Nacemos, vivimos durante algún tiempo -generalmente más breve de lo que desearíamos-, y finalmente estamos destinados a morir. Somos, en definitiva, como cualquier otra especie del mundo biológico, como los gatos o las hormigas, con la diferencia de que el ser humano es capaz, por ejemplo, de componer misas de réquiem. No es una diferencia menor, pues este detalle marca un sentido espiritual y una cierta noción de trascendencia que nos coloca, al menos simbólicamente, un paso más allá de la muerte considerada como el final de todo. Allí reside la importancia de estas dos enormes manifestaciones artísticas con las cuales el Mozarteum cerró su temporada 2016, con la participación del Runkfunkchor Berlin (Coro de la Radio de Berlín) y la Orchestra L’Arte del Mondo, bajo la muy correcta dirección de Gijs Leenaars.
Mientras los abonados al primer ciclo de conciertos pudieron disfrutar del magnífico Requiem alemán de Johannes Brahms, a los asistentes al segundo ciclo se les ofreció esa maravillosa obra póstuma de Wolfgang Amadeus Mozart que es su Requiem, en la versión completada por Franz Xaver Süssmayr. En ambos casos el Rundfunkchor Berlin demostró su enorme calidad musical, acompañada por una sólida orquesta, pero mientras la obra de Brahms se ofreció para ser degustada como un programa monolítico, sin bises ni complementos, al día siguiente hubo interesantes añadidos antes y después de la obra de Mozart.
El segundo concierto del Rundfunkchor Berlin se inició con dos piezas en las que el coro actuó a capella, interpretando una obra de Brahms (¿Por qué se ha otorgado luz a los fatigados?) y una curiosa versión coral del bello Adagietto de la Sinfonía Nº 5 de Gustav Mahler, arreglada por el alemán Clytus Gottwald a partir del poema Im Abendrot de Joseph von Eichendorff. El texto, que nos resulta familiar en la música de Richard Strauss, fue por demás adecuado para preludiar el Requiem mozartiano: “Lejana, calmada paz / tan profunda en el crepúsculo. / Cuán cansados estamos del camino. / ¿Es esto, quizás, la muerte?”.
A diferencia de la primera jornada, hubo además un bis: la Canción de la noche, tercera de las Canciones sacras Op. 69 de Joseph Rheinberger. En cuanto al Requiem de Mozart, obra por cierto muy frecuentada pero que aporta nuevos sentidos en cada audición, su interpretación resultó emocionante, más allá de que los solistas, incluso correctos, no llegaron a descollar especialmente.
Una nota para el público, en especial cuando se trata de obras con una carga emocional tan grande como las que integraron estos dos programas: los gestos del director no solamente sirven como guía para los músicos, sino también para la audiencia. La obra musical no concluye sino hasta el momento en que el director baja definitivamente sus brazos. Si el público aplaude antes de ese momento, habrá estropeado la tensión contenida en ese silencio último que debe sostenerse hasta un instante después de que la última nota deje de resonar. Ese silencio le pertenece a la obra y aplaudir encima, más que demostrar que se disfrutó de la música, revela que no se terminó de comprender el sentido de la misma. Germán A. Serain
Fue 31/oct. y 1/nov. 2016
Teatro Colón
Libertad 651 – Cap.
(011) 4378-7109
mozarteumargentino.org
Gijs Leenaars en Operabase
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