K-POP, carne fresca  

La industria del pop coreano y sus efectos en los artistas

El término parecería remitir a una marca de gaseosa desconocida en nuestro mercado. Pero en realidad K-pop es una fusión de Korean pop, término que apareció escrito por primera vez en 1999 en un artículo en Billboard. Es un género musical surgido hace algunas décadas en Corea del Sur, pero que en los últimos años se ha instalado entre los más jóvenes, por lo general adolescentes.

Más allá de su origen en tierras lejanas y muy distintas a nuestra cultura occidental, el K-pop posee algunas características que lo acercan a cuestiones que conocemos. Es una música que combina electrónica, rock, pop, hip hop, algo de rap, algo de blues. Las bandas no suelen bajar de cinco integrantes y sus edades parecen oscilar entre los 19 y los 25 -o al menos muestran un look fresco y adolescente-, vestuario llamativamente colorido, coreografías estudiadas al detalle y bastante fáciles de seguir para sus fans.

La ola coreana, o hallyu, que comenzó en los noventa, sigue triunfando en las costas de Sudamérica, y para el gobierno de Corea del Sur es una herramienta importante de soft power. No es algo casual: según un artículo de BBC de marzo de 2020, se trata de un plan deliberado del gobierno surcoreano. Las condiciones ayudan: una guerra devastadora a mediados del siglo XX, la democratización del país en los ochenta y la crisis económica de Asia a fines de los noventa fueron el prólogo para que Corea del Sur levante cabeza e impulse acciones para darse a conocer al mundo. Una manera en que lo ha hecho es con la exportación de sus K-dramas, telenovelas autóctonas de gran popularidad en otras partes de Asia y más allá. Pero el momento bisagra para la ola musical coreana fue con Gangnam Style, del nada apolíneo cantante Psy. Fue el primer video en YouTube que llegó a mil millones de reproducciones, y en abril de 2019 la cifra había llegado a más de tres mil millones.

La industria del K-pop es justamente eso: una industria que manufactura bandas en serie. Las agencias encontraron la manera de generar jugosos dividendos: las idol bands. Una de las primeras bandas de esta clase fue H.O.T., que debutó en 1996. El proceso de elaboración de las bandas de K-pop es arduo y exigente. Los candidatos son seleccionados cuidadosamente y entrenados en varias áreas: danza, canto, idiomas, cómo tratar con los medios… un entrenamiento que lleva años. En muchos casos, siguen yendo a la escuela mientras reciben el entrenamiento, contratos esclavos mediante. Amén de ser una vida muy dura para los adolescentes, en caso de sobrevivir, las chances son que puedan pisar un escenario y acariciar la fama varios años más tarde. A esto debemos sumarle que los varones tienen que cumplir con el servicio militar obligatorio, que lleva unos dos años.

Si uno observa, aunque sea de pasada, la fisonomía de los chicos que cantan y bailan en estas bandas, podría decirse que se trata de una parodia de un episodio de esa otra parodia que es Gravity Falls: en el episodio Boyz Crazy, Mabel rescata a los jóvenes de su banda favorita, cautivos de un empresario inescrupuloso. Lo que Mabel nunca se había imaginado es que en realidad, los chicos de Sev’ral Timez, la banda de sus amores, son clones. No queremos decir que los chicos de BTS o las chicas de Blackpink o Everglow lo sean, pero llama la atención la estética de estos grupos: salvo algunas cuestiones estéticas menores, como el teñido de los cabellos típicamente castaño o negro de los jóvenes coreanos a colores menos ortodoxos, o el uso de lentes de contacto de color, los chicos comparten características físicas que parecen calcadas. Como una producción en serie, los movimientos de las coreografías son también muy similares entre un grupo y otro, y los artistas se esmeran en reproducirlos con precisión milimétrica. Es decir, pareciera que no se permite ningún espacio para la creatividad propia, ni para que aflore la individualidad, ni mucho menos para que uno se destaque más que los otros. Todos, parece, deben hacer lo mismo.

Haciendo una mirada superficial a estas bandas (son muchísimas), llaman la atención un par de cuestiones. Por un lado, de la evidente similitud en sus aspectos físicos y en sus vestuarios, las chicas son hipersexualizadas. Se trata de muchachas que en general no pasan de los 25 años; con miradas que rayan en la inocencia, en el escenario y en los videos visten, cantan y bailan a lo femme fatale. Por otro lado, en el caso de las bandas donde son todos varones, se los presenta con un aspecto marcadamente andrógino: maquillaje, labios pintados, cejas y pestañas delineadas, prendas que marcan poco o nada los rasgos masculinos, etcétera. Piensa mal y acertarás, dice el refrán, y uno puede imaginar que detrás de esta deliberada estética que distorsiona la naturalidad de los cuerpos de ambos sexos hay alguna agenda encubierta.

Pese a las expectativas de fama y de que acaso la música y el baile sean lo que los apasiona, los artistas del K-pop no siempre lo pasan bien. Ya se habló más arriba sobre la dura vida que les espera si es que quieren llegar a algo en este ambiente tan demandante. Pero hay carices más sombríos en este sueño dorado. Un artículo publicado el 17 de junio pasado en CCN en ocasión de la dudosa muerte de Yohan, un artista de K-pop de tan solo 28 años, reclama una seria autocrítica en el fandom (fusión de fan y kingdom, reino) por las reiteradas muertes por suicidio en el ambiente del pop coreano.

Los largos e intensos años de entrenamiento para un estrellato que puede ser fugaz no es algo que se pueda soslayar a la hora de evaluar las consecuencias psicológicas en estos jóvenes: trastornos alimenticios, depresión, etcétera. En enero de este año, Kim Dae-O, corresponsal en Corea del Sur para The Guardian, contabilizó treinta suicidios entre los artistas de K-pop. La industria del entretenimiento en Corea del Sur, dice el artículo, trata a sus celebridades cual “mercancías de las que algunas agencias poderosas pueden sonsacar el mayor rédito en el menor tiempo posible”. Pero el garrotazo también apunta a los fans: “Es hora de que los fans reconozcan que las celebridades son seres humanos, y de que los traten como tales”.

Una última reflexión. A fines de los noventa en nuestro país surgieron bandas de adolescentes/jóvenes cuyo target era justamente el mercado de esas edades e incluso más pequeños. Si hacemos memoria, recordaremos seguramente -sobre todo quienes tenemos hijos que hoy andan por los veintipico- todo el furor por grupos como Bandana o Mambrú; curiosamente, también grupos integrados o exclusivamente por chicas o por muchachos. Ambas bandas, surgidas del reality Popstars, tuvieron sus quince minutos de gloria: películas, shows a troche y moche, marketing de todo tipo, entrevistas, etcétera.

Bandana se disolvió en 2004, aunque siguen hoy con un poco más de la mitad de su formación original. Mambrú duró un poco menos: en 2002 ya no eran banda. La asociación mental entre estos grupos y los del K-pop es inevitable, y si bien hay formaciones de vida más larga, como BTS que ya va por el séptimo año, la pregunta es qué será de estas decenas de hoy jóvenes cuando ya no lo sean tanto. Y, por otro lado, qué nos dejará como legado el K-pop, si es que nos deja algo, además de recordarlo como una oleada furiosa venida de tierras lejanas. Viviana Aubele

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