Tiestes y Atreo – Actúan: Maricel Alvarez, Florencia Bergallo, Analía Couceyro, Carla Crespo, Érica Dalessandro, Veronica Gerez, Cintia Hernández, Mercedes Queijeiro, Jazmin Salazar, Mía Savignano, Lola Seglin, Lucía Tomas – Vestuario: Belén Parra – Escenografía: Julieta Potenze – Iluminación: Agnese Lozupone – Música: Marcelo Martinez – Adaptación y Dirección: Emilio García Wehbi
Viudo/a: Dícese de la persona cuyo cónyuge ha fallecido. Huérfano/a: Término que designa al hijo cuyos progenitores han muerto. Si tenemos presente que los idiomas revelan en parte la idiosincrasia de las culturas, resulta curioso que en nuestro idioma no exista ningún término que, equitativamente respecto de los antes planteados, sirva para designar a aquellos padres que han perdido a sus hijos. Aunque sí disponemos de una palabra -filicida- para aquel que les haya dado muerte con mano propia.
Es probable que la representación más acabada y brutal del filicida esté dada por el dios romano Saturno, hermano menor de Titán, quien le concedió el derecho de reinar en su lugar siempre y cuando no criase hijos, por lo cual Saturno devoraba a sus vástagos varones cuando ellos llegaban al mundo. No por nada Saturno es identificado con Cronos, el dios griego del tiempo: ambos simbolizan lo antiguo que a la larga destruye todo lo nuevo que él mismo engendra. Muchos de los espantos presentes en la mitología saturnina aparecen reflejados en el mito grecorromano de Tiestes y Atreo. Allí está el sacrificio de los niños como un modo de dirimir la lucha por el poder que llevan adelante los adultos, amén de la antropofagia, la violación o el incesto, entre otras censurables costumbres.
Emilio García Wehbi retoma aquí el Tiestes de Séneca para elaborar su particular mirada sobre la misma historia. Que es en definitiva la misma, muy a pesar de las licencias que se toma. Por ejemplo, decide -y lo aclara previamente- que aquí los dos hermanos cometan el espantoso acto filicida y antropofágico en perfecta simetría. La decisión no es gratuita: se trata de una metáfora que remite a una tradición cultural de larga data. Las generaciones mayores sistemáticamente han pretendido -y tantas veces lo han logrado- devorar a las nuevas, ya sea determinándolas o destruyéndolas, de manera simbólica o literal. Todo lo cual en cierto sentido es lo mismo. La educación, la tradición, la religión, la patria, la imposición de reglas, cada historia que se le cuenta al niño -marcando con ello su identidad-, son maneras de moldearlo, aniquilando su libertad. El niño intenta resistirse como puede, perdiendo irremediablemente en el camino su inocencia.
La obra se divide en dos actos y un intermedio musical. En Escila (La república de los niños), una escenografía postapocalíptica es el marco ideal para plantear un brutal contraste entre lo monstruoso-legendario (que acaso no sea más que la naturaleza humana) y una niñez capaz de tomar las armas en su pretensión de resistir. Pretensión vana, pues el destino de todo niño -salvo aquel que queda en el camino- es convertirse en un adulto que fagocitará a su vez, en una cadena interminable, a los inocentes que vengan luego. Nótese que todos hemos sido niños; por ende los victimarios también han sido en su momento víctimas. El acto segundo, titulado Caribdis (El banquete), es el que alude de manera más directa a los hermanos infanticidas y caníbales, con algunos monólogos muy elocuentes y poderosos, y otros que tal vez resultan prescindibles. No debe abusarse de la atención del público: un monólogo como culminación de la obra está muy bien; tres al hilo tal vez sea demasiado.
Resulta destacable la maravillosa versatilidad de las protagonistas de la obra (incluso cuando en la tragedia de Séneca todos los personajes son hombres, García Wehbi plantea aquí un elenco íntegramente femenino), que actúan, declaman, cantan, bailan o tocan instrumentos musicales en vivo. Asombró especialmente el desempeño y la desenvoltura de las más jóvenes, que seguramente podrán desarrollar interesantes carreras en el futuro si se lo proponen.
En el final, en cierto modo ya fuera del contexto de la obra, la lectura de un impactante y emotivo texto de Stig Dagerman que alude a la muerte trágica de un niño pareció contradecirse, apenas segundos más tarde, durante el saludo final, con la presencia de pañuelos verdes abogando por la legalización del derecho a no dejarlo nacer. El comentario -políticamente incorrecto, si se quiere- queda enmarcado en la libertad de expresión de quien lo suscribe, y no obsta en absoluto a la recomendación de esta potente obra. Germán A. Serain
Se dio hasta agosto 2019
Teatro Cervantes
Libertad 815 – Cap.
(011) 4816-4224
teatrocervantes.gov.ar
Sitio Web Emilio García Wehbi
Comentarios