ESPERANDO A GODOT(A), insólito Beckett

El absurdo relato de un Godot que no pudo ser

La actriz se llama Analía Jazmín Couceyro. Su primer nombre se lo añadieron a última hora, cuando en el Registro Civil le dijeron a sus padres que no se podía poner Jazmín como único o primer nombre pues no definía de manera clara el género. Hacia fines del año pasado, la talentosa Analía Jazmín recibió un llamado. Era Pompeyo Audivert, quien le ofrecía interpretar el papel de Lucky en la obra Esperando a Godot, de Samuel Beckett, que se estrenaría en el Teatro San Martín el 21 de septiembre de 2018.

Esta obra, emblemática del así llamado teatro del absurdo, fue escrita por Samuel Beckett a fines de la década de 1940 y publicada en 1952. En ella hay dos vagabundos llamados Vladimir y Estragon, que esperan en vano que llegue un tal Godot, con quien «quizás» tienen una cita. El público nunca llega a saber quién es Godot, ni qué relación lo une a estos dos hombres. En cada uno de los dos actos en que se divide la obra, aparecen otros personajes: un sujeto cruel llamado Pozzo y su dependiente Lucky, especie de esclavo o animal de carga, que permanece atado con una soga a su amo.

Finalmente hay también un muchacho que le hace llegar a Vladimir y Estragon un misterioso mensaje que asegura que Godot no aparecerá ese día, pero sí al día siguiente… Aunque cuando el día siguiente por fin llegue, el mensaje se repetirá una vez más, textualmente. La trama, que carece intencionadamente de sentido, simboliza el tedio y la falta de sentido propios de la vida humana. «¡Nada ocurre, nadie viene, nadie va, es terrible!» resume una frase tomada del propio texto. Pero así y todo la obra se convirtió en un clásico.

Lo que sigue es tan «absurdo» (el término parece doblemente apropiado en este caso), que nos permitiremos combinar nuestras palabras con las que la propia Analía Couceyro utilizó para dar a conocer lo sucedido en las redes sociales. La actriz conocía muy bien la obra, y aceptó el ofrecimiento de Audivert de inmediato. El proyecto tenía para ella muchos puntos de interés, entre ellos hacer un personaje difícil, volver a decir textos de Samuel Beckett, trabajar nuevamente en el San Martín, con Audivert y con Daniel Fanego, y por primera vez con Roberto Carnaghi y con Ivana Zacharski, otra de las personas afectadas.

Sería la primera obra de Analía Couceyro en la sala Martín Coronado, tras haber participado como actriz o directora en más de diez obras en el Complejo Teatral. Ella cuenta que los ensayos comenzaron a fines de julio, pero que su trabajo se inició mucho antes, buscando y leyendo materiales de y sobre Beckett, empezando a estudiar la letra, cotejando traducciones, pensando e imaginando. El estudio de la obra llegó a convertirse en una rutina familiar de la que también participaban sus hijos.

«Los ensayos se iban desarrollando como suele ser, con dudas, con trabajo, con pruebas, con cosas que aparecen y otras que van quedando afuera. Durante el último ensayo al que fui, Pompeyo me pidió que fuera en contra de mi dicción, a mí que me gusta tanto el decir, así que cuando salí compré orejones y peras disecadas, hice una pequeña prueba frente al espejo de hablar con eso en la boca, y guardé la bolsa en el placard para que no las comieran mis niños…».

Pero poco después el Complejo Teatral de Buenos Aires recibió una intimación de la agencia inglesa que posee los derechos de la obra. Allí se advertía que una de las curiosas cláusulas impuestas en su hora por Samuel Beckett estipula que en la obra no pueden actuar mujeres. La gente del Complejo escribió a los representantes de la agencia francesa, con quienes habían negociado inicialmente. De hecho hay antecedentes de mujeres que interpretaron la obra (por ejemplo, Alicia Berdaxagar y Perla Santalla). Pero no hubo nada que hacer: después de una serie de penosas idas y vueltas, el Complejo Teatral convocó a una reunión en la que se informó que la agencia francesa revocaba los derechos de la obra hasta que el elenco fuese enteramente masculino «tal como lo deseaba Beckett».

Se dejó constancia de que el Complejo Teatral había agotado las posibilidades de negociación, que la institución comulga con los ideales de la igualdad de género, que los contratos se pagarán de todos modos, pero que no pueden ir en contra de lo legal. En esa reunión se confirmó oficialmente la desvinculación tanto de Analía Jazmín Couceyro como de Ivana Zacharski del proyecto. La única razón: ser mujeres.

Resulta curioso, porque más allá del contexto histórico, en pleno auge del feminismo en todo el mundo occidental, lo natural del teatro es ocupar lugares alternativos de la identidad. El actor siempre representa personajes que son diferentes de sí mismo. Esta es la naturaleza propia del teatro: ocupar cuerpos que no son los propios, al margen de cualquier diferencia que pueda darse entre el personaje y quien lo encarna, sea en materia de edad, raza, credo, ideología política, género o cualquier otra.

Desde siempre el teatro ha jugado con el borrado de la línea que eventualmente separa lo femenino y lo masculino. Un hombre puede actuar de mujer, una mujer puede actuar de hombre… Pero incluso estos límites se desdibujan, ya antes de cualquier actuación, en los actuales tiempos en que la transexualidad y las identidades transgénero han dejado de ser un tema tabú. Cuenta Analía que su primera reacción natural fue preguntar: “¿Y cómo saben que soy una mujer? ¿Qué significa ser varón o mujer?”.

La actriz llegó a plantear la idea de que en las promociones de la obra su nombre fuese cambiado por el de «Ano Couceyro». Se llegó a hablar de un acto político consistente en solicitar documentos nuevos con cambio de género, tal como habilita la actual legislación argentina, pero los tiempos burocráticos no lo permiten. El trámite lleva razonablemente un tiempo mayor que el que separa estos hechos del próximo estreno de la obra, que en definitiva probablemente se estrene en las fechas previstas, pero con otros actores.

Nadie sabe qué opinaría Beckett, al día de hoy, si viviera, de la posibilidad de cambiar las pautas que impuso en su momento en relación a su obra. Sabemos que sus herederos y representantes no están dispuestos a revisarlas. Pero sería divertido que amparados en la legislación argentina que regula la identidad de género los personajes de este Esperando a Godot, o alguno de próxima factura, fuesen todos actores transgénero, legalmente reconocidos como hombres pero claramente femeninos, al margen de cuál fuese su auténtica condición sexual.

En definitiva, el teatro del absurdo se ha planteado esta vez como más absurdo que nunca, desconociendo no solamente la ambigüedad que hace a la naturaleza humana, en cuanto a la distinción entre varón y mujer, sino incluso la naturaleza misma del teatro. Germán A. Serain

Analía Couceyro en este Portal
Samuel Beckett en Wikipedia

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