Con la sola excepción de su corbata –que tiene pintas blancas– Raphael hace su entrada vestido íntegramente de negro, incluyendo su camisa, su chaleco y el traje de satinadas solapas. Acompañado por Juan Pietranera en un soberbio –y también negro, claro– piano Steinway, emite las primeras notas de un recital en el que no se tomará descanso alguno.
Allí aparece el color, con la potencia de una voz que si bien indica el paso de los años, jamás desafina y expresa como ninguna su personalísimo estilo. Entonces el escenario se ilumina con estética puesta, con escaleras que enmarcan el instrumento, una pantalla algo distractiva, un taburete, una vieja radio, un botellón de agua y un sombrero. El público es mayoritariamente femenino y en general pasan los 40, pero también comparten desde un joven que apenas llega a 20 con alguna señora ochentona.
Las expresivas manos del cantante hablan de su seguridad, picardía y humor, y del profesionalismo que le ha permitido convertirse en el ídolo que es. También los gestos de felicidad o tristeza, mohines de enfado, enérgicos movimientos corporales, se suman a las composiciones de Manuel Alejandro, que Raphael interpreta como si hubiese vivido cada historia.
Elocuente, como cuando pesca un angelito del cielo y lo guarda en su bolsillo, evoca sus primeras épocas con 17 años de edad y canta Cupido. Juan Pietranera, estupendo acompañante, lo sigue siempre atento. Raphael entona Ella ya se olvidó, Digan lo que digan, Estuve enamorado y otras que tilda de “canciones que son históricas recientes del pasado reciente”.
Pero «el niño de Linares« afirma que “hay que dar paso a la juventud, siempre con canciones de mi compositor fetiche Manuel Alejandro”. Entonces entona Enfadados, de su último CD. Continúa con Estuve enamorado, y asegura que “de estas joyas algunos prefieren unas, otros otras, yo… otras… pero hay algunas en las que estamos todos más o menos de acuerdo” y elige Desde aquel día.
Disfrutando aplausos y gritos de su silabeado nombre -¡¡Rá-phá-él!!- sonríe coquetamente, hasta con cierto pudor, como al cantar Maravilloso corazón maravilloso al compás de una coreografía bastante pélvica, de la cual él mismo parece reírse, mezcla de bailaor flamenco y grácil torero, con mucho movimiento de brazos. Y da pruebas de que “te adoro, te adoro, te adoro” con estertores finales y emocionado hasta las lágrimas.
Llega el momento del tango, enciende una vieja radio, escucha a Carlos Gardel hablando desde New York y el inicio de El día que me quieras, que ensambla con su versión única. Siguen Nostalgia y Cuesta abajo, donde se permite marcar el ala del sombrero con su mano vivaz. Por momentos imita a un bailarín clásico, pero también amaga un valsecito bailador, poniéndole teatralidad a la Balada para un loco, en donde pronuncia Callao al modo rioplatense.
En algún momento se permite regañar al público, ya que “en toda esta gira estoy comprobando que mis canciones no se las saben… me dicen que saben pero saben sólo es que estás enamorado y no el resto de las palabras” y propone que se la estudien para el año que viene.
“¡No te mueras nunca!», «¡Olé, olé, olé…!», y un bis, y otro, y otro, la sala entera baila al ritmo de Escándalo. Como si el tiempo no hubiera pasado, Raphael dice Yo soy aquel y cierra con Como yo te amo. Aún flamante, después de dos horas y media, hace el gesto de que se va a comer y a dormir, y promete “mi corazón se queda aquí y volveré el próximo año a recogerlo”. Martin Wullich
Fue el 14 de junio de 2012
Teatro Gran Rex
Av. Corrientes 857 – Cap.
(011) 4322-8000
raphaelnet.com
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