Principales intérpretes: Iris Vermillion, Nicola Beller-Carbone, Nikolai Schukoff, Pedro Espinosa, Hernán Iturralde, Gonzalo Araya Pereira, Luciano Garay, Iván García, Laura Pisani, Mariana Carnovali, Alejandra Tortosa, Virginia Correa Dupuy, Rocío Arbizu, Lidice Robinson, Pablo Pollitzer – Escenografía: Diego Siliano – Vestuario: Luciana Gutman – Iluminación: José Luis Fiorruccio – Coreografía: Ignacio González Cano – Dirección musical: David Syrus – Dirección Coro Estable: Miguel Martínez – Dirección de escena: Marcelo Lombardero
No importan los nombres propios, ni en qué época o geografía nos ubiquemos: el problema jamás han sido las ciudades, sino sus habitantes, comenzando por sus fundadores, que probablemente las impregnan siempre con sus propias idiosincrasias. En este sentido Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, con música de Kurt Weill y libreto en alemán de Bertolt Brecht, no es solamente una feroz crítica a la decadente cultura occidental del siglo XX, sino también un cruel espejo en el cual podemos vernos reflejados, pues la obra mantiene plena vigencia. Estrenada en 1930, justo antes de que la legalización del juego pusiera a Las Vegas en un lugar de notable pujanza, la ópera cuenta la historia de una ciudad imaginaria de los Estados Unidos, establecida en medio del desierto por tres delincuentes con el propósito de ofrecer a sus visitantes un sinfín de entretenimientos, lujuria y placer. Por supuesto, todo a cambio de dinero.
Con una excelente propuesta escénica de Marcelo Lombardero, en la cual la tecnología multimedia tiene un rol preponderante, una de las tristes enseñanzas que deja la ópera es, precisamente, que no tener dinero es el delito más grave en que puede incurrir quien viva en esta sociedad contemporánea, en la cual todo resulta lícito o perdonable, siempre y cuando podamos mantener la maquinaria del consumo capitalista o comprar los favores de la justicia. Sin embargo, el panorama es doblemente desalentador, pues tampoco tener dinero garantiza la felicidad, y por más que podamos atiborrarnos de placeres, hasta literalmente morir, ello no significa que lleguemos a sentirnos saciados. En resumen, la obra nos pone con una mirada implacable a nuestra propia sociedad y nos plantea preguntas incómodas acerca de quiénes somos.
Hace algunos años Lombardero se había acercado a las Canciones de Mahagonny con una mirada acaso más cruda y sórdida desde la caracterización de los personajes. En esta coproducción del Teatro Colón con el Teatro Municipal de Santiago de Chile y el Teatro Mayor de Bogotá, en cambio, acaso lo brutal esté dado por el hecho de que los roles son presentados de un modo mucho más cercano a nuestra cotidianeidad. Sobre el escenario y a través de las pantallas están representados nuestros consumos, nuestra estética, nuestra cultura; en resumen, vemos un posible reflejo de nosotros mismos.
En cuanto a lo interpretativo, fue excelente el trabajo protagónico de Nikolai Schukoff como Kim Mahoney, y también se destacó el trabajo de Hernán Iturralde como Moses Trinidad. El resto de los papeles estuvieron correctos y muy bien interpretados, aunque para nuestro gusto le faltó un poco de volumen a la Jenny encarnada por Nicola Beller Carbone, algo que notamos especialmente en la famosa Canción de Alabama que popularizara en su momento Jim Morrison con The Doors. La Orquesta y el Coro Estables del Teatro Colón sonaron muy adecuadamente bajo la dirección musical del británico David Syrus, y todos los aspectos técnicos relativos a la puesta fueron en general impecables. Germán A. Serain
Fue el 22 de agosto de 2017
Teatro Colón
Libertad 621 – Cap.
(011) 4378-7109
teatrocolon.org.ar
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