
Pero para hacer justicia al genial Sibelius, los fracasos de su concierto para violín se debieron a cuestiones ajenas a la obra en sí y no a sus bondades. El concierto tiene, siguiendo el formato habitual, tres movimientos (Allegro moderato – Adagio con molto – Allegro ma non tanto), y retiene algo del folklore finlandés. La obra, que según los entendidos presenta complejidades varias para el solista, evoca imágenes de la naturaleza, cuestión en la que Sibelius era especialista. El primer movimiento exhibe pinceladas de turbulentas aguas e impetuosas tormentas pasando por la quietud silvana de los oboes o los melancólicos pero briosos solos de violín, para prorrumpir en el final en un estrépito general que preanuncia el cierre con el solista. El segundo movimiento retoma la cualidad romántica y melancólica que más adelante se quiebra con un impasse más agitado, para retornar a una tensión que irá decreciendo hacia el final. El tercer movimiento prorrumpe con la energía de la percusión y el virtuosismo del solista, que por momentos es acompañado por la fuerza de lo orquestal, sobre todo hacia la parte media del movimiento; de vuelta se pone de manifiesto la habilidad casi paganinesca del solista, sobre todo en el cierre del movimiento.
El Concierto para violín en re menor en su totalidad es una maravilla que el pobre Jean Sibelius, en su comprensible ofuscación, no supo ver y que, lamentablemente, le añadió sal a la herida existencial que lo acompañó en toda su longeva vida. Lo que le faltaría a este concierto, para equiparar la proeza post-mortem de Carmen, es que el gran público tenga la posibilidad de escucharlo en vivo con más frecuencia de la habitual. Viviana Aubele
Concierto para violín en re menor – Jean Sibelius
Leonidas Kavakos (violín) y Mariinsky Theatre Orch.
Dir.: Valery Gergiev – Japan Tour, 2012
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