Se entra a la sala en penumbras, guiado por las linternas de los acomodadores. Poco o nada se ve del escenario. Una cama delineada en su contorno por una débil luz azul, permite observar algunos elementos debajo de ella, que serán clave no sólo en esta historia, sino que se repetirán en el resto de la trilogía. Allí yace una mujer. Un hombre en calzoncillos camina errático.
Comienza el diálogo. Entonces descubrimos que la relación es muy reciente, data de unas pocas horas. También percibimos que no durará mucho más. Noche de sexo y ya está. Él confiesa que está casado y tiene una hija, pero eso lo veremos si asistimos a la obra siguiente (Striptease). En el diálogo aparecen también reflejos de la vida en la gran ciudad, con sus peligros, apagones, marginalidad, sonidos que vienen de otros lares, con los que se convive diariamente. Todo es sombrío.
En forma imperceptible, una tenue luz recortada en forma de extendido rectángulo, comenzará –mientras aumenta su intensidad- a descubrir gradualmente los rostros de los personajes. La cama encenderá una fina línea roja en derredor. También aparecerá la duda sobre el momento que se vive y si pertenece al mundo onírico o a la más aplastante realidad. Es una duda que llega al espectador, quien debe adivinar formas, movimientos y colores. Y es una realidad que el texto, dicho en penumbras, adquiere otra presencia.
Hacia el final, la subyugante voz de la mismísima Lola Arias entona la canción que es leit motiv de la trilogía. Los sonidos de los instrumentos inundan el espacio teatral, mientras los espectadores abandonan la sala. Muchos -la mayoría- volverán, pasado un cuarto de hora, a descubrir la próxima historia. Martin Wullich
Se dio en Espacio Callejón hasta mayo de 2008
Lola Arias en este Portal
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