MEMES Y SUPERFICIALIDAD, una loca idea

Una reflexión acerca de la superficialidad acrítica en las redes sociales

Intentemos definir con alguna precisión qué son los memes, o de qué hablamos cuando mencionamos esta palabra. En el marco de las teorías de la difusión cultural, el término sirve para designar una unidad teórica mínima de información, que resulta fácilmente transmisible de un individuo a otro, de una mente a otra, de una generación a la siguiente.

Por analogía, también se llama meme a los mensajes del tipo one shot. Vale decir, aquellos que son reconocibles y comprensibles de un solo golpe de vista, de manera irreflexiva, sin necesidad de un análisis profundo. Algo ideal para los tiempos que corren, donde la superficialidad propia de las redes sociales marca tendencia.

Hagamos un poco de autocrítica: compartimos publicaciones con nuestros contactos sin detenernos a analizar de qué se trata, sin evaluar si eso a lo cual le damos like tiene o no algún grado de verdad o fundamento. Hay un exceso de información, en el sentido de estar expuestos a un bombardeo constante de mensajes y estímulos, pero muchas veces los contenidos son irrelevantes o demasiado superficiales. Paradójicamente, en la era de la información la desinformación propia de la levedad está a la orden del día.

Una búsqueda básica en Google arroja millones de resultados al instante (literalmente: la palabra “Mozart” devuelve 126.000.000 resultados en apenas 0,77 segundos), pero luego será prácticamente imposible separar la información verdaderamente relevante de la banal o incluso errónea. Pero eso nos importa poco.

Es tal como lo explica el pensador surcoreano Byung-Chul Han: La digitalización elimina la realidad. La cultura del “me gusta” suprime la negatividad que resultaría necesaria para sustentar una opinión crítica o fundamentada, lo mismo que cualquier clase de resistencia. Y así es como en la época posfáctica de las fake news y los deepfakes surge un sentimiento de apatía hacia la realidad. Somos superficiales.

Cabría considerar la hipótesis según la cual los memes son algo así como una válvula de escape. Por ejemplo, en el contexto de una crisis como la que hoy plantea la amenaza del coronavirus (cerca de 3.140.000.000 resultados en 0,82 segundos), nos alivia tomarnos las cosas un poco a la ligera. Y allí están los memes como una herramienta ideal al efecto. Esto es estrictamente cierto: el meme me sirve, entre otras cosas, para reírme de aquello que en otro contexto me produciría miedo. O mejor dicho: para reírnos. Porque me río yo, junto con muchos otros que se ríen de lo mismo. Otra de las particularidades del meme es que se comparte como un contenido en comunidad, que se replica una y otra vez.

También es cierto que, a pesar de su levedad, el meme transmite información. Pero no el mismo tipo de información que proveería un noticiero, por ejemplo. La información que ofrece el meme debe considerarse en dos niveles diferentes. Por una parte está el tema del cual trata: el meme habla de algo, tematiza, hace referencia a una cuestión que por su naturaleza se comparte con otros. También tiene una estética de síntesis, que lo convierte en un contenido potencialmente viral, lo cual en cierto modo también es informativo.

Pero además hay otro nivel involucrado, que se refiere a la información identitaria. Compartir un meme determina de alguna manera quién soy y quién es el otro. Si los dos entendemos el código del meme, es porque pertenecemos a un mismo universo identitario, tenemos cosas en común, podemos hablarnos, relacionarnos y comprendernos.

Mencionamos más arriba la palabra viral. El meme, a diferencia de un virus, tiene un diseño, forma parte de una cultura. En otras palabras: el meme, a diferencia del virus, está atravesado por una conciencia. Por supuesto, puede haber virus de diseño, elaborados en un laboratorio. Pero eso nos llevaría al terreno de la manipulación genética, y por ende escaparía del ámbito de lo natural, para ingresar al de la biotecnología y nuevamente al de la cultura. Por el contrario, no existen memes en la naturaleza.

El meme parece poca cosa. Sin embargo, es parte de algo más grande, como lo es el mundo de las ideas y de la comunicación. Y si bien es algo diferente de un virus, se propaga de un modo bastante similar, con el objetivo de pervivir. Su objetivo primario es facilitar una comunicación entre las personas que lo propagan, ya sea porque sirve para sintetizar una idea o para generar un proceso de identificación inmediato entre quienes manejan un mismo código, que eventualmente otros no entenderán. “Formamos parte de una misma tribu y por eso compartimos el mismo tipo de meme”, podría ser el mensaje.

Ahora bien: el meme no es propiamente un virus. Pero acaso podamos imaginar en él un comportamiento asimilable al de un virus o un parásito. El parasitismo es un proceso por el cual una especie utiliza a otra con el objetivo de mantenerse con vida y reproducirse. Podríamos de pronto considerar la posibilidad de que los memes, pero también las ideas en general, sean sistemas que se reproducen con autonomía respecto de las personas que las comparten. En cuyo caso estas personas podrían no tener ninguna convicción verdadera, como falsamente suponen, en relación a estas ideas, sino simplemente ser los huéspedes de las mismas, albergándolas y permitiéndoles propagarse.

¿Que se trata de una idea muy loca? Ciertamente. No obstante lo cual pudiera no ser el firmante de estas líneas el responsable por ello. La hipótesis de un sistema simbiótico como el descripto no deja de ser interesante. Y en caso de tratarse apenas de una tonta fantasía, de todos modos esta idea acaso sirva, por lo menos, para que la próxima vez que el lector esté a punto de compartir un meme, un rumor, una frase hecha, un contenido superficial cualquiera, se detenga aunque sea un segundo para preguntarse si realmente lo hace por convicción o movido por un impulso irracional, que merecería ser refrenado.  Germán A. Serain

P. S.: Si el lector desea adentrarse un poco más en este fascinante tema de los memes y las superficialidades, le dejamos un video realizado por Jaime Altozano, compartido muchísimas veces en las redes sociales, que se pregunta por qué razón Mozart no utilizaba la tonalidad central de Si bemol. En realidad se trata de un falso documental, que nos revela la facilidad y ligereza con que asimilamos y compartimos informaciones no solamente engañosas, sino que inclusive bordean lo absurdo.

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