Es indudable que esta obra rompió en su momento con ciertos compasivos convencionalismos en la mirada hacia el sida, convirtiendo la cuestión en una liberadora fiesta. El protagonista muere padeciendo la enfermedad, tal como murió su autor que jamás la vio puesta en escena. Anodina y aburrida habría sido esta versión de la obra de Copi, de no haber tenido a Moria Casán y a Jean François Casanovas en el elenco dirigido sin brillo ni rumbo preciso, por momentos con apabullante monotonía, algo paliada por números musicales.
Eso sí, la inefable Moria no deja de ser ella misma ni por un momento, aunque se esfuerce por componer a la enfermera con la carga de parodia, farsa, grotesco y locura que el autor impuso a este personaje en particular y al trabajo en general. Con su atuendo sexy y estrambótico, un maquillaje casi pintarrajeado, blancas botitas de hospital que contrastan en sus altos tacos rojos, con el desparpajo que la caracteriza, Moria es capaz de trepar a un cubículo repleto de elementos de enfermería y tomar vaya uno a saber qué fluido directamente de un papagayo, o entretenerse en una bañera con sexuales posiciones, o bailar graciosamente una disparatada coreografía, o repetir una y mil veces su parlamento debido al efecto del opio, agregando apostillas en inglés. Divierte mucho y no escapa del espíritu de Copi.
Casanovas, vestido por la notable Renata Schussheim con llamativo lujo y creatividad, personifica a una desquiciada diva italiana del bel canto, algo venida a menos pero aun esplendorosa. Su actuación es maravillosa, impone la enajenación extravagante y enloquecedoramente maquiavélica de la artista, y lo hace con su natural acento extranjero, su cuerpo increíblemente elocuente, sus gestos y mohines que marcan muy divertidamente al decadente personaje. Casanovas se mete, con trabajada fonomímica, en la piel de la soprano, le otorga la encantadora demencia que hará eclosión interpretando justamente la escena final de La Traviata, con su cabeza cosida -después de un cambio de cerebro- por el médico que practica lobotomías como hobby los fines de semana, otro de los personajes que resaltan en la muy buena actuación de Gustavo Monje, integrándose al clima de delirio y grand guignol que crece mientras se desarrolla la trama.
El sonido adolece de ciertas fallas en los micrófonos inalámbricos –que por momentos se entrecortan-, demostrando que podría hacerse sin ellos, sobre todo cuando, con total profesionalismo, la Casán proyecta su voz que llega a todos los rincones de la gran sala. La puesta en escena se ha logrado creando diferentes visiones dentro del escenario -que aprovecha el natural edificio-, pero se hace demasiado familiar para quienes han visto allí mismo «Rent», «La bohème» o «Atendiendo al Sr. Sloane». Martin Wullich
Se dio hasta noviembre 2009
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