Misa de réquiem – Música: Giuseppe Verdi – Solistas: Verónica Villarroel, Olga Borodina, Ramón Vargas, Ildar Abdrazakov – Orquesta y coro: Teatro de Bellas Artes – Dirección: Riccardo Frizza – Concierto realizado en la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes de México
A veces las cosas no salen como uno las planifica. Giuseppe Verdi lo supo después de que el estreno de su Messa per (Gioachino) Rossini se cayera días antes del gran debut. Verdi responsabilizó el desastre a la falta de compromiso del director contratado para la ocasión, Angelo Mariani, que además era su amigo personal. Réquiem para una amistad, porque ese incidente fue la bisagra para el fin de la relación. Pero no fue el fin de la idea en la cabeza de Verdi, que admiraba a Rossini pero también admiraba a Alessandro Manzoni, poeta romántico y uno de los exponentes de la literatura italiana. Manzoni murió en 1873, unos cuatro años después del fallido estreno de la Messa per Rossini. Verdi, ni lerdo ni perezoso, viajó a París y allí completó el Réquiem, con una versión revisada del Libera me que era parte de la obra madre.
En 2020 esta obra se transmitió en el marco de la temporada virtual del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura de México en homenaje a las víctimas del COVID-19, con la participación de la orquesta y el coro del Teatro de Bellas Artes de ese país. La dirección estuvo a cargo del maestro italiano Riccardo Frizza, nacido en Brescia en 1971. Frizza debutó como director en 2001 con el Stabat Mater de Rossini.
Un impecable Ramón Vargas cantó el Kyrie, con potentes y brillantes agudos, contrastando con la profundidad y contundencia de Ildar Abdrazakov, bajo ruso de amplia trayectoria. Vargas, tenor lírico, nació en México; a los veintitrés años debutó con Falstaff en este mismo Palacio de Bellas Artes; Abdrazakov, por su parte, debutó en la Scala de Milán en 2001, y en 2004 hizo lo propio en el Metropolitan Opera con Don Giovanni.
Verónica Villarroel, soprano chilena y alumna de Renata Scotto, y Olga Borodina, mezzo-soprano rusa que debutó en 1992 en el Royal Opera House en Sansón y Dalila, con Plácido Domingo, no solo combinaron maravillosamente sino que deslumbraron en los solos, en especial la soprano chilena en el cierre del Réquiem, Libera me, aquel fragmento del Réquiem para Rossini.
Fue muy destacable también la orquesta, de principio a fin, con una magnífica intervención de los vientos en Tuba mirum. Este segmento de gran fuerza fue realzado por el coro, cuya interpretación de los estribillos estuvo a la altura de la gravedad de una obra que cuenta del juicio y la ira divinos. La impronta verdiana se pudo apreciar en todo momento, en especial en las transiciones entre segmento y segmento, la majestuosidad de las participaciones corales, y los solos que remiten a las floridas arias del compositor italiano.
Que Verdi hubiese tenido que cambiar de planes fue acaso providencial en varios aspectos. Por un lado, el Réquiem es interpretado ampliamente por los ensambles corales, después de haber quedado en un inmerecido ostracismo por mucho tiempo, hasta los años treinta. Y esta providencia continuó hasta entrada la Segunda Guerra Mundial: unas dieciséis veces se ejecutó la Misa de Réquiem de Verdi en el campo de concentración de Terezin, que paradójicamente tuvo, en medio de los horrores de la guerra y de la persecución, una rica vida cultural. Una obra que invita a ser escuchada, disfrutada y meditada más de una vez. Viviana Aubele
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