Miami sinfónico – Orquestas: New World Symphony, Cleveland – Directores: Jukka Pekka Saraste, Stéphane Denève – Violonchelista: Pablo Ferrández
Ni Pastoral, ni Patética, sino Trágica; ni Beethoven, ni Tchaikovsky, sino puro Mahler, el más conflictuado, el más confrontante, el que aparece y se revela en la Sexta Sinfonía, una de las últimas en ganar popularidad y en marcado contraste con el lirismo de la Quinta. En el gigantesco tapiz de sus sinfonías, señala una suerte de mitad equidistante entre la Titán y las despedidas que serán la Novena, La canción de la tierra y el Adagio de la Décima. Es el encontronazo de dos mares tempestuosos, implacables, conlleva una intensidad que no cesa, la misma de ese momento en su vida, a sus cuarenta y tres le quedaban sólo ocho por vivir; luego de una aparente calma y sonados éxitos llegarían las tormentas que Mahler presentía, temía, y quizás bocetaba, con aguda certeza. Cuando su estreno en 1906, murió su hijita Marie, le fue diagnosticada su dolencia cardíaca y partió de la Opera de Viena. Un año fatídico.
Por eso, si cada una de sus sinfonías es un ejercicio biográfico, esta no es la excepción. Es quizás la más oscura, en la que se resiste a doblegarse ante el destino. En esa constante tempestad, en esa pintura de la danza de la vida, tanta pertinaz insistencia incomoda, desafía al espectador aún después de ciento veinte años. Mas actual que nunca, el único remanso es el maravilloso Andante con sus ominosos ecos de las Kindertotenlieder -compuestas en la misma época- o la evocación de Revelge y los espectrales guardias nocturnos, ya aparecidos en la Tercera y la Quinta. En sus frases nobles y resignadas se halla el único solaz en hora y media de confrontaciones existenciales. El último movimiento, una sinfonía en si misma, se presenta aún mas combativo, rebelde, irascible, angustiante; y en su resolución demorada, la luz se ha extinguido.
Del mismo modo, después de una lectura como la de la New World Symphony hay que tomarse un respiro y reflexionar. Máxime cuando quien la comanda es Jukka Pekka Saraste, notable finlandés que en su debut con la entidad podría recordar al holandés errante; luciendo como un cantante wagneriano, fue un capitán dirigiendo a su tropa. La respuesta fue colosal, el rendimiento de los jóvenes músicos frente a una partitura tan exigente fue muy destacable. No hubo sección que no brillara, por eso sería injusto destacar una sobre otra, y el minucioso trabajo del director pudo apreciarse no sólo en los detalles sino en mantener la tensión en todo momento.
Del desolador pesimismo de Mahler al inherente optimismo de Richard Strauss, ambos contemporáneos, a la vez parecidos y tan diferentes, en el primer concierto de su breve residencia anual la Orquesta de Cleveland entregó una Sinfonía Alpina memorable. De los abismos mahlerianos a las alturas straussianas para vertirla con esplendor inédito, la Orquesta de Cleveland unió sus fuerzas con la New World Symphony desplegando unos ciento cincuenta instrumentistas en el escenario del Adrienne Arsht Center. A propósito, bien vale recordar que nueve integrantes estables de la orquesta provienen de la Academia Orquestal de América con sede en Miami Beach.
De hecho, nunca tan veraz la definición “un sueño hecho realidad” del director Stéphane Denève desde el podio antes de iniciar su lectura. La combinación de ambas orquestas otorgó a la vasta partitura straussiana un lustre que rehalzó sus virtudes y disimuló sus flaquezas. La clásica sedosidad de las cuerdas de los Clevelanders se vió multiplicada por la NWS creando un torrente sonoro que invadió hasta el último rincón de la sala, creando una opulencia musical difícil de olvidar.
Stéphane Denève plasmó la pintura descriptiva que pide el compositor, cada frase fue una pincelada con la pastosidad debida, deteniéndose con evidente placer en valles, cascadas, peñascos, así como cada instancia del viaje hasta llegar a la cumbre alpina y contemplar el paisaje y lo recorrido. De cada momento del día, desde la noche al ocaso siguiente se tuvo un vívido retrato del paisaje bávaro tan caro a Strauss. Cada sección de la orquesta brilló, incluso atronó durante la tempestad desatada –incluidas máquina viento y de truenos– evidenciando su amor por la naturaleza y los recuerdos de sus expediciones de juventud, amén del tácito retrato a la obra del pintor suizo Karl Stauffer-Bern en quien se inspiró. Vale recordar que Strauss la revisó después de la muerte de Mahler, y los cencerros en ésta también evocan al Mahler pastoral de sus sinfonías.
Entre Mahler y Strauss, el Concierto para cello de Robert Schumann que inició la velada de la Cleveland fue rúbrica de jerarquía para un programa de altísimo nivel. A cargo de esta obra tardía, que nunca fue ejecutada en vida del compositor, estuvo el notable cellista español Pablo Ferrández, una de las rutilantes jóvenes estrellas del instrumento, ganador del concurso Tchaikovsky y asiduo colaborador de la violinista Anne Sophie Mutter. El madrileño residente en Berlín toca el Stradivarius Archinto de 1689, considerado uno de los seis mejor construídos por el legendario luthier de Cremona. Ferrández subrayó la tersura y profundidad sonora del Archinto, entregando una versión de corte camarístico, de soberbia introspección, explayándose en un lirismo soberano al que se unieron la mayoría de cuerdas matizadas por intervenciones de maderas y bronces. Composición poco valorada en su momento y que hoy junto al de Dvorak y Elgar integra el gran trío de los conciertos favoritos para cello fue una elección acertada para el debut miamiense del joven artista que se vio beneficiado por la elegantísima dirección de Denève, cuya afinidad por el repertorio germánico merece destacarse. En definitiva, dos veladas de lujo que demostraron la perenne vigencia del gran repertorio romántico y tardío y que ubicaron a Miami en la altura musical que debe mantener. Sebastian Spreng
Sitio Web de New World Symphony
Sitio Web de Pablo Ferrández
Cleveland Orchestra Web
Abajo, Jukka Pekka Saraste dirige la 6ta. de Mahler
con la Sinfónica de Oslo
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