EL CELULAR ALTERA HÁBITOS Y ÁNIMOS

El teléfono en cines, teatros y conciertos, palpitante reflexión de Marcelo Stiletano para La Nación

La incontenible expansión de la telefonía celular amenaza con modificar para siempre el modo con que hasta aquí el espectador se acostumbró a presenciar un concierto, una obra de teatro o una película en comunión con otras personas. Este sencillo procedimiento equivale, en las mejores circunstancias y condiciones, a una acción que se vive y comparte en un campo de puro disfrute. El artista puede expresarse en plenitud y el espectador extrae el mejor aprendizaje de esa experiencia.

La llegada del teléfono móvil a las salas lleva casi al extremo el crescendo progresivo de situaciones incómodas y molestas para quienes aún confían en los espectadores que piensan en los demás y evitan los factores disonantes en lo que debería ser una celebración colectiva. Sabemos desde siempre lo desagradable que puede resultar en medio de un pianissimo o de una escena clave la aparición de alguna tos inoportuna, de un comentario dicho de viva voz o del áspero sonido del envoltorio de un caramelo que está a punto de abrirse. Del mismo modo, ya nos resignamos a compartir cada función cinematográfica con varios convidados de piedra: el pochoclo (que impregna la sala con su aroma dulzón y hace estrépito cada vez que alguien revuelve el fondo del balde), los nachos (con su crujido amplificado resonando en el peor momento) y las gaseosas aspiradas sin filtro hasta la última gota.

Todos estos comportamientos (que en muchos casos son muestras directas de mala educación) llegaron para quedarse: carraspeos y toses en un amplio rango de decibeles en los conciertos líricos, comestibles a granel dentro de los cines y la costumbre cada vez más extendida de mirar un recital a través del estrecho lente de la cámara de un teléfono móvil. Este último hábito parece decir lo siguiente: cada vez parece importar menos la conexión real entre el artista y el público a través de las canciones. Lo que vale ahora es el registro visual de ese momento. Dejar en claro que uno estuvo allí, sin que importe el resto.

La tendencia se profundiza con el protagonismo cada vez más grande del nuevo gran dueño de los cines, los teatros y los espacios cubiertos que albergan recitales: el teléfono celular. Hay campañas explícitas que llevan adelante algunos actores muy conocidos, cuyas voces se escuchan antes de las funciones teatrales invitando al público a sumarse a una campaña para desterrar los celulares de los teatros, pero aún en esos casos tan visibles la abstinencia no resulta completa. El ringtone más persistente o molesto puede escucharse en el momento menos esperado y condicionar el desarrollo entero de una función. En la función especial para prensa e invitados de Buena gente , en el Liceo, el miércoles último, algo así ocurrió por lo menos en tres ocasiones.

Reacciones

También en el caso del cine, cualquier espectador tendrá algo para contar al respecto: lo más común es tener que pedirle a quien está al lado (primero con modos corteses y, más tarde, quizá, de un modo más perentorio) que deje de hablar por celular en el medio de la película o que apague el celular para evitar que un haz lumínico cada vez más fuerte inunde de luz un espacio que debe permanecer oscuro para que la obra teatral o cinematográfica se desarrolle con normalidad. Ni un concierto ni una película altera en algunos (cada vez más) la costumbre de no desconectarse jamás, enviando mensajes de texto o textos para las redes sociales.

Esta realidad acaba de ser reconocida en la reciente convención anual de los propietarios de los cines estadounidense, realizada en Las Vegas, cuyas conclusiones se siguen con mucha atención en un mercado global que funciona con fuertes lazos de interdependencia. Allí, la presidenta de la cadena Regal, el circuito de exhibición más grande de América del Norte, dijo sin vueltas que había que revisar ciertas normas y «permitir a los jóvenes que usen los teléfonos móviles durante las funciones». Para Amy Miles, hay toda una generación que dejó de ir al cine porque no pueden utilizar libremente esos aparatos y por eso se sienten «esposados». Varios de sus pares asintieron, justificando el diagnóstico y la terapia.

La convención despertó otras ideas, de las que se hicieron eco los medios norteamericanos. Hubo quienes sugirieron crear un espacio restringido dentro del cine para los adictos al celular. Otros piensan en funciones cerradas para facilitar el uso de los aparatos, pero a cambio de una entrada más cara. La única voz disonante fue la de Tim League, el fundador de la cadena Alamo Drafthouse, venerada cada vez más (y aun fuera de las fronteras de Estados Unidos) por los defensores a ultranza del cine entendido como un hecho que no debe admitir ninguna alteración ni intermediarios entre los artistas y el público. «Sólo por encima de mi cadáver se van a usar los teléfonos celulares para mensajearse en nuestros cines. Las salas -y eso es lo que muchos no parecen entender- son un lugar sagrado y hay que enseñar a los espectadores a comportarse», dijo League al diario español El País.

El debate está en su apogeo y no tardará en instalarse entre nosotros. Cambió el lugar de los actores, y también la imagen y el sonido. Para bien o para mal, empieza a contarse otra historia. Marcelo Stiletano, para LA NACION

El teléfono celular en Wikipedia

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