Medea meditativa – Actúan: Maricel Alvarez, Emilio García Wehbi, Walter Jakob – Escenografía y objetos: Nicola Costantino – Música y músico en vivo: Marcelo Martínez – Vestuario: Belén Parra – Iluminación: Agnese Lozupone – Dirección de video: Martín Antuña – Dramaturgia: Pascal Quignard – Dirección y textos adicionales: Emilio García Wehbi
La obra es breve, pero definitivamente intensa. En cierto modo tiene la duración justa. ¿Como la vida, quizás? La pregunta resulta incómoda. Mejor ocupémonos de la ficción, si es que tal cosa existe. Al comienzo suena un clave, mientras la actriz espera pacientemente el ingreso del público a la sala, luciendo un traje victoriano. Ella no es todavía Medea: la transfiguración aún está por llegar.
Más tarde sí: Medea estará parada en el templo de Hera. Es el mediodía, y medita. “A la derecha ve a lo lejos las ruinas del palacio que quemó, sobrevolado por el polvo y la nube. Tiene un aspecto extraño, recogido. Mantiene los párpados bajos. Lo que medita sube en ella. Todavía no tiene una intención. Vacila”. Así dice el texto.
Habrá un Prólogo y un Epílogo que nos remitirán a los orígenes del teatro griego, sacrificial y simbólico. En medio de ambos se desarrollarán dos monólogos intercalados, vinculados a la historia de Medea y a nuestra frágil naturaleza. Pero también habrá teatro de objetos, una performance musical, arte audiovisual y también poesía.
“Nada es más duro que ser hijo del tiempo”, dirá precisamente uno de los versos del poema que propone la obra a la manera de una adenda. Y esas palabras tienen mucho que ver con todo lo que antecede. Vale decir: con nosotros mismos. Dicen que Cronos, la personificación griega del tiempo, equivalente al Saturno de la mitología romana, devoraba vivos a sus propios hijos. Y es precisamente esto lo que el tiempo hace con cada uno de nosotros. También es lo mismo que Medea hace con sus propios descendientes.
Medea cometerá infanticidio. Será la hechicera, la sanadora, pero también la madre que asesine a sus propios hijos, Mérmero y Feres. Medea ama a esos niños, pero aborrece a su esposo. “¿Qué regocijo es mayor para una mujer? ¿Vengarse del marido que le ha sido infiel? ¿Preservar a los hijos que tuvo de él? Se encuentra dividida: medita. Está desgarrada: medita. Es extraordinariamente bella y densa”.
El texto original, de Pascal Quignard, fue trabajado primero en su libro La imagen que nos falta, inicialmente una conferencia sobre pintura antigua, y luego retomado en El origen de la danza. “Una imagen falta en el origen. Ninguno de nosotros pudo asistir a la escena sexual de la cual es el resultado. Una imagen falta al final. Ninguno de nosotros asistirá vivo a su propia muerte”.
Emilio García Wehbi elabora estas ideas en una puesta escénica de síntesis, magnífica, repleta de potentes contenidos psicológicos y simbólicos. Lo femenino, encarnado por la siempre poderosa Maricel Alvarez, alternando con el no menos brillante Walter Jakob, se manifiesta aquí como la capacidad de dar o anular la existencia, de reproducir o destruir la vida, fecundidad y muerte, el goce y la circularidad del mundo, que puede aparecer y desaparecer. Todo ello puesto en relación con la tragedia griega, el teatro contemporáneo y la vida misma.
Por momentos el texto vuela —ya hemos dicho que la obra es breve— y uno quisiera detener el tiempo para intentar memorizar aquí y allá determinadas frases y palabras, para retener ciertas ideas. Pero ya se sabe: el tiempo es tirano y nosotros, que nos aprovechamos de él como podemos, también somos sus víctimas. Recomendamos enfáticamente esta obra: verla ha sido un tiempo muy bien aprovechado. Germán A. Serain
Teatro Nacional Cervantes
Libertad 815 – Cap.
(011) 4815-8883 /86
teatrocervantes.gob.ar
Pascal Quignard en Wikipedia
Sitio Web de Emilio García Wehbi
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