EMPERADORES Y PECADOS, velada para recordar

Óperas de Viktor Ullmann y Kurt Weill, proeza de la New World Symphony en una celebración reflexiva

Genuina hazaña la de New World Symphony en Miami Beach al programar dos óperas inusuales en una velada. Vaya un obligado sello de aprobación por atreverse –dentro de esta temporada que conmemora el octogésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial– con dos títulos para una audiencia a veces incómoda, si no renuente ante lo desconocido, que asistió absorta (o desconcertada) frente a esta antológica velada.

Productos de la década 1933-1943, El emperador de la Atlántida (o La muerte desobedece) de Viktor Ullmann y Los siete pecados capitales de Kurt Weill constituyen testimonios artísticos y políticos de una era nefasta, firmadas por compositores que en circunstancias muy diferentes morirían demasiado jóvenes (46 y 50 respectivamente): Weill de un infarto durante su exilio americano y Ullmann exterminado en Auschwitz; dicho sea de paso,  este fin de semana se cumplía el aniversario de su muerte en la cámara de gas.

Piezas de fuertes rasgos alegóricos ensambladas en un arriesgado ying-yang programado por Stéphan Denève, óperas épicas al servicio del texto enraizadas en la tradición del singspiel, que enfatizan  elementos del cabaret berlinés, jazz y klezmer. Entonces etiquetados como Entartete Kunst (Arte Degenerado) son ideal complemento musical de las mordaces pinturas de Otto Dix y George Grosz.

Muestras irrefutables de la resistencia cultural frente a la barbarie y del arte floreciendo en pleno caos. Ullmann compuso internado en Terezin, siniestro «campo de concentración modelo» que servía de pantalla al régimen poblado de artistas e intelectuales en la estación previa al exterminio, en contraste con Weill refugiado en Paris aprontándose a emigrar a Estados Unidos con su musa Lotte Lenya. 

Si Weill contará con los textos del ácido Bertolt Brecht, deleitado en hincar el diente en Los siete pecados capitales de la insignificante burguesía, Ullmann tendrá al joven checo Peter Kien (1919-1944), dibujante, poeta y escritor, con un argumento de originalidad y osadía pasmosas. Cuesta imaginar atreverse en ese ámbito con la sátira del Emperador «Overall» declarando la guerra universal (recuérdese que ese año Goebbels declaró «Total Krieg») desatando un «todos contra todos» donde la muerte indignada abdica su tarea ante el decreto imperial para regresar con la condición de llevarse primero al emperador. De más está aclarar que cuando los nazis se avisparon, cancelaron su estreno apurando la deportación de ambos a Auschwitz a poco de la liberación de Terezin; la partitura fue  salvada por un bibliotecario y recién se estrenó en 1975.

Astuta y efectiva, su orquestación pequeña por razones obvias, a primera audición quizás tortuosa e intrincada, conlleva una miríada de citas escondidas pero reconocibles, desde Hindemith y sus maestros Schönberg y Zemlinsky, al Mahler de La canción de la tierra, el Weill de La  canción de la inutilidad del esfuerzo humano, al Wozzeck de Berg, las fanfarrias de Petrouchka, las ninfas de la Ariadna straussiana, la bruja de Rusalka, una tradicional canción de cuna, hasta el himno alemán distorsionado y un sublimado coral de Bach final.

En su ensayo Goethe y Ghetto, escrito meses antes de  morir, Ullmann -«una persona extraña parecida a Kafka a quien también conocí», según la pianista sobreviviente Alice Sommer- deja claro que se enfrentó al paisaje del campo de concentración en términos espirituales y estéticos:  «Theresienstadt era y es para mí una escuela. La forma [artística] debe entenderse como aquella que «supera la materia y donde el secreto de toda obra de arte es la aniquilación de la materia a través de la forma, algo que posiblemente pueda verse como la misión del ser humano, no solo estético sino también ético».

En las antípodas, Los siete pecados resulta un contrastante paseo por la angustiante vastedad americana. Cuidado que puede salirse de las brasas para caer en el fuego cuando Brecht desnuda los riesgos y desventuras que implica el sueño americano descripto en el extenuante periplo por siete ciudades durante siete años de las hermanas (una en dos), enfrentándose a los siete pecados a fin de comprarse una casita en Louisiana. La fascinación y desilusión con la cultura urbana estadounidense -dibujada musicalmente por Weill con un nostálgico clarinete, o el cuarteto familiar que a modo de coro griego comenta, reprocha y exige a las hermanas- son sólo facetas de este feliz híbrido escénico (de hecho, ópera-ballet para Lenya y la bailarina Tilly Losch que encarna esta suerte de esquizofrénica Juno, fue producida y dirigida por Georges Balanchine con Maurice Abravanel en el podio durante su estreno parisino de 1933) para cuyo derrotero interpretativo abarca artistas de amplísimo espectro.

Desde aquella original de Lotte Lenya seguida por la incomparable, quizás definitiva Gisela May hasta Doris Bierett, la inesperada Milva (avezada brechtiana) y las mas académicas Anja SiljaBrigitte FassbänderAnne Sofie von Otter y Teresa Stratas en el film de Peter Sellars, todas aportan enfoques valiosos. La NWS contó con la versátil Danielle de Niese encarnando la cantante y la bailarina, es decir las dos Annas en una puesta deliberadamente kitsch dirigida por Bill Barclay. En un verdadero tour de force, de Niese presentó un trabajo detallado al máximo, con dominio de cada faceta vocal y escénica. La demandante familia fue encarnada desopilante y eficaz por Balke Denson, Ricardo García, Lucia Lucas y Logan Wagner.

Vale destacar que tanto Los siete pecados como El emperador recibieron versiones ejemplares gracias a un equipo creativo de primera línea. Curiosamente, la operita de Ullmann resultó mas brechtiana que la de Weill-Brecht debido al perfecto alineamiento con la estética del escritor: el teatro aleccionador para pensar y reflexionar, entretener con el suficiente distanciamiento como para no emocionarse demasiado y «perder la cabeza». Con la direccióndel visionario Yuval Sharon –encargado del próximo El anillo del nibelungo en el MET– y Alexander Gedeon, se acudió a títeres, proyecciones y dibujos de modo tan ascético y eficaz que resaltó tanto el mensaje como el lugar donde se originó. Asimismo fue estupendo el equipo vocal especialmente Emmett O’Hanlon, Chauncy Packer y Freddie Ballentine, tres nombres para recordar. Sibyl Wickersheimer, Yuri Okohana-Benson, Yuki Link y Wilberth Gonzalez firmaron este atemporal ámbito escénico donde el espeluznante pasado predice un futuro aún mas inquietante. En el final y en sombras chinescas, el elenco vuelve a sus literas en las barracas, de donde salió para representar esta mascarada. Todo dicho.

Sería injusto no destacar el invalorable aporte de Stéphan Denève y los becarios de NWS, aprovechando entrenarse en un género distinto y exigente, disfrutando de un desafío que resolvieron sin fisuras y con fervor evidenciado en cada acento, frase y variación. 

Si hace años NWS marcó un hito con El castillo de Barba Azul de Béla Bartók, este concierto se inscribe en otra de sus bienvenidas, imprescindibles «rarezas», radiografías de un período histórico que conforman un canto a la resiliencia del hombre y un obvio llamado de atención. Son obras comprometidas con su tiempo, hoy mas vigentes que nunca. Sebastian Spreng

Más información
Los siete pecados capitales y El castillo de Barbazul en este Portal

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