“Un libro para la reposera”, “Literatura de verano”, “Qué leen los políticos en la playa”, “Libros para llevarse de vacaciones”, y otros títulos similares sobresalen en esta época en que ya ha despuntado enero con toda su fuerza y la ciudad de Buenos Aires luce, por demás, vacía. Estalló el verano, diría un conocido canal de noticias, con las imágenes de las playas de La Perla o la Bristol como telón de fondo. Quién de nosotros no ha esperado que termine el bendito año y llegue el -tan merecido- descanso anual para echar un vistazo a la biblioteca y ver qué guardar en el equipaje. Los más cautos evitarán sobrecargar la valija, aunque siempre hay algún Mario Santos (el cerebro de Los simuladores) que exagere la cuenta (hay video).
Leer es un placer. Es un ejercicio. Es una de las tantas maneras de conocer el mundo. Sirve para informarnos, para crecer, para aprender. O simplemente para nuestro deleite personal. Todo según gustos y necesidades. Un buen libro, una buena lectura nos acompañan en los momentos de tedio, o nos estimulan a conocer más. En cada aeropuerto, en cada terminal no faltan las librerías o simplemente algunos libros sueltos a la venta en quioscos de diarios y revistas, por si algún desprevenido olvidó guardar algún ejemplar en el equipaje.
¿Literatura de escape? ¿O literatura de interpretación? Estos dos términos fueron acuñados por Laurence Perrine en su obra Story and Structure. Según Perrine, la literatura de ficción puede clasificarse en dos grandes categorías. Por un lado, la literatura de escape es aquella que solo sirve a los efectos del entretenimiento. Es aquella que busca el lector inmaduro -aquel que se frustra si la historia que ha leído no cumple sus expectativas; es aquella que para complacer al lector se vale de giros, sorpresas, emoción, sin que haya cambios significativos en las situaciones ni los personajes. Por el otro, la literatura de interpretación amplía nuestro entendimiento de la vida y nos hace más conscientes de esta. Es el tipo de literatura que se vale de la imaginación para llevar al lector maduro a reflexionar más de profundis sobre el mundo real. Eso no quita, continúa Perrine, que algunas de las obras más memorables de la literatura sean esencialmente de escape, y da como ejemplos Peter Pan y La isla del tesoro. La literatura de escape no tiene por qué ser algo de baja calidad.
El lector maduro encuentra mayor placer en literatura que tenga conexiones más significativas con la vida real que con el puro escape. Aunque la literatura de escape puede ser un descanso para la mente, de todos modos su dieta habitual consta de altas dosis de literatura de interpretación. Porque -añade el autor- la literatura de escape puede ponernos en peligro de tener una actitud superficial frente a la vida, y peor aún, distorsionar nuestra mirada sobre la realidad. Puede darnos falsas expectativas; y en ese sentido, los psicólogos opinan que las historias románticas han hecho mucho daño, especialmente a las mujeres.
Perrine sólo se limitó a describir una realidad; Mario Vargas Llosa es más pesimista. En una entrevista que se le hizo en 2005, el escritor peruano no tuvo pelos en la lengua al mencionar que la novela light puede poner en peligro a la novela tal como la conocemos, con la urgencia de los escritores de publicar a como dé lugar y rápidamente, y la urgencia del público de que los libros salgan, como pan caliente, cuanto antes. Para el escritor, el éxito instantáneo va en desmedro de la calidad, aunque en cierto modo coincide con Perrine: hay algunas novelas light muy buenas. Pero “la tendencia es preocupante”. Y más adelante, señala algo muy interesante: “(…) hay un tipo de literatura que en lugar de crear lectores para la buena literatura, los vacuna contra la buena literatura. Si El Código da Vinci al final a ti te produce un extraordinario placer y lo que buscas son obras que sean equivalentes, entonces tú nunca vas a poder leer el Ulises de Joyce, nunca vas a leer a Proust, ni vas a gozar con Borges”.
¿Qué haremos, entonces, para que la “literatura de reposera” no sea más que un amor de verano? ¿Seguiremos el ejemplo de Mario Santos, pondremos las barbas en remojo a lo Vargas Llosa, o llegaremos al destino vacacional y dejaremos que la vida -o la librería local- nos sorprenda? Esto último, claro, si nos mantenemos con frialdad cerebral ante la vastedad de títulos, autores, géneros y subgéneros que exhiben incluso las librerías más modestas. “El problema que se nos presenta es cómo aprovechar el tiempo que tenemos” explica Perrine. “Para sacar el mayor provecho de nuestra porción debemos saber dos cosas: cómo beneficiarnos al máximo de cualquier libro que leamos; y cómo elegir los libros que compensarán de la mejor manera el tiempo y la atención que les dediquemos”. Viviana Aubele