ÚNICOS EN EL COLÓN, vergonzoso cambalache

Un rejunte de artistas de lo más variopinto en nuestro primer coliseo

Quisiera aclarar algo de entrada: no tengo nada en contra del tenis. Y para evitar cualquier malentendido me apresuro a señalar que tampoco tengo nada en contra del fútbol, por más que ninguno de estos deportes me interese en absoluto. Tal vez convenga dejar en claro que tampoco es animadversión hacia quienes gusten de cualquiera de estas dos actividades deportivas lo que me mueve a escribir lo que sigue. Hechas estas aclaraciones, me gustaría que el lector imagine la razonable indignación de unos y otros si mañana la AFA informara que la final del campeonato de primera división del fútbol argentino se jugará en una cancha del Lawn Tennis Club, o si el próximo Torneo ATP de Buenos Aires fuera a realizarse sobre superficie de césped en la cancha de River Plate. Parecería bastante absurdo, ¿verdad? Pues esto es exactamente lo que están haciendo las autoridades del Teatro Colón, al permitir que se utilice el escenario principal de nuestro Primer Coliseo para llevar adelante el festival Únicos Buenos Aires.

Es cierto que el dislate no es nuevo. Ya antes estuvieron las Elegidas y los Elegidos, Charly García, Cacho Castaña, los Babasónicos y otros. En esta oportunidad, con la excusa de generar una falsa amplitud de estilos, el Teatro Colón abrió su escenario a un festival tan variopinto que, como en un insólito y vergonzoso cambalache, pone lado a lado la Biblia y el calefón. Y si hablamos de una falsa amplitud, lo hacemos porque el Teatro Colón tiene objetivos determinados: no es una cancha de fútbol, ni un lugar para jugar al tenis. Tampoco un recinto para presentar cualquier clase de músicas.

Que Joan Manuel Serrat ofrezca en Únicos el Colón las versiones sinfónicas de sus canciones, muchas de las cuales fueron oportunamente grabadas con la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña, podría ser leído como un reconocimiento a la trayectoria del artista, y hasta resulta aceptable la presencia de de Jairo y Ariel Ardit haciendo un homenaje a Gardel y Piazzolla. Pero que Lucía Galán, Lali Espósito, Tini Stoessel, Patricia Sosa, Hilda Lizarazu, Karina «La Princesita» o Marcela Morelo canten en el Teatro Colón, es sencillamente un despropósito que significa desconocer la verdadera naturaleza de este escenario lírico, que se cuenta entre los más importantes del mundo por sus cualidades acústicas, así como también hacer tabla rasa con su impronta y su historia.

Es también una falta de respeto a artistas de enorme talento que no han podido acceder todavía a esta sala, cuando varios de los aquí convocados carecen objetivamente de méritos suficientes, como no sean los del marketing o el dinero. Y lo mismo vale para los integrantes de la Orquesta y el Coro Estables, quienes estudiaron durante años para poder interpretar las grandes obras del repertorio académico, y no para acompañar las canciones de artistas de moda que, mediando apenas algo de suerte, en poco tiempo pasarán al olvido.

Hubo algunos casos particulares que merecen un comentario aparte. Con buen criterio, el talentoso tecladista Rick Wakeman decidió presentar su repertorio como intérprete al piano, acompañado por la orquesta, en lugar de usar su habitual parafernalia de instrumentos electrónicos, para la cual el Teatro Colón sencillamente no hubiese sido un ámbito acústico adecuado, como tampoco lo es, en general, para artistas que requieran ser amplificados. No se trata de un juicio estético, sino de un problema de inadecuación. Es algo así como pretender utilizar un coche de Fórmula 1 para manejar en las calles de un barrio cualquiera de la ciudad. Al menos en este caso, por fortuna primó el buen criterio.

Lo que debe entenderse es que el Teatro Colón es un teatro lírico, vale decir, una sala especialmente preparada para la representación de óperas, que también puede albergar espectáculos de ballet, conciertos sinfónicos y recitales de cámara. No es el ámbito adecuado, en cambio, para que canten Vanesa Martín, Malú, Pastora Soler, India Martínez o Marta Sánchez, y ni siquiera artistas de ópera pop como Il Divo. Mucho menos para que Luis Fonsi haga cantar al público su hit Despacito, ni para que el DJ Hernán Cattáneo convierta la sala en un boliche, haciendo bajar la orquesta al foso mientras él ocupa el escenario para hacer bases repetitivas con sus aparatos. El recordado blusero Norberto «Pappo» Napolitano hubiese brindado, seguramente, por la música tocada por personas, y acaso lo hubiese conminado a buscarse un trabajo más honesto.

Los únicos dos artistas de todo el festival Únicos con los que realmente no podría haber polémica ninguna fueron, aunque programados en un horario bastante marginal, los pianistas Horacio Lavandera y Miguel Angel Estrella. Todo lo demás fue una muestra de la peor posmodernidad, esa que asegura que todo vale, sin que nadie note que en un contexto donde todo se presenta como de una misma categoría, no hay nada que pueda destacarse como un valor auténtico.

Hace muchos años, los niños solían corear sin malicia, cuando algún amigo cantaba o tocaba un instrumento con cierta torpeza, aquello de «al Colón, al Colón, a pasar un papelón». Hoy el papelón lo siguen haciendo las autoridades del Teatro, el escenario más prestigioso y emblemático del país, sistemáticamente despreciado con este tipo de acciones populacheras, que no guardan relación con la declarada intención de acercar el Colón a la gente. Para que ese objetivo sea viable, debemos comenzar por impedir que se siga bajando el nivel.  Germán A. Serain

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ÚNICOS EN EL COLÓN, vergonzoso cambalache
Hernu00e1n Cattaneo - Teatro Colu00f3n Connected - 22/2/18 - Parte 1
Rick Wakeman y la sinfu00f3nica Teatro Colu00f3n

Únicos fue el 25 de febrero de 2018
teatrocolon.org.ar

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